…en el futuro, con tal de ser famosos, de que alguien nos mire o hable de nosotros, estaremos dispuestos a todo: incluso a ser el cornudo del pueblo o una puta de poca monta… (cifr.) Umberto Eco

(LUNES 09 DE ENERO 2023-EL JORNAL). La primera vez que oí la expresión “pérdida de valores”, fue en un discurso de Mario Echandi Jiménez, quien lamentaba la decadencia general en que entraba nuestro país, allá por los años sesenta. Se refería, entre otras cosas, a unos vándalos que disparaban cachirulos con grapas de acero a los transeúntes de la Avenida Central.

Después –en los setenta– el concepto lo retomó, en un artículo del diario La Nación, el economista Jaime Solera Bennett, quien dijo: “sufrimos una crisis de valores”, y, de allí en adelante, los valores no han dejado de perderse.

Cuando decimos valores, estamos evocando todo. Todo lo que sea humanismo, pensamiento propio, ética, moral, tradiciones, conquista histórica, etc. En el fondo: la esencia de lo que veníamos siendo. Podríamos decir pérdida de “costarriqueñidad”, pero como se verá, el fenómeno no es solo en nuestro país. Es un tumor globalizado.

Es un fenómeno de desmaterialización de las cosas. Del valor que antes tuvieron. Una liquidación de todo (en el sentido de volverse líquido), de disolverse, de derretirse o licuarse lo que antes era o parecía estar sólido. 

Ya Zygmunt Bauman ha teorizado a fondo sobre esa humedad que vivimos (Modernidad líquida, 1999), y es la gran angustia que padecemos hoy los costarricenses no adictos a las redes antisociales. Los que viven felices en ellas padecen el engaño de un metaverso, una realidad que les parece concreta, pero que nada tiene que ver con la realidad real, la cual llegan a desconocer al punto de no saber cómo enfrentarla. (Estulticia, dislexia, analfabetismo, aumento del suicidio juvenil, por ejemplo).

En su momento, las sociedades antiguas fueron domesticadas con pan y circo. Era poco pan, pero el necesario para la sobrevivencia y, ya en nuestros tiempos, es mucho el circo.

En una inmensa red de disolvencias se van extinguiendo los puntos de referencia, los líderes, los caudillos. Frente al debate ideológico se van imponiendo el eslogan, la frase hecha, lo irreflexivo. Es como una negación de la profundidad, del afán de investigar, del impedir que el tiempo derrita las cosas. Como en los relojes de Dalí.

Lo que después de Guy Debord, Vargas Llosa denominó, en 2012, “la civilización del espectáculo”, había comenzado a tejerse en los años 60, con la frivolización de los medios de comunicación (infontainment y periodismo corrongo). Y la decadencia apresurada de los líderes nos volvió cada vez más inermes, más desorientados, aunque llenos de vacilón. Un vacilón muy entretenido, tal vez televisivo, con pantalla interactiva, pero un vacilón tonto.

Me tocó sufrir la disolución de mi querido oficio, “el más bello del mundo”, que dijo Gabo. Yo, que había crecido entre Woodward y Bernstein; Formoso y Marín Cañas; Kapuscinski y García Márquez, hube de escuchar a un imberbe de espejuelos, en una reunión de academia, recalcarme “que todo eso estaba obsoleto, que ahora sólo valía la comunicación total”.

Y tuvo razón el lagartijo aquel. La Escuela de Periodismo, que tanto nos había costado levantar, desapareció totalmente, y el petimetre, que jamás concibió una pieza de valor en periodismo, se volvió célebre como animador de fiestas, como conductor de bodas, como weeding planner, como political coach y hasta como predicador en misas de revestidos. Era un total… Quizás hasta Presidente llegue a ser… Está en su charco. Que viva el populismo.

Es que en los años 70 decayó el pensamiento, se diluyó el liderazgo: Un diputado, de apellido Carballo, que había sido guía de juventudes, proclamó que él no era él, si no un instrumento de su partido. “Yo no soy yo”, dijo, cuando le torcieron un brazo. Se deshacía así el líder, el orientador, el filósofo, el punto de referencia en la política, pues el último gobernante filósofo (como quería Platón), fue Daniel Oduber, y algunos dicen que también fue el último que mandó. Los siguientes serían nada más que componedores, negociadores, pro cónsules, transmisores de línea, con muy escaso poder de conducción y de gobernanza.

Una noche, José María Figueres me dijo: –“Aquí no se puede hacer nada… ellos lo deciden todo”.

