Un hombre que empezó barriendo para poder alcanzar su gran objetivo de vida: ser campeón mundial de motociclismo
(SAN JOSÉ, COSTA RICA, 05 DE AGOSTO, 2017-EL JORNAL). Se llamaba Ángel Nieto. Tenía 70 años. Antes de que sufriera su accidente mortal el 26 de julio de 2017, jamás había oído hablar de él.
Nieto, un hombre siempre jovial, según sus numerosos amigos, había sido campeón mundial de motociclismo en trece ocasiones y murió el pasado 3 de agosto, como consecuencia de un golpe que recibió en su cabeza mientras estaba estacionado con su cuadraciclo en una carretera en Ibiza, España.
La historia tiene interés por lo que contó Paco Martín, uno de sus amigos de toda la vida.
“Entramos a un taller de motos cuando teníamos 14 años, y Ángel siempre decía que quería ser campeón mundial de motociclismo”.
Para alcanzar ese objetivo se trasladó a Barcelona, donde tras múltiples intentos entró a trabajar en la fábrica de motos Derbi. Lo hizo como barredor de los pisos traseros de la fábrica. Y entró luego de que lo vieran mañana tras mañana y de que el dueño, Andreu Rabasa, preguntara: “¿quién es ese chaval de pelo rubio que veo siempre a la entrada de la fábrica?” “Es un madrileño que dice que quiere ser campeón mundial de motociclismo”, le contestaron.
Cuando decía eso, cuenta Paco Martín, Nieto no tenía ni “un duro”, es decir, ni un colón en el bolsillo, pero tenía un sueño, una ilusión tan poderosa que muchos años después se convirtió 13 veces en campeón del mundo.
“Al principio dormía en el sótano de una frutería, porque una señora lo vio tan mal, que le dijo, vente para acá, que le hacemos un hueco entre las frutas, en el sótano queda un campo y le ponemos una colchoneta”.
Y como volvía cada día a plantarse frente a la fábrica de motos, le preguntaban: ¿usted qué quiere?”: “Yo soy Ángel Nieto y quiero ser campeón del mundo”.
El oficial de seguridad no tenía ninguna duda: ese joven estaba loco, pero el loco volvía todas las mañanas y se plantaba otra vez, a la espera de la ansiada oportunidad.
Andreu Rabasa lo siguió viendo tantas veces que un día, agrega Martín, expresó: “díganle al área de personal que le den una escoba y que barra la fábrica”, y Ángel Nieto lo hizo, hasta que se fue ganando la confianza de unos y otros, y pudo entrar al pabellón donde se preparaban las motos de los pilotos que corrían el campeonato del mundo. Antes, también barrió ese departamento.
Un día Paco Tombas, el jefe de mecánicos, accedió a darle una moto de segunda categoría, porque Nieto le dijo: “yo lo que quiero es correr, porque yo quiero ser campeón del mundo”.
Corrió el gran premio Carlos III del campeonato de España con esa moto que hacía pocos días estaba llena de telarañas y terminó de cuarto, solo por detrás de los dos pilotos de Derbi.
Y ahí nuevamente estaba Andreu Rabasa y exclamó: “este chico es una mina”.
Así resumió Paco Martín, uno de los grandes amigos de Nieto, cómo este hombre ejemplar se convirtió en campeón del mundo en las categorías de 50 centímetros cúbicos (cc) y 125 cc.
Corrió a grandes velocidades y se jugó la vida en innumerables veces, y murió de la forma más impensada: cuando estaba estacionado con su cuadraciclo a la vera en una carretera de Ibiza. Un conductor de un vehículo embistió por detrás al cuadraciclo, Nieto cayó al asfalto, se golpeó la cabeza y murió una semana después.
“Lo absurdo no tiene límite”, dijo Paco Martín, con voz rugosa a El Transitor de José Ramón de la Morena.
Nieto era un hombre supersticioso. Jamás se sentaba a almorzar si la suma de las personas daba 13. Siempre dijo que ganó 12+1 campeonatos. No se permitía pronunciar el número 13. Ese miércoles del accidente, ninguna corazonada le anunció que estaba a punto de morir de la forma más inverosímil para un campeón mundial de motociclismo, acostumbrado a la velocidad extrema.
Jamás había oído hablar de Nieto, pero su historia humana y deportiva hay que atesorarla, porque nos dejó un legado invaluable: nada ni nadie es capaz de doblegar un sueño que se llevan en las entrañas y en el corazón.