(LUNES 11 DE DICIEMBRE-EL JORNAL). La semifinal entre Alajuelense y Herediano, que en global ganó el equipo florense, deja un retrato preocupante para quienes queremos un mejor futuro para el fútbol nacional.
Cuando ayer nos disponíamos a ver un partido en buena lid, lo que observamos fue un encuentro a la vieja usanza: perdida excesiva de tiempo, con la complicidad del árbitro, patadas, más que faltas, y gestos que afean un espectáculo que se supone era profesional.
El paso a la final de Herediano no se discute: el 3-1 lo deja claro, pero todo lo que sustentó ese triunfo, aunque el reglamento lo permite, no ayuda en nada al balompié costarricense.
Un portero que se desploma porque un balón le pegó en la espalda procedente de la grada. Un delantero que se queda dos minutos tirado en el piso, retorciéndose, luego lo sacan en camilla, se levanta y pide entrar, como si nada. Teatro de quinta categoría.
Todo ello a vista y paciencia de un árbitro—Benjamín Pineda– que no tuvo la valentía para reponer el tiempo perdido, ni le dio la fluidez necesaria al juego, ni sacó las tarjetas en el momento oportuno.
Para el fútbol casero, esas viejas artimañas son válidas, no solo porque no se salen del reglamento, sino también porque en el plano de los números dan réditos, pero el problema sobreviene cuando los equipos nacionales van a la Central American Cup, la Concachampions o cuando la Selección se enfrenta a los rivales del área.
Mientras los adversarios juegan a un nivel, digamos de 100 por hora, nuestros equipos o la Selección van a 50, y ahí no son válidos los recursos para perder tiempo en exceso, o para hacer un escándalo en el banquillo que pare el partido.
Las consecuencias están a la vista: nuestro fútbol dejó de ser competitivo en el plano internacional hace ya casi una década, porque aquí jugamos un balompié que afuera ya ya no se practica.
Nuestro fútbol no sabe competir internacionalmente, debido a que en casa se dedica a ganar a cualquier precio.
El fútbol lumpen, lumpesco, puede, incluso, ganar títulos en el corto plazo, pero en el largo, que es el que importa, lleva al destierro y al despeñadero.
Periodista, escritor y comentarista. Premio Nacional de Periodismo Pío Víquez. Esta columna se publica a diario en FXD y EL JORNAL