Por Carlos Morales*
(SAN JOSÉ, COSTA RICA, 20 DE NOVIEMBRE, 2015-EL JORNAL). Cuatro años después de la reunión de las mujeres –la cual no vamos a comentar aquí–, se realizó en Beijing la Primera Gran Convención Internacional de Rencos y Rencas (PGCIRR), cuyos targets (sic) se han ido cumpliendo lenta, pero febrilmente.
La reunión desplegó como consigna la frase: “No al empujón, todos somos iguales”, y contó con el patronazgo de la ONU, que siempre apoya estas causas “políticamente correctas”, como la invasión a Irak, el ataque a Malvinas o el bloqueo a Cuba, por ejemplo.
En la gran capital de oriente –no sin bronca– los 500 invitados de todos los países del mundo, diseñaron una estrategia de largo alcance para irse empoderando dentro de una sociedad global que –según ellos– los discrimina sin otra razón que una pata más corta, una rodilla floja o un tobillo torcido, fracturas todas que son siempre culpa de la sociedad injusta que vivimos.
Entre los viajantes allí reunidos, los había oblicuos de nacimiento, otros por causas accidentales, por guerra o tortura política e, incluso, por opción personal, y hasta auto-infligidos, como símbolo de esta humanidad suicida.
Todos alegaron discriminación infame en sus respectivas naciones, y sellaron el propósito irrenunciable de rebelarse contra ella y alcanzar las posiciones de mando que ese pequeño impedimento físico-social les estaba restringiendo.
Concibieron una plataforma mundial (PPP) y superando las muchas diferencias fisiológicas y óseas que ostentaban, terminaron por admitir a las mujeres, que si bien pocas –pues meten menos la pata– también son víctimas del oprobio rencofóbico imperante. Agregaron así la segunda R a sus siglas en español (PPPGCIRR).
Determinaron que una toma del poder en sus respectivos países era –por ahora– una utopía, pues la relación mundial entre rengos y derechos, estaba en uno por cada cien y, en los estados donde hubo guerra, –como El Salvador o Siria– , 3 por cada 100. Lo cual sigue siendo poco. “Mas no por eso vamos a dejarnos”, apostillaron.
Sin descartar ese ascenso final que podría conquistarse a pasito lento, diseñaron una estrategia de inclusión y visibilidad que señaló en los medios de comunicación colectiva la mejor forma de llamar la atención y volver sensible a todo el mundo de su estado de abandono y sufrimiento tan solo por una pinche metida de pata.
La propuesta de un vietnamita, sin extremidades, veterano de la toma de Saigón, fue acogida por ovación y, de inmediato, se integraron las comisiones locales para implementar en cada región el proceso de visibilidad rencal y empoderamiento, acordado por Beiging 99.
Naturalmente, sectores especializados de la ONU garantizarían las ONGs financieras para la ejecución de las directrices “en todos y cada uno de los estados miembros”, según estipula (sic) la declaración final.
En Costa Rica fueron puestos los ojos en los medios de comunicación tradicionales, especialmente en la tele y en los pocos periódicos que aun quedaban. El objetivo era infiltrar PGCIRR en los cuerpos de redacción, anchormen, editores y juntas directivas en la medida de lo posible, y no fijar un límite ni ocultar mucho su particularidad de cojos, que, de por sí, debe estimarse normal, pues la Constitución Política lo dice claramente (Art.. 33).
De entrada observaron que todos los medios de información, por una cuestión de conservadurismo y tradición arquitectónica, habían sido levantados sobre pilotes de dos metros treinta de altura, y sus oficinas dispuestas en niveles para arriba del piso tres. Todas ellas sin ascensor activo.
Un verdadero atentado contra la población trastabillante y prueba irrefutable de que estaban siendo marginados y, por tanto, deberían ser tratados según la teoría igualitaria de la “discriminación positiva”, descubierta en los think tanks de Washington, poco tiempo atrás.
Entonces, el reto sería –con esas dificultades reales– introducir, en cada diario, un primer miembro de la cofradía (como en Troya), para que este fuese luego jalando a los otros, mediante telas o mecates de uso clandestino, al tiempo que se publicitaba la ley 7600, que garantiza equidad y libre tránsito para las personas “desposeídas de las facultades locomotrices usuales”. (Jamás admitir el término renco, cojo, torcido, patuleco o discapacitado. Por ahora se deben usar los eufemismos “políticamente correctos”, como oblicuo, tembeleque, tumbado o zigzagueante); señala el manual de la Plataforma Patria Plana (PPP).
Una vez que ingresó el primer oblicuo al canal de televisión más importante, la invasión temática se extendió por todos los medios, los programas cojeaban por todos lados y el tema de la renquera (auténtica o de perro) fue apertura de los noticieros y portada constante en todos los diarios. Un cojito se dejó destripar los cayos por un BMW, y le sacó al dueño incapacidad de tres meses, dos gruesas de uñas de keratina, aparte de que lo apalearan en Hatillo 8. Por supuesto, todos los diarios le dieron coba a la víctima con sabañones, olvidándose, naturalmente, del apaleado. –Mundo bizarro –diría Superman.
Provocaciones iguales continuaron. Los tiesos –o no rencos– empezaron a sufrir pesadillas, crisis de pánico y a considerarse marginados, por lo cual se fueron a gestar una nueva reunión en Beijing para intentar reivindicar sus derechos esquilmados.
“No todo somos rencos”, gritó un periodista y lo desaparecieron del mapa.
*Escritor y periodista. Exdirector del Semanario Universidad y Premio Nacional de Novela 2009 por La Rebelión de las Avispas.