(MARTES 18 DE ENERO, 2022-EL JORNAL). Desde que por el principal organismo del fútbol pasara Joao Havelange, la FIFA no solo se convirtió en una gran transnacional, sino que también en un maquinaria de hacer dinero y de hipocresía a escalas incalculables.
Ahora lo ha vuelto a hacer la FIFA al autorizar a México a contar con un “grupo de control” de 2000 aficionados en el partido contra Costa Rica.
Ya de por sí la raíz del problema evidencia un proceder absurdo e inmanejable: ¿cómo hacer para controlar lo que diga y piensa una masa de 100.000 personas? Es imposible. Castigar a una Federación por los insultos que puedan proferir sus aficionados es ciencia ficción, porque es inmanejable lo que pide la FIFA.
Los aficionados mexicanos seguirán lamentablemente profiriendo insultos homófobos y eso solo el tiempo y la educación lo pueden corregir nunca la FIFA ni la ONU, ni la UNESCO, y ni siquiera la Inquisición si tristemente se volviera a instaurar.
La única vía es la educación. El respeto por el otro. El saber que somos distintos. Sin embargo, ello lleva tiempo y no se corrige con un anuncio por los autoparlantes. Por eso, es que la determinación de la FIFA de otorgar la opción de que asistan 2000 aficionados a un histórico estadio como el Azteca, al que le caben 100.000 personas es ridícula.
Lo mejor hubiera sido que se jugara con aficionados –al 50 por ciento por la Covid—pero no abrir la puerta para 2000 aficionados, que si bien darán un colorido, serán a la postre insignificantes.
Y hay que ser claros: al jugador en este caso al mexicano y al costarricense le gusta jugar con público, no importa que en este caso Costa Rica sea visita, al jugador en el fondo, lo motiva la presencia del aficionado en la grada.
Y al futbolista, en su faena, la verdad, es que esos insultos generalistas –que no deben dearse desde luego, pero que no se pueden controlar—ni lo inmutan.
Lástima que la FIFA, en su mojigatería e hipocresía no ha querido dar el brazo a torcer y entender de una vez por todas que no hay manera humana de controlar una marea de cien mil gentes.