(VIERNES 27 DE NOVIEMBRE, 2020-EL JORNAL). Nadie duda de que el morbo vende más que la verdad. ¿De qué murió? ¿Estaba consumiendo o en abstinencia? ¿Falleció en el hospital de verdad? ¡Pobre Maradona, tenía apenas 60 años¡. A usted y a mí así trataron de ocultarnos el otro Diego Armando; el de dos enormes erres: de rebelde y de romántico.
Precisamente, su rebeldía hizo que naciera, paradójicamente, con su desaparición física un idéntico día, cuatro años atrás, que partió su querido amigo, Fidel Castro. Pero no voy hablar de la muerte de Maradona; eso es falaz, morbosidad pura, pues él resurge en la misma velación entre los pueblos, como el eterno “Pelusa” con fuego propio e incendiario contra toda injusticia.
Dijo lo que pensaba, habló como habla cualquier hijo de vecino, con autenticidad asombrosa, estuviera en el Barcelona FC , en el Napoli de Italia, en los Dorados de Sinaloa, en México, en el barrio del Boca, en Corrientes, en Palermo o en la Plaza de Mayo. Igual hablaba a un ministro, que sobre Juan Pablo II y las cúpulas de oro puro del Vaticano, con Hugo Chávez, Daniel Ortega, o uno de los “descamisado” de Evita Perón.
Recuerdo la vez que llegó a una entrevista a la televisión con un periodista de esos fascistas, que son valientísimos detrás de las pantallas, pero que se paralizan a la hora de la verdad, vestido impecablemente. El reportero le censuró su amistad con Fidel Castro y la defensa acérrima hecha en otros medios de la revolución cubana: Maradona pidió permiso a la teleaudiencia para quitarse el saco y dejó al descubierto la camiseta con la esfinge del Che Guevara. Marcar el terreno a un mediocre, se llama eso.
Cuando en una oportunidad el Gobierno de Japón impidió su ingreso, porque el “10 de oro” era “consumidor de droga”, Maradona dijo que respetaba esa decisión tan extraña: “No me dejaron entrar, pero los yankies les tiraron dos bombas atómicas, y ellos entran y salen”.
Y el “Pibe”, durante un gobierno del presidente Hugo Chávez, llegó a presenciar unas alecciones generales en la República Bolivariana de Venezuela, que en ese momento toda la matriz mediática presentaba como fraudulentas. Maradona, al final de la tarde, fue preguntado por un periodista sobre el supuesto fraude, a lo que ripostó: ”Mira che, fíjate lo que preguntas; estoy agotado de caminar por todo lado y solo he visto pueblo, pueblo y pueblo participando. Ojalá en muchos de nuestros países se practicara así la democracia participativa”.
Esta tierra de Sandino es bellísima; me siento sandinista, ¿y qué?, desafió en otra oportunidad al fascismo centroamericano, en ocasión de un encuentro con el presidente Daniel Ortega y una serie de fotografías, junto al gobernante nicaragüense.
Así era Maradona: transparente, leal y viviendo como humano. Tres cualidades exigidas a todos a quienes la humanidad escoge como sus dioses. Ese es el Maradona que nos quieren robar, presentándolo solo como futbolista, como sí no hubiera sido él quien despojó de frivolidad este negocio de la FIFA.
Con Maradona el fútbol recobró el vínculo entre los “obreros” de finales del siglo XIX, fabricantes del arte dentro de un rectángulo de juego, y los que viven en las graderías la romántica alegría de sentirse luchadores contra el racismo, la corrupción y la explotación de los niños.
Este romanticismo – Maradona fue un romántico del fútbol- siempre estuvo en él, como la otra «R» inseparable. Por eso, hubo un fútbol antes y después del “Pelusa”, de aquel que en una oportunidad hizo un gol de antología contra el Real Madrid, cuando se creía sería tapado por el defensa del lado izquierdo, Juan José Jiménez Collar, o aquella ocasión cuando recibió en media cancha el balón y no descansó hasta ponerlo en las redes del rival, con fantasía y gallardía. Inglaterra se llamaba la selección adversaria.
Este “Pibe”, este “mejor jugador del mundo”, o “el 10 de oro”, o como a usted le venga en gana llamarlo, es de “los imprescindibles”, según decir de Bertold Brecht (1898-1956). Venido de otro planeta y sellado con “R” de rebelde y “R” de romántico, por eso fue como un dios nuestro, nacido en un patio trasero para envidia de quienes alegan son los padres de la civilización moderna.
Periodista, abogado y notario por la UCR