EL PLACER DEL TEXTO
(SAN JOSÉ, COSTA RICA, 21 DE FEBRERO, 2016-EL JORNAL). Hace rato que no hay futbolistas en los campos de fútbol: lo que hay son estrellas de cine disfrazados de jugadores.
El cambio mercadológico empezó a darse a finales de los noventas, con la “Maradona Producción”, que seguía y filmaba al astro a donde fuera, pero fue con el inglés David Beckham que empezó a gestarse, ya de forma colectiva, esa nueva casta de artistas-jugadores, que hasta hoy copan las revistas y los diarios de todo el mundo.
Los jugadores de las grandes ligas europeas como las de España, Inglaterra e Italia, son como copias modernizadas del antiguo mito del Rey Midas: todo lo que tocan lo convierten en oro.
Y por tal motivo, hasta el más mínimo gesto queda registrado por las cámaras de televisión, por los teléfonos inteligentes y por cuanto artilugio exista en el mundo globalizado.
Por eso, pocos olvidan aquel gesto de Thiago Silva, cuando se quita su suérter para arropar un niño que se moría de frío, así como la polémica insulsa e innecesaria que se desató tras acusar a Lionel Messi de que no había atendido el saludo de un niño. Ambas imágenes le dieron la vuelta al mundo en este universo de futbolistas-estrellas-actores de cine.
El fútbol, desde que el viejo y habilidoso Havelange lo concibió como un gran producto comercial, ha cambiado tanto, que conviene tener presente que hoy, los futbolistas en realidad son estrellas de cine, que ganan cifras millonarias más fuera del campo que dentro, y que se visten de pantaloncillo corto y corren tras un balón, mientras el mundo los sigue absortos en tiempo real.