En este artículo, el escritor hace un exhaustivo análisis de la evolución de las mafias, lo que tiene mucha relación con nuestro entorno
Carlos Morales*
La palabra maffia se usó por vez primera en 1864 pero, la sociedad secreta dedicada al clientelismo, la extorsión, la vendetta, la búsqueda del poder y el dinero, ya se había incubado en Sicilia desde principios de siglo, con familias (coshe o fascios) que intentaban lucrar o sobrevivir del crimen organizado.
Por muchas décadas se negó en todos los ámbitos su existencia como organización criminal, pero ya desde inicios del siglo operaban en Italia familias de bandoleros dedicadas a cobrar impuestos y lucrar con lo ilegal.
La Camorra de Nápoles, por ejemplo, es mucho más antigua que la Mafia de Palermo, mas ocurrió que esta última alcanzó tanto poder y relieve –en la península y en el mundo– que hoy día su nombre es una de esas palabras representativas de la nación, como quien dice pizza, ciao, spaghetti, tano o cappuccino.
Pero el hecho de que en sus inicios se la desconociera o se la negara del todo, no era solo por influjo de los mafiosos, sino porque el fenómeno surgió como un reactivo social, espontáneo, fruto de la crisis, del caos económico y territorial, del desempleo, del desgobierno y no como planificación de los aventureros que heredó Garibaldi.
Las famiglias mafiosas se organizaron para subsistir en una Sicilia hambrienta, dispersa, desgobernada. Vendieron seguridad a los jerarcas, compraron votantes campesinos, sobornaron, extorsionaron o cobraron venganzas, y tuvieron que armarse para repeler a los adversarios, y si bien asesinaron enemigos, estas cosche no juzgaban su quehacer como una conducta delictiva, sino más bien como revancha lógica y dignificante.
De hecho, los capos de la “honorable sociedad” son reconocidos entre ellos como “hombres de honor”, porque reivindican ciertos valores tradicionales, como el machismo, la hombrada, la religión, el apellido o la cavallería rusticana, que volviera célebre y simbólica Pietro Mascagni en su ópera de 1890.
O sea, que al inicio de los actos mafiosos todo parece natural, humano, y los líderes lo justifican con la doble moral y la falta de escrúpulos. Una diputada que se siente privilegiada porque almuerza con el Presidente o porque le compra las tenis en Miami, no ve nada raro ni pecaminoso que en el patio de su casa descienda el helicóptero oficial para llevarla de weekend a Papagayo, o que sea injusto exigir una mordida cuantiosa por la licitación del edificio escolar que, con su beneplácito, acaba de ser construido en su cantón.
Todo parece normal. Pero claro, no lo es. La corrupción no es inherente al sistema capitalista, como piensan los mafiosos. Es un tumor.
Ya en la Sicilia del siglo XX, las mafias estrecharon vínculos con los partidos políticos y llegaron a penetrar profundamente las instancias de decisión en el Quirinale y en los sindicatos. Primero abogaron por los terratenientes, después por los campesinos, luego por la democracia, por el socialismo, por la dictadura o por el comunismo; porque a los mafiosos de buena calaña, no les importa mucho quién haga gobierno, siempre que sea redituable para ellos. Su espíritu de servicio es muy elástico.
En la tercera década de ese siglo, el fascismo que los había procreado, los exterminó con la bayoneta inclemente de Mussolini, pero no fue de muerte total. La organización revivió y más bien aprovechó las deportaciones a USA para sembrar tentáculos en Chicago, Nueva York y Las Vegas.
Fortalecida en Estados Unidos y con el nombre de la Cosa Nostra, acumuló suficiente capital para regresar a Italia después de la guerra, ahora con el tráfico de heroína. Empezó a servirle a la Democracia Cristiana de Amintore Fanfani en los años 50 y por su conducto penetró muchos gobiernos regionales y los círculos de poder que ponían o quitaban dirigentes en Roma. En los 70, los llamados “años del plomo”, constituyeron un Estado paralelo (¿se acuerdan de John Biehl, aquí?) y preñaron de terror, dinamita y sangre la bota latina.
Es la época del Virrey Giogia, de Giulio Andreotti, siete veces primer ministro; y hasta el escandaloso Silvio Berlusconi será resultado directo de la influencia que ejercen las mafias en las instituciones de Roma.
