(SAN JOSÉ, COSTA RICA, LUNES 10 DE AGOSTO, 2020-EL JORNAL). “El futuro del fútbol está en el pasado” dijo el técnico Ángel Cappa, en una frase que sin ninguna duda invita a la reflexión, porque encierra en sí misma una escandalosa contradicción.
El fútbol, para que tenga belleza, estética y altura, tiene que ser necesariamente contradictorio: un defensa campeón del mundo que regala dos balones que inclinan un partido de Champions, un jugador descartado que brilla con su nuevo club en Costa Rica y un entrenador con tres Champions que es capaz de alinear a un fantasma.
Maravillas, maravillas, maravillas: el fútbol es altamente contradictorio y de ahí surge su grandeza. Y por más que los entrenadores ocupen titulares y se crean que todo lo controlan, el fútbol sabe defenderse por sí mismo, y le sigue perteneciendo a los jugadores.
Por más esquemas, presiones, gráficos, cambios tácticos, ¿cómo prevé un técnico que un defensa de la talla de Raphäel Varane regale una pelota en salida, en una acción que no haría ni siquiera un juvenil y termine en gol? ¿Dónde queda aquí la influencia del entrenador? Es imposible controlar una situación así desde el banquillo.
Son muchas las contradicciones en una sola jugada. Y ello hace que este deporte tenga un lenguaje propio, un universo propio que lo define la imprevisibilidad. En esto lleva casi toda la razón el gran Dante Panzeri, del que les hablaré en días próximos.
Que un equipo como el Real Madrid, con título reciente en el fútbol español llegue al Ethijad y juegue como si sus futbolistas fueran un puñado de advenedizos, la prueba más fehaciente es que hizo tres faltas en todo el encuentro, reafirma que el balompié se define, por más que se hable afuera, en el rectángulo de juego y eso es lo que ha hecho grande al deporte rey.
Cuando todo parece estar calmo, el fútbol pone en un instante todo patas arriba. Ya lo decía Eduardo Galeano, autor de El fútbol a sol y sombra, que el mundo estaba patas arriba y no hay deporte que se asemeje más a la vida que nuestro amado balompié.
Por lo tanto, sería oportuno que técnicos, periodistas y aficionados hagamos, de vez en cuando, un voto de silencio y dejemos que las melodías, los aciertos, los yerros, los desafinamientos y las proezas emejan del campo, donde solo hay una delgada línea roja entre lo sublime y lo ridículo, y todo, absolutamente todo, como en la vida, puede quedar patas arriba en un instante.
*El autor es periodista, escritor y comentarista. Premio Nacional de Periodismo Pío Víquez.