Por Carmen C.
PRIMERA ENTREGA
Julia
Querida amiga
(MARTES 31 DE ENERO 2023-EL JORNAL). Anoche, escudriñando chunches viejos, en una caja de madera me encontré un descolorido cuaderno, que resguarda con recelo grandes y pequeñas anécdotas de mi amiga Julia, la cual merece ser contada; aunque no es una historia de un día.
Julia, la hija y nieta primogénita de la familia Núñez, vino al mundo en la cama de sus padres, con la ayuda de su Abuela Piedades, una mujer de baja estatura, delgada, piel morena, cabello castaño ondulado, grandes ojos color miel, divertida y cariñosa. L
a abuela Piedades era conocida en el pequeño poblado de Los Olivos como la curandera y comadrona, ella era quien llevaba del vientre a los brazos de su madre sano y salvo a cada nuevo inquilino que llegaba con un leve suspiro al pequeño pueblo: La Abuela siempre les decía: – Aquí está, es un angelito, un regalo de Dios, otro santo que necesita ser bautizado.
La Abuela también era perseguida por ser quien acomodaba los huesos descalabrados, y curaba las dolencias de los individuos del pueblo con sus mejunjes. Su padre, hombre cariñoso, fiel enamorado de su esposa, era un campesino dedicado a la agricultura, y guardián de su familia.
Su madre era una mujer trigueña, de cabello negro lacio, piel blanca, clásica ama de casa, ocupada de las labores hogareñas y del cuidado de su esposo a quien deleitaba repitiendo las canciones que escuchaba desde niña, mientras corría detrás de las mariposas tratando de atraparlas acompañada de su perro Boby.
Julia no nació en cuna de oro, pero sí rodeada de amor y cariño de su familia, sobrevivió bajo el sol y a las frías madrugadas. Creció entre cañales, potreros y cafetales, acompañada de adultos y el mayor tiempo al lado de su abuelita, de quien obtuvo conocimientos acerca de plantas medicinales y de cómo debía rezarles a las animas benditas para pedir ayuda por sus familiares vivos.
La abuelita Piedades poseía una enorme fe en el niñito Jesús, en la Virgen María, Santa Eduviges, Santa Lucíaa, pero sus preferidos eran San Francisco y San Martín de Porres, por ser los santos protectores de los pobres, a ellos les prendía una candela y les rezaba todos los días.
De ella, Julia escuchaba historias de brujas, espantos y maleficios, y como atrapar brujas, ya fueran estas buenas o malas, quería que su nieta preferida siguiera todos y cada uno de sus pasos, pero Julia se mantuvo siempre perseverante y un poco escéptica con las enseñanzas de la Abuela
Así fue como la niñez de Julia transitaba, como las de otras niñas de su edad, en ayudar a su padre en las labores del campo y a su madre a cuidar a sus ocho hermanos, sobrevivir a las limitaciones, y sin dejar de delirar una noche de invierno con su lápiz en las manos, bajo la luz de la candela, vislumbró por enésima vez que una pluma es mejor que una caña, y repasando sus ideas, por fin un día de tantos, amaneció.
ESTA HISTORIA CONTINUARÁ