«AHORA LE LLUEVEN Y CON BILLETE», AFIRMA EN ESTE ARTÍCULO EL ESCRITOR, EXCATEDRÁDICO DE LA UCR DONDE ENSEÑÓ PERIODISMO DURANTE 30 AÑOS
Carlos Morales*
(SAN JOSÉ, COSTA RICA, 21 DE MAYO, 2020-EL JORNAL). Cuando dije, en el 2018, en una entrevista mutilada por el semanario Universidad que “el periodismo costarricense estaba destruido”, no estaba jugando de Casandra. Simplemente valoré y contrasté el panorama de cuanto ocurría en los medios y con los reporteros en ese momento, y lo que me había tocado aprender, y después enseñar, en las cátedras de periodismo.
Ahora, con esta peste horrenda del Covid-19, he podido ver más televisión y rastrear las noticias en diferentes órganos de prensa. No todos, por supuesto. El resultado de tal observancia es que mis pronósticos del 2018 se confirman y tienden a ser cada día más graves.
Ya no solamente se destruyó la “función de servicio público” que traía el periodismo desde su incubación, sino que se han traicionado muchos de sus principios éticos y profesionales, a menudo por unos centavos de más. ¿Será acaso la “nueva normalidad”?
La función primordial de servir a la sociedad, como el intermediario natural entre el hombre que trabaja y la realidad que le circunda, venía desde su cuna, cuando, para la hojilla llamada Gazette, que algún discípulo de Teofraste Renaudot pegaba en las paredes del hospital de Venecia para anunciar la llegada o partida de los barcos, o el ingreso de pacientes al nosocomio, era su principal razón de existir.
Aquel proto periodismo se expandió, se desarrolló y se convirtió en imperios dinásticos de información, pero siempre la prensa vivía animada por el interés de servicio público que satisfacía el derecho humano a la libre información (Carta Fundamental Art. 13). Esto es, llevar al ciudadano información veraz del acontecer diario.
Está claro que el capitalismo le inyectó sus garras de lucro y ambición monetaria, pero aun así se mantuvo como servicio, y combinó (sin revolver) noticia con publicidad para sobrevivir.
Ese afán primordial hoy está disimulado y lo que más se perfila es el segundo interés: un instinto de enriquecimiento que la va llevando a su perdición.
Si bien en los medios semanales o especializados todavía sobrevive cierto espíritu de servicio, en los diarios, que he podido seguir durante el confinamiento, se manifiesta un descenso, un marcado deterioro.
No tengo espacio ni pretendo reseñar todo cuanto he visto, pero puedo adelantar algo.
Ya, por ejemplo, los reporteros casi no van tras las noticias, como nos enseñaron los consagrados maestros. Ahora ellas vienen al periódico, noticiario o telediario. Y según afirman fuentes indiscutibles como Pilar Cisneros y Juan Diego Castro, muchas veces llegan adornadas de un poderoso billete mordelón.
Esto trastoca completamente la naturaleza de la profesión, para la cual antes había libros, normas, universidades, exámenes de ética, economía, historia, y ahora basta con un teléfono celular.
En el periodismo clásico, había un equipo de reporteros que estaban asignados a los centros nerviosos de la noticia (hospitales, policía, cámaras empresariales, parlamento, etc.) y debían salir todos los días a buscar los acontecimientos noticiables, en el entendido de que lo noticioso era escurridizo y había que perseguirlo. Para encontrarlo había que saber muy bien los 12 factores objetivos que determinaban su valor periodístico o interés público.
La universidad nos enseñaba que las “good news, no news”, no importa si un perro muerde a un hombre, importaría lo contrario. Por lo tanto, había que buscar las otras, las que el país tenía derecho a saber, pero algún interesado haría lo imposible por ocultar. En ello va una técnica, un conocimiento, un largo aprendizaje que se tomaba cuatro años, por lo menos.
El reportero graduado se sudaba todo el día la chaqueta y, en la noche, en una sala chispeante de máquinas y encorvados cazadores, circulaba el jefe de redacción preguntando: ¿cómo les fue?, ¿qué lograron traerme?, ¿averiguaron algo?
Hoy el diario ha despedido a la mitad de periodistas, los cuatro restantes se encargan de editar para dos o tres frecuencias (tv, radio, prensa) y, cuando el jefe pasa entre sus sillas sueltas y smartphones recargando, solamente pregunta: ¿qué nos llegó? ¿qué pescaron de las redes? ¿Había algo en Facebook o en Instagram o en Twitter?
Ya casi todo llega al periódico: el gobierno tiene su empresa de propaganda en cada ministerio con todo tipo de tecnología, las firmas privadas lo mismo, la policía manda sus vídeos igualiticos a todos lo canales, los faranduleros envían sus selfies y vídeos sin que nadie se los pida, y fue cuestión de contratar bombetas con celular en cada pueblo, para que la planilla bajara.
Pero claro, todo bajó. Todo se vino abajo.