Estábamos en la Presidencia, ante una delegación de altos ejecutivos del Fondo Monetario Internacional, y era la época de los P.A.E. …Hoy ya el FMI no tiene necesidad de enviar esas embajadas: uno de sus ejecutivos se ha instalado en Zapote. Quizás por eso se le nota cierto poder de mando, gerencial o proconsular. No sé… Como ha dicho Óscar Arias: “hay que darle más tiempo”. Yo no entro en especulaciones ni bateos –por ahora– mas, como ya dije, no tengo grandes esperanzas.

La política se desparramaba como un gel. Daba lo mismo un candidato economista PHD, que un charlatán como GW. Es más: los bufones, los payasos, los cómicos triunfaron en muchas partes. Por ejemplo, en Estados Unidos, en Guatemala, en República Dominicana y en la actual Ucrania.

Era como en el tango:

¡Hoy resulta que es lo mismo

ser derecho que traidor!…

¡Ignorante, sabio o chorro,

pretencioso, estafador!

¡Todo es igual!, ¡Nada es mejor!

¡Lo mismo un burro que un gran profesor!

Como en Cambalache (1935), el fenómeno de la disolución de las cosas es una característica de nuestro tiempo, y sí, viene de lejos, pero se intensifica en estos días. Bauman asignó el término de “modernidad líquida” a los tiempos actuales, basándose en los conceptos de fluidez, cambio, flexibilidad, adaptación, entre otros. Sostiene que lo “líquido” es una metáfora regente de la época moderna, ya que esta sufre  continuos e irrecuperables cambios. Asimismo, lo líquido no se fija en el espacio ni se ata al tiempo, se desplaza con facilidad, no es posible detenerlo fácilmente; y todas estas son a la vez características fundamentales de las actuales rutinas diarias. Es como cuando se sale el río Ocloro.

Con la aparición de la física cuántica y el descubrimiento de las partículas invisibles (quarks, neutrinos y leptones), hasta la ciencia vino a corroborar la dispersión proteica y volátil de nuestra realidad social.

En el pasado, nos encontrábamos en un mundo predecible y controlable, algo más sólido. La rutina, la visión a corto plazo, las costumbres, las colectividades eran sus características. Todo este panorama empezó a “derretirse”, y cambió nuestra sociedad hacia otra más maleable.

Lo licuado del mundo de hoy nos enfrenta a una Costa Rica sin líderes, sin referentes, sin héroes a los que valga la pena emular. Antes uno podía ubicarse, ideológicamente, entre Manuel Mora y Pepe Figueres, para poner un ejemplo; mas hoy no existen tales puntos de referencia. Todo es igual y lo que no se iguala, lo equiparamos mediante la discriminación positiva, la cuota, la ley ex profeso, lo políticamente correcto, o la mera serruchada de piso.

La barda de la emulación se ha colocado lo más bajo posible, se ha puesto al nivel del pato: no es necesario volar para traspasarla. Todos somos iguales, todos merecemos medalla.

Se trata de un estado global, de una gran red de redes que todo lo abarca, que está interconectada y en la que los medios de comunicación masiva tuvieron y mantienen presencia crucial. Desde el periodismo light, que empezó en los sesentas, se comenzó a cumplir la ficción de Orwell, que estaba prevista para 1984: hacer la guerra es la paz, el amor es el odio, la verdad es la propaganda, la esclavitud es la libertad y la ignorancia es la fuerza.

Aunque parezca distópico, absurdo, ya buena parte de sus pronósticos están vigentes y en plena ejecución, aunque Orwell pensó en una dictadura socialista (Ingesoc, se llama la neo lengua impuesta por el Gran Hermano, equivalente a english socialism), su profecía se está cumpliendo de manera sorprendente en todo el mundo capitalista, gracias a la globalización y a la acción de los medios tradicionales, convertidos hoy en las implacables redes antisociales de Internet.

Traído a lo local el fenómeno, podemos denotar una tendencia a desprestigiar y disminuir las diferencias, todas, incluso las de sexo. Todos debemos ser iguali-ticos y actuar en concordancia, de manera que el listón del pato baja a los estratos mínimos y, tanto la repartija de reconocimientos como la valoración y el castigo para los diversos, se tornan en horrendos umbrales de mediocridad.

Como hoy todo el mundo publica su librillo, porque es un derecho humano, no importa que sea basura; como todos tenemos derecho a cantar, nada importa que quien gane los Gramys sea alguien que ladra, o perrea. Los íconos del pensamiento y la excelencia pasaron a ser los inverecundos de la farándula que cuentan chistes o hablan de “aperturar”, “referenciar”, flipar, estar “al pendiente”; dicen truculento sin saber qué significa, y repiten el comodín “tema” en la televisión todo el día.

