Sergio Ferrer
(MIÉRCOLES 22 DE DICEIMBRE, 2021-EL JORNAL). Hace un año las primeras vacunas contra el nuevo coronavirus iniciaron una ola de optimismo. Hoy los datos prueban que son las herramientas más poderosas que tenemos, pero ómicron y la tercera dosis también nos recuerdan que no existe la fórmula milagrosa para un mundo sin covid. Incluso cuando la pandemia termine, el coronavirus seguirá existiendo y conviviremos con él.
“Estoy empezando a preguntarme por qué debería recibir la vacuna si esto no ha funcionado ni nos ha librado de vivir con restricciones. Qué situación tan desesperada. La vida parece una completa pérdida de tiempo”. Estas palabras suenan cercanas en unas navidades que la última variante del coronavirus SARS-CoV-2, ómicron, parece empeñada en arruinar. Sin embargo, su autor, un usuario de Twitter, las escribió a principios de junio.
Por aquel entonces muchos británicos esperaban que, gracias a las vacunas, el 21 de junio fuera el “día de la libertad”, una denominación no oficial del fin de las restricciones. Meses antes, en abril, un investigador había llegado a asegurar que la inmunidad de grupo se alcanzaría “el lunes que viene”. Al final, la variante delta retrasó todo al 19 de julio. Tras meses de relativa relajación, Reino Unido se ha visto obligado a restaurar medidas como mascarillas y acelerar el despliegue de las terceras dosis por culpa de ómicron, sin descartar los controvertidos certificados covid.
Hemos hecho los deberes y, sin embargo, los técnicos de salud pública ya temían que las próximas semanas fueran complicadas desde mucho antes de que se descubriera ómicron
La decepción británica veraniega nos parece hoy familiar. España ha vacunado al 90 % de su población diana, más de un 80 % de los mayores de 70 años ha recibido su tercera dosis e incluso se ha comenzado a inmunizar a los más pequeños. Hemos hecho los deberes y, sin embargo, los técnicos de salud pública de las Comunidades Autónomas ya temían que las próximas semanas fueran complicadas desde mucho antes de que se descubriera ómicron. La nueva variante no ha hecho más que empeorar sus pronósticos.
Diciembre de 2020: euforia vacunal
“Se ha dado a la comunicación de las vacunas un aire infantil por el que una vez se encuentre la llave mágica todo se acaba. De ser así, habríamos erradicado un buen puñado de enfermedades”, advertía la farmacéutica especialista en gestión sanitaria y acceso a medicamentos Belén Tarrafeta en un reportaje publicado en SINC a finales de 2020, justo cuando empezaban a aprobarse las primeras de ellas.
En otro artículo anterior, varios expertos ya habían pedido un “optimismo prudente” ante las primeras vacunas. En él explicaban que la efectividad en condiciones reales es complicada de medir y requiere tiempo. También aseguraban que reducirían las infecciones y la transmisión, pero no por completo. Desde entonces numerosos expertos han recordado que la pandemia terminará, pero que el virus seguirá circulando.
Nada de esto impidió que Pfizer estimara la efectividad de su vacuna a la hora de evitar infecciones sintomáticas en un 97 % apenas tres meses después de que Israel comenzara su campaña de vacunación. Ni que el director ejecutivo de BioNTech, Ugur Sahin, asegurara que los vacunados no contagiarían. Todo ello contribuyó a generar una necesitada ola de optimismo en la primera mitad de 2021 que ni siquiera los retrasos iniciales en el suministro de las dosis pudieron rebajar.
A punto de comenzar 2022, ¿puede esto provocar un efecto rebote cuando dos dosis no logren poner punto final a ese trauma colectivo que es la pandemia? Un informe publicado por el Centro Europeo para la Prevención y Control de Enfermedades (ECDC) un par de días antes de que conociéramos a ómicron así lo temía.
¿Les hemos pedido lo imposible?
“Las expectativas sobre el poder de las vacunas para poner bajo control rápidamente a la pandemia eran altas a comienzos de 2021. […] Puede desarrollarse una falta de confianza y una menor inclinación a seguir las medidas junto con narrativas potencialmente dañinas de culpabilización”, avisaba el ECDC. “La reintroducción de medidas no farmacológicas puede aumentar el riesgo de que algunas personas concluyan que las vacunas no son efectivas y disuadir a quienes todavía no lo han hecho”.
“Le estamos pidiendo lo imposible a las vacunas”, titulaba ya en septiembre la periodista científica de The Atlantic Katherine J. Wu. En su artículo explicaba que el término “inmunidad esterilizante”, que hace referencia a la ansiada capacidad de las vacunas de la covid-19 de evitar completamente las infecciones, era un “mito biológico”. Un santo grial.
¿Le hemos pedido demasiado a las vacunas de la covid-19, tal y como sugería Wu? “Les estamos pidiendo demasiado porque la pandemia nos ha costado demasiado”, admitía el presidente de la Asociación Española de Vacunología Amós García en una entrevista a SINC publicada en octubre. “Y mira que nos están dando”, añadía en referencia a las vidas salvadas por estos fármacos, que un mes después se estimaban en casi medio millón solo para personas mayores de 60 años en los 33 países de la región europea de la OMS.
“Había unas expectativas alejadas de la realidad en cuanto a cómo iban a funcionar las vacunas”, explica a SINC el médico preventivista Mario Fontán. Cree que estas “se han vendido, y quizá era inevitable que se percibiera así”, como el “último horizonte temporal de la pandemia que nos permitiría cerrar este episodio”. Considera que esta visión “pecaba de solucionismo tecnológico” debido a la elevada carga de la enfermedad.
Que el pesimismo no nos engañe: sí, claro que funcionan
“Quedarse en el pesimismo de ‘esto no funciona’ es fácil, pero inútil además de falso”, comenta la socióloga de la Universidad Complutense de Madrid Celía Díaz. “Tenemos que darnos cuenta de que no estamos como el año pasado, pero también asumir, por muy duro que sea, que hemos relajado las medidas y que tenemos que seguir haciendo esfuerzos preventivos”. Como el ECDC, teme que se busquen culpables, ya sean los no vacunados… o las propias vacunas.
“Es normal que la sociedad esté ya cansada de pandemia, pero no debemos olvidar que gracias a las vacunas se han evitado un número inconmesurable de muertes”, dice la inmunóloga del CSIC Matilde Cañelles, que considera que hoy nos encontramos a otro nivel. “Hemos avanzado mucho y ahora debemos seguir vacunando para evitar muertes, además de tomar otras medidas de prevención” para limitar los contagios.
“La primera función de las vacunas era evitar el riesgo poblacional de los cuadros graves, con las consecuencias sanitarias, sociales y económicas y las duras decisiones que eso conllevaba”, afirma Fontán. “Eso se ha conseguido con creces”. Como comentaba con ironía un experto en enfermedades infecciosas del Servicio Nacional de Salud británico, “el sistema inmunitario no evolucionó para que dejaras de ser positivo frente a virus respiratorios en una PCR, evolucionó para que no te murieras”.