(MIÉRCOLES 27 DE ENERO, 2021-EL JORNAL). El mundo se sigue asombrando con la capacidad cameleónica de Zlatan Ibrahimović, quien a sus 39 años es un goleador tan fresco como cuando tenía 20.
Ibra, como le dicen los amigos más cercanos, viene de la calle. Sabe cuál es el clima y el sabor de la calle, donde la primera regla es sobrevivir. Y eso es lo que ha hecho, con creces, en los campos de fútbol por donde ha destilado su talento.
El episodio más cercano fue ayer en el juego entre el Inter de Milán y el Milan, en el que logró una anotación y mantuvo un enfrentamiento constante con Romeru Lukaku: fue un choque de ñues, como si estuvieran en el pelolítico y desfilacen por esos bosques inmensos del pasado.
Qué par de especímenes más extraordinarios. Van rumbo a la extinción. Su talante, su furia, su ego, su fanfarronería, su espíritu de guerreros los lleva a comportarse en la cancha como si después de ese juego no hubiese nada más.
Me encanta este tipo de jugadores, que llevan la épica en la piel. Ibrahimović sigue con sus ambiciones intactas, aunque desde luego ya no necesita al fútbol para mantenerse como un príncipe desde el punto de vista económico.
Más allá de su capacidad goleadora, Ibrahimović es un auténtico líder en la cancha y, es, también un verdadero atleta. De hecho, hay muchas imágenes en las que se muestra tal cual: como si fuera un karateca en acción.
Ibrahimović le hace honor a aquella frase memorable con que Miguel Ríos tituló su octavo album: los viejos rockeros nunca mueren.
Periodista, escritor y comentarista. Premio Nacional de Periodismo Pío Víquez.
