POR MARIO ZALDÍVAR*
MIÉRCOLES 03 DE ABRIL-2024-EL JORNAL). Si uno ha publicado al menos un libro, tiene que abrir este de Carlos Morales, con suma cautela, pues el aguacero se viene encima. Otra forma de enfrentarlo es saber que cuando se publica algo, esta pieza ya está en la mira de varios francotiradores, sean estos simples lectores o críticos de oficio. En todo caso, el escritor siempre será un blanco fácil frente a un pelotón de lectores armados hasta los dientes. Con este ánimo quizás las balas no sean mortales.
Creo que fue Scott Fitzgerald quien dijo que los grandes problemas de los escritores son el alcohol, el sexo, el dinero y la falta de alcohol, sexo y dinero. Al leer este nuevo libro de Carlos Morales quedo convencido, de una vez por todas, de que el gran problema del escritor es el olvido. La mala crítica se puede enfrentar con diferentes grados de mesura, pero el olvido es un golpe bajo fatal. Al fin y al cabo – decía Hemingway – duele más que digan que tu libro es mediocre a que digan que es malo; mediocre es un adjetivo demoledor. El olvido es otra cosa porque construir una obra requiere un coraje tal, que, comparado con escribir, el trabajo de un bombero parece un oficio muy seguro.
Carlos Morales entierra en este cementerio de escritores a Joyce con su “Ulises”, a Lezama Lima con “Paradiso”, a José Donoso con “El “Pájaro obsceno de la noche” y a Guillermo Cabrera Infante con sus “Tres tristes tigres”, entre otros. Igual, sepulta a las últimas generaciones de escritores españoles, cuya producción es bastante discreta. Todo esto es un juicio muy personal de un lector avezado, con quien podemos estar o no de acuerdo; en lo que sí coincidimos es en la libertad de opinión y en que toda manifestación artística está sujeta a la diversidad de gustos de la clientela.
Tan es así que, también existen amplios cementerios de pintores, cantantes, actores, actrices y músicos olvidados; sin embargo, parejo a los panteones de escritores olvidados existen los resucitados, cuya obra estuvo temporalmente olvidada y fue recuperada por generaciones posteriores. Tales son los casos del peruano César Vallejo, Rimbaud, Anna Ajmátova, Roberto Arlt, John Fante, Joao Pessoa, Malcom Lowry, Carson McCullers, Sylvia Plath, Joseph Roth, Dylan Thomas, D. H. Lawrence, Lampedusa y otros. No siempre el olvido es eterno, pero sí para unos cuantos, pues el lector tiene la potestad de matar y resucitar al autor en diferentes etapas de la vida. Toda obra literaria guarda cicatrices de emboscadas y balaceras antes de llegar al camposanto que construye Morales en este libro.
Los méritos de “El cementerio de los escritores olvidados” son varios y nada despreciables. En primer lugar, acierta en un título atractivo, fundamental para su mercadeo; también introduce una viva polémica literaria en medio de la modorra cultural del país; enfatiza la soberanía del lector ante el bombardeo de basura literaria, ratifica como justo el castigo de abandonar la lectura de un libro y pondera la necesidad de leer mucho para discernir entre los buenos y los malos libros.
Quienes dedicamos parte de nuestro presupuesto y nuestro tiempo a la literatura, debemos hacer valer aquello de que a veces el escritor se salva más por lo que destruye que por lo que publica y que hacer un buen libro es más difícil que hacer bien la guerra. El libro tiene un precio cuando lo adquirimos y un valor cuando llegamos a la última página o cuando lo abandonamos sobre la marcha.
Las mejores páginas de este libro se disfrutan cuando el autor embiste a los semiólogos, a los académicos de oficio, a los escritores deliberadamente oscuros, a los docentes universitarios que pululan en las revistas que nadie lee o que ponen sus artículos en la nube para cumplir con requisitos salariales o a los amanuenses tipo Chopra o Coelho, envenenados por el lucro editorial. También los hay como Roberto Bolaño, un difunto al cual le aparecen varios libros póstumos, como si lo hubieran enterrado con las manos por fuera y su producción siguiera activa. Y en cuanto al Boom ahí está Cortázar, un cuentista de altísimo nivel, pero muy aburrido como novelista. Coincido con la maestría de Osvaldo Soriano, un especialista en novela corta, endiabladamente efectivo en el ritmo, la síntesis y en los desenlaces fulminantes.
Bienvenidos los libros como “El cementerio de los escritores olvidados” de Carlos Morales, cuyo contenido alborota el cotarro y provoca la polémica de altura. Este es un libro pendenciero de un autor revoltoso…los lobos no pueden parir corderos.