(JUEVES 27 DE JULIO 2023-EL JORNAL). Juro que pensé, de entrada, que era una noticia falsa: la carta de Luis Fernando Suárez está entre Paulo Cohelo y Dale Carnigie, aquel que escribiera el famoso libro ‘Cómo hacer amigos e influir en las personas’.
Además de un par de errores ortográficos, que no debió permitirse el señor Suárez, y algunas incoherencias en la redacción, que revelan el descuido de quien al final terminó por escribir la carta, el asunto de fondo es sumamente infantil.
El ejercicio es el mundo al revés: el entrenador que se convierte en alumno y aprende de solidaridad, de cálculos, de emociones. La carta retrata, eso sí, a las mil maravillas, por qué nos fue tan mal.
Ya no son las palabras de Rónald Gómez las que están de por medio y que todo periodista podría poner en cuarentena mientras va confirmando sus afirmaciones.
Lo que está escrito en la carta, porque al final la firma Suárez, es el sentir del técnico, quien se deshace en elogios con sus “maestros”, es decir, sus jugadores.
Mucha superficilialidad y banalidad para un hombre de 63 años y tres mundiales en su haber. No hay el menor rasgo de aceptación de que se pudo haber equivocado en las distintas fases que tuvo el seleccionado en dos años bajo su mando.
Hay mucho azúcar barato, de tercera categoría, en su misiva, y esa es una manera camaleónica de salirse por la tangente.
Es apelar a la Morfología del cuento de Vladimir Proop en la que el autor ruso analizaba aquella estructura de “había una vez”.
Y por esa vía, Suárez se salta todas sus responsabilidades. La carta termina convertida en un cuento de hadas, donde surgieron unos maestros en el momento menos pensado, entonces, yo viejo sabio, me convierto en escucha fértil y de esa función nace el éxito que culminó en el Mundial de Qatar 2022.
La de Suárez es una retórica de autoayuda: lagrimera, sin música y pasando de puntillas por los grandes problemas que marcaron su gestión en la Selección Nacional.