El director puede ser cualquier exiliado sin chamba, el corrector no se necesita, los fotógrafos y camarógrafos pueden jalar, el editor puede sustituirse con una secretaria telefonista; eso sí, los corresponsales gratuitos no pueden faltar. Pero salen baratos. A veces con un Huawei están listos, aunque digan “tema” y “hubieron” a cada minuto, destrocen la sintaxis castellana y no sepan distinguir la Novena Sinfonía de Beethoven de la Corte Suprema de Justicia, como decía Beto Cañas.
El resultado es patético. Todo se destruyó. El proceso fue invertido: antes buscábamos la noticia, porque sabíamos lo que era (para eso la academia) y ahora la noticia los busca o llega solita a los cuerpos de redacción, aunque muy pocos saben lo que es. (Aquello de actualidad, trascendencia, proximidad…) ¡Uy, dije trascendencia! Eso ya no importa un pito, o recuerden las tetas de Marilyn, las movidas de A todo dar y las cuchufletas del Porcionzón.
Los medios se van llenando de la basura que llega gratis y el público se va dando cuenta, a veces, de que le están metiendo Clavillazo por Shakespeare, y empieza a confiar más en las redes antisociales, donde cualquier idiota dispone de micrófono y cámara para despedazar los cerebros de otros con las excrecencias de su cerebro ya despedazado.
¿Quién va a gastar plata en una revista literaria como Áncora, que ya de por sí venía en picada, o en un programa de alta cultura como los de Film&Arts? Nadie. Por lo menos aquí en Costa Rica, nadie.
Y los que pagamos los platos sucios somos los que, sin ninguna culpa, resultamos confinados dos meses en casa por orden de una pandemia global, que no sé si será tan dañina como la descrita líneas atrás. Claro, la salvada está en que algunos diarios de España, Francia, Alemania, Estados Unidos, todavía no llevan el camino del precipicio que afrontan los nuestros. Aunque en la otra peste andan peor.
Con cierto detalle, podemos ver un Telenoticias cada vez con menos noticias. Supongo que habrán despedido media planilla de periodistas y el anchorman se las tiene que jugar solo para llenar el espacio. Habla y habla. Se enreda, repite, se regodea, se alarga, anuncia un vídeo y aparece otro. Ahuyenta.
Presumo que, con dos o tres reporteros, no pueden enviar gente a cubrir todo cuanto pasa, y el director tiene que valerse de su prestigio, bien ganado, para que las noticias vengan a él. Así, el noticiario se vuelve un programa de invitados, de entrevistas, que como no hay que rogar ni que ir a buscar, pueden devenir muy ralitas. Y uno, que sabe que el país sigue marchando o matando (tres homicidios diarios), sufre por la falta de cobertura noticiosa. En mis tiempos del periodismo duro, los reporteros íbamos tras la pandemia, perseguíamos en la calle al coronavirus o lo que fuese. Ahora, como la tele es un magneto, el virus llega de visita a las redacciones y no hay que sudarse mucho la chaqueta, aunque por supuesto, se contagia igual. Cuando los veo tan juntitos en el set, pontificando, miro saltar los “mamoncillos chinos” de moda y hasta me da miedo que se me suban.
Y no se puede decir que esas deficiencias se justifican por el Covid-19, porque ya venían desde hace unos meses. En el periodismo clásico el repórter va tras la noticia, aun a riesgo de su vida. Hoy, en cambio, los de Canal 7 recomiendan: “quédate en casa”, y eso es bueno, pero ¿qué tal si los trabajadores de la salud, de la Cruz Roja, de los Bomberos, la policía y otros, les hicieran caso en estos momentos? Esa es la diferencia entre el apostolado de los profesionales en medicina, y el trabajo de los improvisados en el periodismo corporativo de hoy.
Incluso se ha llegado a suprimir el santa sanctórum de los periódicos. La cueva de redacción, que era el centro nervioso de todo diario, el templo de la planificación, comprobación y procesamiento de las noticias, y la gran escuela de los reporteros, según García Márquez, ya prácticamente no existe, ahora todos están en teletrabajo. Y si las noticias se dan en la calle y los reporteros no saben qué es noticia, no saben preguntar y están además guardados en sus casas, ¿qué podemos esperar los que salimos al trabajo y queremos saber qué pasó en el mundo más allá de nuestro confinamiento? Todos quedamos dependiendo de las redes antisociales a las que ellos pasan siempre sujetos.
Se acabó la lluvia de ideas, la interacción, la reunión de las once, la rigurosidad del editor, la corrección idiomática, la orientación de los viejos maestros… Es otro mundo.
