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El luto de una mirada

 

ENTRE PARÉNTESIS

New-José Edo
José Eduardo Mora*

 

(SAN JOSÉ, 27 DE ABRIL, 2014-EL JORNAL). La mirada perdida en el vacío. El Bayern Munich acaba de remontar el partido ante el Werder Bremen, pero de nada vale para su entrenador Josep Guardiola. Entre ese gol y el bullicio del estadio está Tito Vilanova, con quien, confesó, había soñado conquistar el mundo. Y ambos habían conquistado su mundo con el Barcelona.

El hombre de los ojos eternamente tristes, cuerpo frágil y estilo de capellán en alerta, había muerto el viernes 25 de abril tras una batalla de dos años contra el cáncer, por eso Guardiola era ajeno al festejo en el Allianz Arena.

El camarógrafo captó el momento justo en que el técnico expresa su pesar de la mejor manera: sin palabras y con ese gesto de ausencia en la mirada, como queriendo decir: para qué la vida, para qué el éxito, para qué el triunfo, para qué esta multitud que aclama, si el corazón está vacío, está huérfano, porque se ha ido el amigo del alma. Ese amigo con el que era capaz de resolver un enigma con tan solo, justamente, una mirada.

El propio Guardiola había tratado en una oportunidad de explicar esa conexión que tenía con Vilanova: “no creo que haya un matrimonio más perfecto, en 30 años ni una sola discusión”.

Se habían conocido de niños en La antigua Masía, y la inteligencia del chico frágil cautivó a Guardiola, era como si dos inteligencias conectadas desde tiempos remotos se encontraran para hacer un largo recorrido en la vida.

Tras andar cada uno su destino, el tiempo, que todo lo puede y lo sabe, los unió en 2009 cuando Guardiola fue designado técnico del Barcelona B.

Y Tito Vilanova, que siempre había sido la estrella de los papeles secundarios, fue el hombre elegido para acompañar a Guardiola, quien desempeñaría el rol protagónico en la obra de hacer del Barcelona un equipo modelo y así honrar el viejo lema de “algo más que un club”.

Guardiola y Tito, una versión ultramoderna de Don Quijote y Sancho: diálogo permanente entre la vida, el fútbol y los sueños. Y en medio de ellos, la muerte, que dejó a Guardiola con esa mirada pérdida en el horizonte. Una mirada llena  de nostalgia, recuerdos y amistad, y con la certeza de que “esa tristeza lo acompañará toda la vida”.

Y esa mirada no era jamás una pose, sino la constatación inequívoca de que la muerte, caprichosa y fría,  siempre agrieta el alma de los vivos.

 *El autor es director de EL JORNAL y Máster en Literatura.

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