(Crónicas-Segunda entrega)
(Desde Francia especial para El Jornal). La “Madame” bajó del bus como un rayo muy cerca de la enorme Biblioteca en forma de libro abierto en honor al expresidente François Mitterrand. Monique, se llama esta joven madre, empieza a jugar con sus dos hijos en la acera opuesta, cerca de uno de los innumerables parques que disfrutan acá a todas horas adultos mayores y “les enfantes”.
Dos semblanzas de esta ciudad de ciento cinco mil kilómetros cuadrados y más de dos millones de almas. Tal vez sus urbanizadores pensaron levantarla para la eternidad. Quizá un día de estos unas de esas bombas de la OTAN no deje nada en pie; todo es posible. Lo cierto es que París y los parisienses respiran con donaire por los secretos, pasado y futuro de esta cosmopolita urbe donde el desempleo golpea con más fuerza a los jóvenes.
Sus innumerables palacios y castillos, algunos de los cuales se levantaron antes de saberse de las aventuras el genovés Cristóbal Colón y el posterior saqueo producido en América, los arquitectos de la realeza sabían ya- o al menos tenían una idea clara- hacía dónde iban con sus enormes obras que incluyen los más inverosímiles puentes, pasadizos y amplias callejuelas.
Estos grandes moles de piedra y finas maderas hacen de París capital única del mundo, donde la historia sigue de pie en casi todas las cuadras; raros vestigios de grandezas y detalles, pensado todo para servir a sus pobladores. Hoy, a pesar de más de un millón de toda clase de vehículos surcando calles y avenidas, los parisienses viven relajados, leyendo como “locos” y priorizando el paso de los peatones entre avenidas y calles. Es un código presente: el “de a pie” se respeta, no importa si es “hora pico” o las dos de la madrugada, momentos de escribir estas líneas.
Manera de vivir la vida del parisiense, sin duda alguna inspirada tres siglos atrás, cuando descubrieron que la “soberanía nacional” era una especie “chanchada” que los esclavizaba y hacía difícil la respiración como humanos. Descubrieron entonces que era posible saltar hacia un concepto distinto con “fraternidad”, “igualdad” y “libertad”, que tantas horas extras hizo trabajar a la guillotina.
La derrota de la realeza, el clero y el salto dado al pasar de la vieja “soberanía nacional” hacia la “soberanía popular”, en un período sangriento que inicia en 1789 y se extiende incluso hasta 1830, está presente en el parisiense hoy en día por cualquier esquina que asome el visitante. Se vaya a los campos Elisees domingo o lunes, se pase por el gran Arco del Triunfo en plena capital, transite por la avenida Gabriel, donde tiene la residencia el presidente Françoise Hollande, se estacione en los jardines de Tullereis o simplemente se dé un vistazo al Museo de Louvre; este último un sitio cuyo recorrido interior no se hace en menos de seis horas.
La seguridad de que, la ciudad está pensada para las personas y, no el ciudadano en función de la la urbe, otorga a este extenso territorio un plus dificilísimo de encontrar en otros lares del mundo. París es un ejemplo de una capital “amiga” con sus habitantes y que seguramente los ingenieros en urbanismo que gradúa nuestra Universidad de Costa Rica conocen los beneficios mentales y económicos entre sus pobladores, más allá de los “dominguitos” sin humo y la retórica ambiental. En París no se habla tanto de ambiente; se hace.
Con justa razón los pobladores de por acá son los que menos emigran hacia otros sitios. Sus palacios, sus castillos y los incontables bosques y parques repartidos a cada paso por París recogen mejor que nadie el arraigo del parisiense. Es así como el concepto de soberanía popular en contraposición a la de soberanía nacional provoca en esta gente un espíritu de pertenencia en todo lo que inician.
Ni siquiera el sin número de menesterosos y “drogos” que duermen en las estaciones del metro – por un Euro te lleva por todo París- están dispuestos a emigrar de esta ciudad con dos enormes ojos que todo lo vigilan noche y día y sobre los cuales les contaré luego que Menique alcance a uno de sus fogosos hijos, encarrerado hacia la estación del metro.
Un joven que viene saliendo del subterráneo toma de la mano a este chiquillo y en estos momentos le hace entrega a su acongojada y desconocida madre, diciéndole en francés “fouguaux” (fogoso) mientras toca paternalmente la cabeza a quien aún desconoce las cuestiones de consumo, desempleo y la construcción de un gigantesco bloque comercial en las “Europas” de occidente.