Compartiendo, repitiendo, y traslapando contenidos para aminorar gastos, los mejores noticieros televisivos son los de Canal 6 (NC11 y NR6), que se juntaron en Repretel y aprovecharon la pandemia para mejorar un set y reorganizar presentaciones. Todavía movilizan reporteros y han acercado algunos corresponsales para seguir persiguiendo noticias, y no que se las pongan (o paguen), en la mesa. Con sus defectos, es lo más periodístico que nos queda en la Tele. Pero esos corresponsales, como los de Canal 7, son un riesgo adicional en la baja calidad y poca probidad del servicio periodístico, pues, al ser improvisados, su selección del material noticioso responde a criterios personales y no técnicos. Así nos topamos con notas como el éxito escolar de una sobrinita, “el aperturar” del restaurante vecino, el daño en una alcantarilla o “la gran labor” del alcalde local quien, por pura casualidad, es tío del corresponsal. O sea, perros que muerden hombres.
En estos medios audiovisuales los reporteros trabajan para dos o más canales, pero reciben solo un sueldo, o menos, porque la pandemia ha permitido el recorte. Me pregunto: ¿cuánto le pagan a cada corresponsal? ¿Cuántos rurales caben en los ¢900.000 mensuales de un periodista? ¡Honor y gloria de la Sala Cuarta!
En el dial, la Radio Universidad, septuagenaria emisora insignia de lo selecto, se convirtió en un menjurje de programas verbosos liderados por las escuelas de la UCR que pasan de la pésima dicción eslava, a la cero dicción de muchachos disléxicos. Eso sin hablar de los contenidos, que si salvamos la música, muy pocos merecen oído. Imagino sus porcentajes de audiencia.
En CR noticias (13 TV) pusieron un acento argentino para leer las informaciones. ¡Fatal! Lo demás son rellenos extranjeros y se les va la frecuencia incluso en medio de la lotería, que es lo más relevante de una señal que pagamos todos.
Como en los diarios televisivos, que inventaron su “sección comercial”, para jalar billete, La República no es más que eso, y se apeó todas las secciones informativas, salvando quizás la de fútbol. Se puede destacar su versión digital: ágil y moderna, aunque inclinada hacia lo pecuniario. El impreso, lleno de canjes comerciales, no debe circular ni 3.000 ejemplares.
El que parece morir más lentamente, con 74 años ya, es el impreso de La Nación, que se debate en rellenar 30 páginas a la manera antigua, pero con la ignorancia moderna. Su inclinación al entertainment parece obligada, pues muchos negocios de la corporación van por allí (Parque Viva, golf, Cervecería, automóviles, turismo, Papagayo, etc.). El contenido se despoja de noticias y se llena de lo que milenials recién contratados tragan en Netflix y en las redes. O sea, mucho serial, mucho comic, mucho manga y mucho heavy metal. Pura corronguera. Aun así, no es el peor, y todavía lo compro.
En medio de la crisis del Covid-19, este periódico resolvió suprimir el suplemento cultural Áncora, con 48 años de fundado y último resabio de su tipo, en la prensa diaria local. En su lugar se consolidó la sección anónima de chismografía y farándula denominada El topo, lo cual da buena cuenta de los altos principios y valores que rigen en la corporación.
El Grupo Extra, con impreso, televisora y website, se emperra contra el gobierno, que dicen no les da pauta, y cubre bien las noticias, pero esa marca de lo morboso y arrabalero lo relega a un sitial poco apreciable. Es como escandaloso y rudimentario.
El Semanario Universidad tiende a lo digital y tal vez, a cerrar el impreso, lo mismo que La Nación, pero suele tener algunas lecturas importantes, aunque sean cada vez menos y, entre algunos deslices juveniles y las notas pelis, como la de aquellos cantantes andróginos, es el que ofrece más lectura, pero no del acontecer diario. Siendo un órgano financiado con recursos del Estado, mantiene suplementos y servicios varios que la empresa privada no da, pero siempre se debaten sus autoridades superiores entre si eso vale la pena o sería mejor ahorrar. Por dicha que en la CCSS no pensaron así cuando universalizaron la seguridad social, si no estaríamos todos a 14 pies bajo el zacate.
Si en busca de noticias llega Ud. a Radio Monumental, se topa con una parejita inaguantable de coloquiales imberbes que se auto adulan y coquetean en medio de los comunicados de prensa que les han llegado por e-mail. ¡Turn off! No sé si sobreviven. De Columbia no sé nada. Nunca la encuentro, pero es por mi cegatera.
También se puede uno arriesgar a los digitales, como tabla de salvación. El Informa-tico muy pro gobierno, todo lo contrario de CRhoy. Los otros (que son muchísimos) no los veo, y no queda más que brincarse el charco y suscribirse a El país de Madrid, o refugiarse en CNN, que a pesar de los nematodos y helmintos que la inundan, cumple un papel informativo satisfactorio, especialmente en inglés. Lo mismo digo de Meganoticias, que me llega de Chile.
Bueno, y por dicha, la peste de la mediocridad mediática aun no contagia a grandes medios de USA, Europa y Suramérica, pero eso es otro cantar.
Y la gente piensa que el Coronavirus es la única peste de moda.
¡Qué va!
Moravia, 15 de mayo, en el año de la peste.
*Escritor y periodista