Por Carmen C.

CUARTA ENTREGA

(MARTES 28 DE FEBRERO 2023-EL JORNAL). Julia, a sus doce años, con su corazón roto y las ilusiones de una adolescente, se quedó solo con el recuerdo del muchacho de los ojos azules, y en la quietud de la noche tratando de no preocuparse sentía que estaba perdiendo el norte, no lograba aceptar esa vida cargada de ocupaciones, desventura e infelicidad en aquel pueblo que ella llamó El Rincón de la Congoja.

Esa finca cafetalera, donde se encontraban los baches y albergues de las familias que venían de diferentes lugares en época de recolección de café en busca de mejores oportunidades. 

El bache o conejera, que esperaba a la familia de Julia, era una casa vieja con dos aposentos pequeños, uno con dos camas de madera y el otro con un fogón, el cual se encendía a las tres de la mañana para tomar café y preparar los almuerzos del día.

Con el frío de la mañana, la familia de Julia se dirigía al cafetal, a empezar el peliagudo trabajo, algunos días de lluvia, otros con calores sofocantes, soportando las picaduras de insectos, la ortiga de gusanos y el golpe de las bandolas y ramas; mientras esperaban la hora de medir el café y recibir los boletos que se intercambian el fin de semana por dinero para el sustento diario de cada día.

En ese pueblo, Julia vivió seis meses casi en silencio compartiendo las trifulcas familiares al igual que las esperanzas de una vida mejor, hasta que un domingo acompañó a su padre a visitar a su madrina Francisca, a quien todos conocían como Doña Chica, una mujer de pequeña estatura, gorda, cabello cano ondulado, con largos vestidos de diversos colores y un delantal en el que llevaba siempre monedas para compartir con todos sus ahijados cuando venían a saludarla.

Julia la recuerda en la cocina preparando café para los muchos visitantes que llegaban a su casa después de la misa del domingo o entre semana cuando sus familiares venían de los pueblos cercanos a hacer sus diligencias a la Villa de la Montaña, su hogar desde niña, una pequeña ciudad rodeada de montañas, senderos y selvas tropicales que invitaban  a la meditación y al encuentro con Dios.

Así fue, mi querida amiga , como Julia, a solicitud de su madrina y a cambio de un pequeño aporte económico con el que le podía ayudar a su familia, se quedó en la Villa de la Montaña, dejando atrás las adversidades y recobrando sus deseos de libertad e independencia.

Cinco meses después se encontraba Julia en el parque de  la Villa con Felipe, un muchacho que había conocido en casa de su madrina y se había convertido en su mejor amigo y compañero, con el pasaba ratos maravillosos.

Felipe le tenía un gran amor, tanto amor como para convertirla en su esposa, pero ella a pesar de que sentía amor por él,  la idea de ser una mujer con autonomía absoluta  la llevó a tomar una decisión.   

No fue tan fácil pero tenía que hacerlo. El siguiente domingo, muy temprano, se fue de la ciudad dejando tan solo una nota para Felipe que decía: También te amo, pero no soy la indicada para ser su esposa”.

Mi querida amiga, como comprenderá, para Julia ser una profesional se convirtió en una obsesión y esa fue su prioridad, renunciaba al amor, y a cualquier otra actividad que obstaculizara  alcanzar su meta.  No le interesaba divertirse como las jóvenes de su edad, soñaba estudiando e ingresando a instituciones y constantemente pensaba y se repetía: Si pudiera lograrlo, mi vida cambiaria; sin embargo, seis meses después ingresó a la secundaria, descubrió que los sueños solo se logran si miramos el futuro con los ojos del alma, con el corazón limpio, permitiendo que las dificultades de ayer nos permitan volar más alto cada día.

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