El 10 de julio de 2024, es una fecha cargada de recuerdos para Marvin Hernández, ya que se convirtió en el día en que cumplió uno de sus mayores sueños: conocer Machu Picchu. Su viaje a Perú no solo le permitió maravillarse con la icónica ciudadela inca, sino que también lo hizo conectar con una cultura que lo impresionó profundamente. La forma en que los peruanos hablan de su historia, su identidad y sus raíces incaicas le resultó fascinante. Cada rincón del país reflejaba ese orgullo, desde su gente hasta su gastronomía, donde el ceviche se convirtió en un infaltable en sus días de aventura.
Más allá de la majestuosidad de Machu Picchu, lo que más le impactó fue el ingenio de los incas. En Moray, descubrió cómo construyeron terrazas agrícolas con diferencias de temperatura entre cada nivel, permitiendo la adaptación de cultivos a distintos climas. Aprendió que en Cusco existen más de 1.500 variedades de papa, muchas de ellas perfeccionadas en esos laboratorios naturales. También quedó asombrado con el sistema de acueductos de la ciudadela, aún en funcionamiento, y con la precisión con la que los incas calculaban el movimiento del sol para sus cosechas.
Pero lo más especial del viaje fue la energía única que sintió en el lugar. Mientras recorría la ciudadela, el peso de los años de esfuerzo para llegar hasta ahí se hizo presente y no pudo contener las lágrimas. Un guía notó su emoción y le preguntó por qué lloraba. Cuando Marvin le explicó que ese era su sueño, recibió una respuesta que jamás olvidará: «Supongo que has trabajado mucho para conseguirlo». En ese momento, entendió que no solo estaba en Machu Picchu, sino que estaba viviendo el resultado de su propio esfuerzo.