Por Leonardo Boff
(SAN JOSÉ, COSTA RICA, 30 DE MAYO-EL JORNAL). En la sociedad brasileña actual existe una ola de odio, de rabia y de desgarramiento que rara vez hemos tenido en nuestra historia.
Hemos llegado a un punto en que la mala voluntad generalizada impide cualquier convergencia hacia una salida de la abrumadora crisis que afecta a toda la sociedad.
Immanuel Kant (1724-1804), el más riguroso pensador de la ética en el Occidente moderno, en su Fundamentación para una metafísica de las costumbres (1785) hizo una afirmación de importantes consecuencias: No es posible pensar algo que, en cualquier lugar en el lugar del mundo e incluso fuera de él, pueda ser tenido estrictamente como bueno, sino la buena voluntad (der Gute Wille).
Esta es una verdad con serias consecuencias: Si la buena voluntad no es la actitud previa a todo lo que pensamos y hacemos, será imposible crear una base común que nos envuelva a todos. Si lo malicio todo, si todo lo pongo bajo sospecha y ya no confío en nadie, será imposible construir algo que congregue a todos.
Estas reflexiones valen tanto para el mundo globalizado como para el Brasil actual. Si no hay buena voluntad en la gran mayoría de la humanidad, no vamos a encontrar una salida a la desesperante crisis social que desgarra a las sociedades periféricas, ni una solución para la alarma ecológica que pone en peligro el sistema-Tierra.
En Brasil, si no contamos con la buena voluntad de la clase política, en gran parte corrompida y corruptora, ni con la buena voluntad de los órganos jurídicos y policiales, jamás superaremos la corrupción que se encuentra en la estructura misma de nuestra débil democracia.
La buena voluntad es la última tabla de salvación que nos queda. La situación mundial es una calamidad. Vivimos en permanente estado de guerra civil mundial.
Brasil reproduce en miniatura la carácter dramático que reviste la realidad mundial. La llaga social producida en quinientos años de descuido con las cosas del pueblo significa una sangría desatada.
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Por eso, los que sacaron a la Presidenta Dilma del poder con artimañas político-jurídicas, se atrevieron a modificar la constitución en cuestiones fundamentales para la gran mayoría del pueblo, como la legislación laboral y la seguridad social.
Al contrario del pueblo brasileño, que ha mostrado históricamente una inmensa buena voluntad, estas oligarquías se niegan a saldar la hipoteca de buena voluntad que deben al país.
Si la buena voluntad es tan decisiva, entonces urge suscitarla en todos. En momentos de peligro, en el caso del barco-Brasil que se hunde, todos, hasta los corruptores se, sienten obligados a ayudar con lo que les queda de buena voluntad. Ya no cuentan las diferencias partidistas, sino el destino común de la nación, que no puede caer en la categoría de un país fallido.
En todos existe un capital inestimable de buena voluntad que pertenece a nuestra naturaleza de seres sociales. Si cada uno quisiese de hecho que Brasil saliera adelante, con la buena voluntad de todos seguramente lo conseguiría.