(SAN JOSÉ, COSTA RICA, 08 DE JULIO, 2020-EL JORNAL). “Vivimos en la sociedad líquida”, aseguraba el sociólogo poláco Zygmun Bauman, para enfatizar en la velocidad y la intrascendencia en que se encuentra nuestro mundo. No en vano, hoy también prevalece la idea de que “vimos en tiempo real”. Es la cultura del ya.
Ante tal situación, la experiencia tiende a relegarse a un cuarto oscuro. Hay que ocultarla en el mejor de los casos y, en el peor, hay que desecharla.
Esta demoledora realidad también alcanza los confines del fútbol. El fútbol, en efecto, no es practicado por extraterrestres ni los estadios están ubicados en la luna. Por el contrario, están en las urbes más incendiarias, llenas de pasión, locura y entrega por ese deporte que tuvo sus raíces en Inglaterra.
De ahí que los vientos alisios que alcanzan a la sociedad, igualmente mansillan la realidad del balompié. Por eso, no es extraño que cuando un futbolista alcance los 33 años ya sea un veterano, camino al ostracismo, sea o no una estrella. Existen, claro está, las excepciones, pero son justamente eso.
De forma que la experiencia, asociada a los años y a los golpes que la vida, va dejando, como si fuera un tango, la impresión de que puede ser desechable y líquida.
Por eso, hay sectores que no quieren saber nada de la experiencia. La pintan en blanco y negro, como si entre ambos colores no hubiese un amplio tono de grises.
El desterrar el conocimiento porque va asociado a la experiencia es pan de cada día en la mayoría de los equipos del mundo, y los de Costa Rica no están exentos de ese mal.
Alajuelense, donde hoy se vive una crísis por la falta de títulos desde el 2014, es un buen ejemplo de ello.
El español Agustín Lleida, su gerente deportivo, llegó e hizo un barrido, porque se centró en elementos técnicos y medibles para concluir que los exjugadores que dirigían ligas menores y hacían otras tareas relevantes, no tenían la suficiente capacitación para realizar sus tareas.
Uno a unos los fue marginando y los fue sacando del equipo rojinegro: Pablo Izaguirre, Cristian Oviedo, Mauricio Montero, Josef Miso y Wílmer López, para citar solo algunos. Fueron, sin duda, conejillos de indias de esa sociedad líquida que solo pondera el hoy y la modernidad como bandera.
Año y medio después, Lleida puede comprobar en carne propia que la ecuación no resultó la más feliz como en un principio parecía. A esa lectura inicial de Lleida le faltó un elemento esencial. Eso que el escritor y filósofo español José Ortega y Gasset alguna vez definió como un ‘algo’ que se encuentra en todo arte mayor.
Ahora, de cara al nuevo torneo, la Liga tendrá que acudir a la experiencia. A las viejas ‘estrellas’ que entienden cómo funciona ese camerino manudo. La experiencia se trastocará de ser un estorbo, al que había que desechar, para convertirla en un bien que puede ser guía y luz.
Hay numerosos ejemplos de que la experiencia es capaz de crear magia e incluso dar títulos si se le da el el lugar que merece.
La Dinamarca de 1992 es un ejemplo colosal. Invitada a última la hora a la Eurocopa de Suecia, por los problemas que se vivían en la entonces Yugoslavia, tuvo que correr a rearmar a su equipo que estaba listo para disfruar de las vacaciones de ese verano inolvidable.
A la dirigencia no le quedó otro remedio que llamar al viejo Richard Møller Nielsen, a quien habían desechado y humillado, meses antes.
Por el amor que le tenía a su país y porque sabía que podía extraer de sus fútbolistas hasta la última gota de talento, el técnico aceptó el reto.
Lo demás es historia y lo cuenta muy bien el magnífico documental ‘El verano del 92’. En él hay una imagen extraordinaria, para pasarla en todos los colegios del mundo: segundos antes de la semifinal entre Dinamarca y Holanda, Møller Nielsen llama a Brian Laudrup, saca una pequeña libreta y le dice que a lo largo de su vida ha observado y analizado al menos 7176 partidos en “vivo” y que no tiene duda de que él es el mejor jugador que ha visto en toda su vida.
–Eres mejor que tu hermano –Michael Laudrup—. Y que todos los demás. Quiero que salgas y juegues esta semifinal lo mejor que te sientas, le dijo.
La incredulidad inicial de Brian se transformó en convicción. Es casi redundante decir que Laudrup fue determinante ante los holandeses. Y ese día obtvuieron el pase a la final contra Alemania. A Brian le había hablado la voz de la pasión, la voz de Møller Nielsen, pero sobre todo, la voz de la experiencia.