Esta semana aparecía, en la portada de La Nación –nada menos que junto a Messi– un cómico inédito y sin gracia que “prometía hacernos felices en la Navidad”. Y he podido ver, en la TVE, un mono chorreando pinturas contra un lienzo para que después un marchante las vendiera a precio de Shoteby´s en el casco antiguo de Bilbao… Si las firmara con el nombre de Ma-Caco, la polisemia sería genial.

Ya no se requieren estudios para casi nada, aunque proliferen las universidades de garaje. Para ser periodista de prensa, radio o televisión, basta con poseer un celular, y para pontificar de fútbol basta con ir al estadio o escuchar a los “expertises” de la tele.

En la sociedad líquida todo es así: todo chorrea. El mundo patas arriba y la mediocridad al alza. Así lo detectó Galeano:

“En esta escuela del mundo al revés, el plomo aprende a flotar y el corcho a hundirse. Las víboras aprenden a volar y las nubes aprenden a arrastrarse por los caminos”.

En tal proceso de disolución, los falsos valores reinan como las fake news, y de allí que las estatuas se caen y los buitres se suben a los pedestales. Pero como todo es acuoso y es obligatorio navegar en la misma sustancia viscosa de la igualdad, no es posible protestar, porque te aplican ipso facto el bajonazo igualitario. Ya por cuota, por regulación o por “el derecho humano de las mascotas¨, tan de moda hoy día.

Se puede apreciar esto (v.gr.) en el régimen de publicación de libros.

Al desaparecer casi por completo la crítica literaria y los consejos de redacción en las editoriales, todo texto es publicable, siempre y cuando sea pre-pagado, y ya todos revueltos en la líquida igualdad escritural, tenemos que repartirnos los piropos de la misma forma: cabeza a cabeza, como en el tango.

Entonces se inventan actos y leyes para galardonar con equidad a todo el que nade hasta la orilla. Basta con el “nadado de perrito”. Las medallas se reparten, con tal holgura y displicencia, que ya perdieron su valor y, como en el caso de la legión de honor, el mejor honor es no tener ese honor.

El gran problema es que todo se desvaloriza, se desprestigia y, por ejemplo, un benemeritazgo, que antes era solo para una persona muy singular que se distinguía con exceso por sus ejecuciones épicas o conquistas, ahora se lo han dado hasta al camión de los bomberos y al edificio del teatro local, por cumplir con su cometido. ¿Seguirá acaso Marito mortadela, por no moverse de la Avenida? O revivirán también a “Azulito” ¿por no cambiarse nunca de ropa?

Pero claro que es desesperante este mundo delicuescente donde nada se sostiene y todo se nos derrite. Los valores se han venido al suelo y los sustitutivos son falsos valores que nos llevan a opinar como en el tango:

Que el mundo fue y será una porquería, ya lo sé

en el 510 y en el 2000 también

Si es lo mismo el que labura

noche y día como un buey

que el que vive de las minas

que el que mata, que el que cura

o está fuera de la ley.

Todo es igual, nada es mejor

lo mismo un burro que un gran profesor.

 Con repetirnos históricamente que se han perdido los valores (Echandi et al), y que vivimos un mundo al revés, no es mucho lo que ganamos, pero por lo menos se puede tomar conciencia del charco deletéreo en que nos disolvemos.

En su libro De la estupidez a la locura, crónicas para el futuro que nos espera (Lumen 2016), Umberto Eco dice que “sí se puede salir de la liquidez, el problema es que la política y en gran parte la intelligentsia, todavía no han comprendido el alcance del fenómeno, y Bauman continúa siendo una vox clamantis in deserto”.  

En fin, que como se nota, la fetidez es global y eso por lo menos es un consuelo para los tontos…

Cuestión de inscribirnos en ese rango del pato.

 

 

Moravia, diciembre 2022.

PS:  Concluidas estas reflexiones, en el fin de 2022, y sin que yo lo haya solicitado, explota en el país el escandalillo de los troles: una zambumbia de viejas de patio que La Nación, Canal 7, et al, llevan a sus portadas, convirtiendo en héroes a los delincuentes de la red, y, en excremento, esa liquidez fétida de nuestra realidad cotidiana.

Alea jacta est.

*El autor es periodista y escritor. Y Premio Nacional de Periodismo.

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