(JUEVES 03 DE NOVIEMBRE 2022-EL JORNAL). ¿Se puede salir humillado de una final? Sí, y el mejor ejemplo es Alajuelense, que ante su noble y leal público, vio cómo Olimpia festejaba en su propia casa, después de realizar un partido en el que, una vez más, no encontró respuestas en el banquillo.
No es de ahora, pero ayer le tocó el turno a Fabián Coito, quien con gran honradez reconoció que el responsable último de la debacle fue él, al perder el cetro de la Concacaf.
Hace ya mucho rato que los rojinegros no aciertan en el banquillo. Con un técnico de jerarquías, esa autoridad se traslada a la cancha y se depura la calidad en ella. Hoy jugar en Alajuelense es relativamente barato. Con poco, un futbolista se puede poner la camiseta rojinegra.
Desde que el modelo de Agustín Lleida apostó por sacar a los asistentes y entrenadores de ligas menores, cuya mayoría eran exjugadores, se dio el mensaje de que todo lo que venía de fuera de la institución manuda era mejor.
Anoche, una vez más, se demostró que no era cierto. Pobre afición. Una pesadilla más. Una jornada más sin respuestas. Una pista está en recobrar ese ADN. En entender qué significa ese escudo.
Ayer en concreto, en efecto, el técnico se equivocó con un Doryan Rodríguez perdido y se mantuvo todo el juego. Un Johan Venegas errático como enlace, cuando esa función, dado el momento, la pudo desempeñar Aarón Suárez y el partido era para Alex López desde el comienzo. Estos son solo una pincelada, pero los problemas de la Liga son síntomas de un mal mayor.
Eso que llaman identidad y que puede ser tan efímero, según se analice, desapareció en Alajuelense. La Liga es un equipo sin alma y esta grieta viene desde la dirigencia que no sabe para dónde va.
Duele ver a la Liga arrodillada como anoche. Festejo ajeno casa propia. La pesadilla manuda debe terminar. La institución rojinegra y la afición no merecen tales humillaciones.
