POR CARMEN C.
(LUNES 29 DE MAYO 2023-EL JORNAL). Querida Amiga. Hoy, frente al espejo al igual que ayer y a pesar de que mi rostro y mis canas insistan en que el tiempo corre, soy muy feliz, aunque mi mente mantiene recuerdos que viven latentes en mi corazón, memorias que remueven emociones y sentimientos cuando tropezamos con fantasmas del pasado, aquellas almas que nunca se atrevieron a correr riesgos o enfrentar desafíos para alcanzar una vida plena.
Así es mi querida amiga, ayer en plena avenida central me encontré con Damián, aquel muchacho que creció mirando y escuchando el murmullo del mar a través de la ventana. Entonces él había pensado que sería maravilloso despojarse de su ropa de vestir, bajar las escaleras, cruzar la calle, correr descalzo por la playa dejando sus huellas en la arena, sentarse a la orilla del mar mojando su cuerpo con el agua que trae el ir y venir de las olas, compartir con los niños que miraba a través de la ventana, pero él no contaba con la aprobación de su madre.
Cuando Damián, tenía 18 años, muchacho alto, fornido, piel bronceada ojos azules recorría el trayecto de regreso a su casa, como todas las tardes después de haber salido a caminar por la playa y disfrutar del atardecer, observó a una joven desconocida apoyada en una palmera, contemplando el mar.
Soplaba un viento frío que movía la abundante cabellerade aquella joven, que cubriendo suavemente sus grandes ojos negros y dejando al descubierto sus hombros de tez morena, que sobresalían del escote de su sencillo vestido, a ella parecía agradarle que la brisa ondease su cabello negro ondulado y acariciara amistosamente su cuerpo.
Damián pasoó al frente de ella, acercándose lo más posible, la joven lo miró fijamente a los ojos y le sonrió, como quien espera compañía. Cuando el muchacho llega a su casa reflexiona acerca de su soledad, la imagen de aquella muchacha con su vestido corto sin mangas dibujando gradualmente el contorno de su piel no lo deja dormir y así continúa esperando con ansias el atardecer del día siguiente.
Sin duda, era evidente que Martha se sentía atraída por aquel muchacho; si no, no habría aceptado con tanta apacibilidad. Sonriendo sin hacer el mayor esfuerzo caminar de la mano con un desconocido por la playa bajo la lluvia tan solo al segundo día de su encuentro. La felicidad los embarga por completo, iniciando una relación que se mantiene durante seis meses, siempre uno al lado del otro, descubriéndose mutuamente en cada nuevo trayecto.
Los padres de Martha habían fallecido siendo ella muy niña, ella vivía con una tía que nunca expresaba preocupación alguna por los movimientos de su sobrina, quien aprovechaba la situación para vivir con absoluta libertad con sus vestidos sencillos y trasparentes, experimentando muy bien cada rincón de la playa, danzando y corriendo detrás de las gaviotas que buscan comida a la orilla del mar.
¡Quizás ella también soñaba con encontrar a alguien a quien amar!
La madre de Damián quería para su hijo una muchacha sumisa, creyente, espiritual, educada de buena familia, buen carácter, dispuesta a obedecer las leyes de Dios y asistir a la Iglesia de acuerdo con las costumbres de la Familia. Martha enamorada, con sentimientos sinceros intentó complacer los deseos de Damián, quien a pesar de que la amaba vehementemente no toleraba que las actitudes impetuosas e impulsivas de su gran amor se interpusiera en los deseos de su madre, quien cada día agregaba una nueva nube gris al cielo azul de los dos enamorados, hasta lograr oscurecer por completo el atardecer.
Hoy, cuarenta años después, Damián continúa solo, añorando volver a encontrar aquella muchacha sencilla contemplando el mar.