MAFIA TICA
Al ser una sociedad secreta, la mafia opera como una red de redes y sus iniciados no siempre están conscientes de la jerarquía y la pertenencia. Es lo que supongo está ocurriendo con los partidos políticos en Costa Rica: Se han dado cuenta de que la lucha electorera es un negocio muy rentable, y como ya en las distritales pasan a vivir de él, muchas veces no se percatan que sus comportamientos son mafiosos.
Entonces, los partidos se organizan para apostar y perseguir dos cosas: la toma del poder o la piñata de la deuda política. Si ganan ambas estarán en la gloria; si pierden una, siempre habrán ganado. Por eso es que los candidatos se autoproclaman y los cuadros de activistas son siempre los mismos. Todos arguyen –como los sicilianos– que su sacrificio es amor a la patria, pero en verdad es un modus vivendi que puede enriquecerlos y que no es fácil desdeñar porque, en tiempos de desempleo, de esa lactancia dependerán sus vidas.
En la Cosa Nostra, quien está juramentado solo puede retirarse fiambre o bien lo entierran en un estañón de cemento, porque el botín es inmenso y la actividad criminal despiadada. En nuestros partidos, las traiciones se pagan caro y aunque la delincuencia suele ser de cuello blanco y el castigo más blando, ya se avizora el peligro de que a un pentiti (arrepentido) le manden una moto. Puede ser cuestión de tiempo. ¡Dios no me haga profeta!
Las mafias sicilianas primigenias se organizaron en torno a la disputa territorial, más tarde pelearon las exportaciones de limón agrio y oliva, luego el poder municipal y regional, hasta terminar en las drogas pesadas, el contrabando y algunas actividades brutales; pero siempre es el negocio lo que está de fondo.
Por el clima de violencia y persecución que las forjó, en las mafias italianas prevaleció el brazo militar sobre el brazo político y de allí la sangre resultante. En nuestro medio, las mafias politiqueras privilegian la difamación, el truquillo político y la jugada sucia. En su mediocridad insondable, disfrutan mucho de la holganza, de los viajes NSP, del dolce far niente y se perfilan bien como cuadros partidarios, apoltronados en plazas burocráticas, consulados o curules a dedo, serviles o conocedores de algún secreto de campaña al que le sacan provecho (la omertá).
Son capos de un terrenito pecuniario o de un arcano social y como suelen ser verdaderos analfabetos, sus productos descollantes son trochas inservibles, platinas infinitas, leyes de tránsito inaplicables, filología para teléfonos celulares, sentencias judiciales obtusas, lápidas inaugurales, contratos espurios, puentes sin río, equipos Fischel inservibles, vaquillas fronterizas, jubilaciones tempranas, en fin, matráfulas de país tropical.
Son estas pequeñas mafias las que cierto día descubrieron que en la politiquería se despilfarra un gran dineral y van a saco por él con su doble discurso: por la patria, por la bandera, por el espíritu de servicio, aunque en el fondo se decantan siempre por el billete. Y como de ese billete comen, no pueden más tarde evadirse, y el círculo se convierte en vicioso. Por eso son siempre los mismos.
ESPEJO EN EL CONGRESO
Este descubrimiento de la política como bisnes (así dicen ellos, porque también tienen su jerga), lo vieron primero los partidos mayoritarios, pero ya lo han palpado los chicos y por eso cualquier secta, por minúscula que sea, sirve de plataforma para una curul y una buena pensión del Estado.
Los resultados se pueden ver en el actual Congreso, que es una radiografía del corrupto país que sufrimos. Las leyes que se tramitan no sirven o no tienen fondos ni reglamento y las despedaza la Sala IV, el diputado más imaginativo se trepa en una araucaria para defender su proyecto, algunos no hablan ni firman nada en todo el periodo, otros hablan por la boca de asesores que son convictos o exconvictos, muchos tienen expediente judicial, el nepotismo campea. En fin, una fauna débil que puede ser tentada hasta con un viaje a Disneylandia. ¡Ni hablemos de China!
¿Y qué se puede hacer o qué hicieron en Italia para liquidar a las mafias?
Bueno, eso podría ser tema de otro artículo; si no es que me mandan la moto.
* Periodista y escritor.
El artículo anterior y este se pueden leer en la edición 71 y 72
de El Jornal impreso y en la página www.eljornalcr.com y en www.carlosmoralescr.com