(VIERNES 19 DE ABRIL-2024-EL JORNAL). Con dos equipos que llegan con claroscuros, la mayor atracción del clásico que se jugará mañana en el Alejandro Morera Soto será ver a Alexandre Guimaraes sentado en el banquillo rojinegro.
Hace 20 años ello era impensable. Incluso está la anécdota de cómo hace unos 15 años, el técnico estuvo muy cerca de ser el entrenador de la Liga y de última hora se canceló la operación por su pasado saprissista.
Es bueno que eso haya cambiado, aunque tengo la percepción de que una buena parte de la afición manuda sigue convencida de que lo mejor hubiese sido que Guimaraes no dirigiera su equipo.
Es un asunto de rivalidad histórica y se entiende, y más en el caso de Guimaraes que ha sido exitoso con Saprissa, con la Selección Nacional y fuera del país en diferentes estancias desde la India a Colombia, pasando por México.
Que un personaje de este calibre llegue a salvar la faena a un equipo que en diez años ha ganado solo un torneo, puede resultar incómodo para una buena parte de los seguidores rojinegros.
La pócima mágica está, sin embargo, en manos de Guima, como le dicen sus amigos, porque si logra que la Liga salga campeón, se olvidan todas las rencillas, desconfianzas y odios.
Claro está que para que ello suceda, es necesario, un mucho mejor rendimiento de un Alajuelense al que le falta afinar el último pase y que todavía no muestra la fluidez que caracteriza a los equipos del técnico nacional con raíces brasileñas.
En este contexto, el clásico es el primer gran examen para Guimaraes, que tiene el gran desafío de lograr que sus dirigidos mejoren la puntería de cara al gol, al día de hoy deficiente y pobre.
Y desde luego que, por más pasado saprissista que tenga, mañana se dejará la piel por una victoria que venga a darle alas a un proyecto con mucho dinero pero que hoy vuela demasiado bajo.
Periodista, escritor y comentarista. Premio Nacional de Periodismo Pío Víquez. Esta columna se publica a diario en FXD y EL JORNAL
