(LUNES 19 DE OCTUBRE, 2020-EL JORNAL). El fútbol ha pasado por numerosas transformaciones, desde los orígenes burgueses hasta convertirse en el deporte más amado por las masas.
En esa larga metamorfosis no ha perdido nunca su encanto, que consiste en hacer que quienes lo practican vuelvan, siempre, a sentirse niños, libres y capaces de correr tras un balón como si en ello se les fuera la vida.
Luego vinieron las reglas, los sistemas tácticos y los discursos, que muchas veces han llenado de lodo y oscuridad al deporte más extraordinario que ha inventado la humanidad, por encima del ajedrez y de muchos otros, como los de atletismo.
En todo este camino, en Inglaterra, donde nació el fútbol moderno, no olvidan que el balompié tiene que ser magia, improvisación, luces y sobre todo emociones.
El partido que protagonizaron el Tottenham Hostpur y West Ham United, con empate agónico a tres goles, es una muestra de que el mejor fútbol, aunque me duela decirlo, se juega hoy en la Premier League.
Lo grandioso de la Premier League es que hay un pacto tácito de jugar con una clara vocación ofensiva. No importa que hoy se enfrenten el primero contra el último lugar de la clasificación. Se sale al campo como en los albores de esta disciplina y se tiene como propósito supremo meter goles.
Más allá de lo táctico. Más allá de lo estratégico. Lo que importa de verdad es el espectáculo. Por ello, no en vano, es la liga mejor vendida del mundo. En Asia hace las delicias la Premier League. En Estados Unidos tiene una alta demanda. ¿Quién demandaría un producto mediocre con equipos parados atrás en espera de no recibir goles y sin posibilidad de lograrlos?
En la Premier League entendieron que la magia del fútbol está en tomar riesgos y que un 3 a 0 nunca es definitivo, que puede tener un cierre de película como el que observamos el pasado domingo, cuando el West Ham empató con un gol soñado del argentino Manuel Lanzini.
Ni el mejor guionista pudo haber previsto un cierre de ese calibre. El Tottenham dejó escapar una victoria esculpida en los primeros 16 minutos, pero el gran ganador es el aficionado, la misma liga y su mercadeo.
Mientras la magia se desborda corre en las gramillas de esas latitudes, horas después en Costa Rica vimos el juego Saprissa-San Carlos.
Y de este partido no hay nada que decir, excepto que fue un ejercicio prolongado de monotonía. Por este camino jamás llegaremos a Roma.
Ya lo dijo Joan Manuel Serrat con una contundencia demoledora: “Nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio”.
*Periodista, escritor y comentarista. Premio Nacional de Periodismo Pío Víquez.