(SÁBADO 12 DE AGOSTO-EL JORNAL). “El poder corrompe, y el poder absoluto, corrompe absolutamente”. La frase tan repetida –por acertada– de Lord Acton (1834-1902), es ya un axioma inexorable de la vida en sociedad. Bastaría con ir a Nicaragua para comprobarlo.

Pero, en las democracias más funcionales, como la nuestra, el poder sufre algunos cambios gracias al proceso electoral, y de allí que la corrupción es una metamorfosis más lenta, y menos visible que en las dictaduras o autocracias.

Se supone que la política, por mandato de Aristóteles, es “la manera organizada de procurar el bien a la sociedad”, y si uno no es muy mal pensado, puede barruntar que muchos ciudadanos, en realidad, sí quieren eso cuando se insertan en las maquinarias electorales, sobre todo en el plano local y rural, donde toda interacción es más limpia, más ingenua y más sana.

La cosa se entiniebla más cuando amplificamos el radio geográfico y de acción, y crece también el capital de inversión (deuda política) como motor para obtener los mandos que permitan la ejecución.

Quien haya obtenido cargos de poder en alguna entidad, ya pública o privada, se habrá dado cuenta de que en torno a ellos se ciernen cosas, gentes, regalos, viajes, homenajes, adulaciones, chantapufis, sobornos, etc. Como bien lo dice el tango: cuando uno está en condición tiene amigos a granel… Y ese fenómeno, de por sí propio de la especie y del engranaje productivo, es como una especie de saburra o sarro que se va pegando y cubriendo las intenciones originales que alguna vez tuvieron los proyectos políticos.

En nuestro sistema costarricense –y tal vez se pueda extrapolar a muchos otros– se dan lo que llamaría adherencias politiqueras, que son los pegostes innecesarios que se van plegando al poder, sea este un individuo que lo ostenta o una institución que lo ejerce.

Así, al cabo de varios años de gobierno, el engranaje institucional (en nuestro caso muy fuerte, por razones históricas que ahora no puedo analizar), se va llenando de una peligrosa herrumbre que corroe a las personas, que distorsiona completamente la finalidad de las instituciones o incluso se llegan a crear nuevas, para darle cabida a ese espumarajo adhesivo que es como el unto o el óxido en las tuberías.

De joven, casi güila, estuve muy cerca del PANI y me consta la pureza y validez de su tarea, basta solo con mirar su primera junta directiva (1930), para no incubar la menor duda de la misión y del trabajo que realizó con Luis Felipe González, Alejandro Alvarado, Justo Facio, Carmen Lyra, Miguel Obregón y otros próceres, al cuidado de la niñez costarricense. Hoy ese descabezado organismo se ha convertido, como la Defensoria, el CONAVI, CINDE, el CNP, y tantos otros, en refugio de las adherencias que los partidos en el poder, especialmente Liberación Nacional y su derivado el PAC, fueron inventando o regalando a sus pega-banderas más obsecuentes y mediocres.

En la mejor universidad del país, donde tuve ocasión de servir 30 años, pude constatar cómo las adherencias, a menudo sin mérito intelectual rescatable, se fueron adueñando de los centros de poder que fueron apelmazando hasta colapsarlos. En mi novela La rebelión de las avispas (Prisma 2008), hay una narrativa bastante explícita de ese fenómeno tan arraigado en los claustros finiseculares.

Por la naturaleza de este espacio no se pueden detallar los eventos, pero tengo la seguridad de que la inesperada votación de la gente hacia el advenedizo Rodrigo Chaves, en 2022, es una reacción contra las adherencias que, por lapso de 20 años, habían generado los gobiernos de Arias, Figueres, Chinchilla, Solís y Alvarado, las cuales no solo taponeaban la administración pública, sino que derivaban muy a menudo en la corruptela, aunque hubieran sido gestadas con buena intención. No creo necesario repetir aquí el inventario por todos conocido, desde aquel lejano Fondo de Emergencias de los años 80.

Esa circunstancia adenosa contribuye a una trancazón de trámites proclive al peculado, la cual el vaivén pendular de la historia tiende a despegar, pasando de un extremo a otro como manera de corregir, digamos para entendernos: DES HERRUMBRAR.

Entonces aparece la figura embroncada de Chaves, que se aprovecha de ese sentir nacional y barre con lo que había, aunque él no tuviera partido, ni experiencia, ni conocimiento, ni cuadros, ni planes para gobernar debidamente a la nación.

Sus actos serán casi sorpresivos, sin planificación ni mucho rumbo, pero dirigidos a destaponar, y eso, a veces, le resulta saludable al país. Destaquear el maridaje publicitario de grandes medios de comunicación, con Canal 13; desalambrar anchas obras viales; destapar el túnel de La Galera; desentrabar el ferry a El Salvador; bajonear el precio de los combustibles; despegar el dólar del cielo; reducir la inflación y el desempleo; poner el arroz un poquillo más barato; bajar el déficit fiscal; subir el superávit primario; sentar en su sitio a los periodistas bocones; jalarle el mecate a los magistrados con su opulento régimen de pensiones; sacar del país a Riteve (que desde que la trajo el MAR, nadie había podido); bajar así el costo de la revisión un 50%; asustar al BCR y a todo el sistemas bancario para que compartan un poquito más; poner los escáneres en Moín; amarrar un poco la voracidad sindical y en fin, quitar las ataduras que los compromisos politiqueros habían creado en cuatro administraciones continuas de nadadito pendejo. ¿Se dan cuenta?

Es claro que todos estos logros son como bandazos, no obedecen a ninguna ideología articulada, ni visión de futuro, salvo cierto guión neoliberal cultivado en el FMI, de donde vino él, y que, por eso, las rutas de la educación, de la igualdad social, del reparto de la riqueza, se pueden desbarrancar en algún momento y generar graves turbulencias; pero como dirían los costarricenses que, en más del 60% lo siguen apoyando:

–…Por ahora, algo es algo.

No soy partidario de este gobierno. No lo he sido, ni hay peligro de que lo llegue a ser jamás, porque no creo en aparecidos, ni en partidos alquilados, ni en estadistas improvisados, pero en lo que va  del camino, pienso que a Costa Rica le hace bien una refrescada, una “destaqueadora” como la de Chaves, un deshollinador, que es la mejor palabra que se me ocurre para definir su estilo nada condescendiente de romper con las viejas adherencias que tantos aborrecimos tanto.

*El autor es periodista y escritor.

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