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Los 90 años de Guido Sáenz

Guido Sáenz (izquierda) es considerado por el escritor y periodista Carlos Morales como el mejor agitador cultural del país en la segunda mitad del siglo XX.

Por Carlos Morales

(SAN JOSÉ, COSTA RICA, 27 DE DICIEMBRE, 2018-EL JORNAL). Las sociedades delicuescentes y cibernéticas a que nos somete el mundo moderno suelen ser olvidadizas e injustas con quienes les dedican su vida, su pasión y su mejor esfuerzo.

Casi siempre se despiertan hasta cuando tales héroes se ausentan y algunas veces –muy tarde– intentan reconocerles su mérito, pero esto no pasa tan a menudo.

La prensa meliflua que nos ha heredado el siglo XX tiende a encapricharse con las novedades efímeras de los videojuegos o con esos chinamos de la pantalla chica que elevan a nivel de ilustres al pachuco que cuenta chistes o a la pechugona de nalgas postizas. No es justo.

En estos días, sin que mucha gente lo conmemore, cumplirá 90 años el mejor agitador cultural de nuestro tiempo.

Solito, en su retiro de Escazú, acompañado apenas de su familia y soñando siempre con su adorada Daisy, el artista polifacético Guido Sáenz González no amenizará ninguna fiesta por acercarse a la primera centuria, pero sin duda meditará un poco en Chéjov y se dormirá con alguna sonata de Chopin.

En ese olvido social de la frivolidad imperante, es bueno que la gente recuerde que los miles de mirones y deportistas que corren o se pasean por el parque de La Sabana, le deben a este músico-pintor-actor la existencia de ese respiradero urbano. Fue Guido, quien, como Ministro de Cultura, se empeñó en sembrar de árboles aquel peladero aeroportuario y ponerlo al servicio de la trashumante comunidad josefina.

Adivino de que la ciudad necesitaba aires para ahuyentar la delincuencia y propiciar el deporte, también metió los tractores en aquel baldío que es hoy el populoso Parque de la Paz, y si bien no los hizo solito, fueron su visión y su irreductible terquedad las que concibieron ese buen final.

Pero su obra es mucho más grande, y él mismo ya ni se acuerda, por eso he ido a su residencia para revivirlo con cariño.

Para recordar cuando propició, en la Universidad de Costa Rica (UCR), la vocación teatral y musical de miles de jóvenes con sus clases en Estudios Generales, donde nos hablaba de cómo fundó el Teatro Arlequín que se sostuvo por décadas como semillero y motor de la cultura escénica de este país.

Recordar su atrevimiento cuando se empecinó –con don Pepe y con Beto Cañas– en transformar la triste Sinfónica vigente en una orquesta de alcance internacional que deslumbrara escenarios por todo el mundo… Y de cómo inventó, con Gerald Brown, el Programa Juvenil, vivero de todos los músicos clásicos que hoy dan prestigio a Costa Rica… Y de cuando abrió, a puntapiés, la puerta de la vieja aduana que había sido privatizada por los mercaderes del templo y es hoy recinto de las bellas artes.

Lo mismo cuando inventó aquel programa de diálogos culturales en la tele que llamó Atisbos y cuando fue director innovador del Canal 13 y de otros proyectos cinematográficos y deportivos que ninguno de los dos ya pudimos recordar… Pasan los años.

Muchas generaciones le debemos a Guido Sáenz su estímulo y ejemplo para culminar nuestras vidas y carreras. El país entero le debe una obra perdurable que ha hecho una Costa Rica más culta que la que sufríamos en los 60. Es de justicia que todo el mundo lo sepa.

Por eso, en este 1 de enero –día de su noventa aniversario–he querido recordarlo como si fuera este, mi regalo de cumpleaños.      

Para más información sobre el autor visite su página web: www.carlosmoralescr.com

                                           

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