(JUEVES 13 DE OCUTBRE, 2022-EL JORNAL). Los partidos en las pizarras son perfectos. Y en la imaginación de los técnicos. Los sistemas, que solo son un orden para luego partir de ellos hacia combinaciones imposibles de prever, se han convertido en la religión del balompié moderno, mientras grandes voces alimentan la idea de que todo se tiene controlado.
Y así caemos en el ámbito discursivo, que alimenta ficciones que se estrellan contra la realidad. El cuento más cercano lo tenemos en el Barcelona, que con nuevos jugadores, muchas palancas y un entrenador con buen verbo, hizo creer al mundo del fútbol que todo estaba solucionado.
El Inter de Milán, mucho más modesto que el equipo azulgrana, los devolvió a la realidad. Aunque parezca una verdad de Perogrullo, ese personaje que no les gusta a algunos mediocres que ni periodistas son, aunque creen serlo, en el fútbol prima lo colectivo por encima de lo individual, y para ello se requiere mucho trabajo y no solo chequera.
En el caso del Barça, me sorprende que Xavi Hernández hable de que hicieron “un primer tiempo brillante” ante el Inter, cuando sabemos desde el principio que la comedia tiene dos actos.
La ecuación, por ende, no es del discurso a la cancha, sino más bien de la cancha al discurso: y aquí el orden sí altera el producto.
En sueños, el Barça era hasta ayer candidato a ganar la Champions y camino a ser un equipo perfecto y de época. El síndrome de la Xavineta, no obstante, no es exclusivo del equipo catalán; no, le sucede a muchos clubes en el mundo, que viven de pizarras perfectas, mientras a las palabras, una a una, se las lleva el viento.