(Acosta, 29 de octubre, 2012). El precio del litro de gasolina súper a 786 y el de regular a 748 y el diesel a 769 se están convirtiendo en prohibitivos y llegará el momento en que se deben dejar los carros guardados en la casa.
Con el nuevo aumento que entró a regir a la media noche del 26 de octubre, el país alcanza precios nunca antes registrados y ello afecta, sobre todo, a la clase trabajadora y a la clase media, sin que se vislumbren políticas gubernamentales que tiendan a proteger a los consumidores.
Mientras los aumentos los aplica la Autoridad Reguladora de los Servicios Públicos (Aresep) con cierta eficiencia, los rebajos no solo suelen tardarse, sino que en ocasiones son ridículos y de cifras de dos, tres o cinco colones.
El alto precio de los combustibles no solo afecta a quienes viajan en sus vehículos particulares, sino que sobre todo a los pequeños empresarios y a las familias de más escasos recursos, porque un aumento de la gasolina hace prever un incremento en los pasajes de bus.
Es irónico que un sector de la prensa costarricense y de un amplio sector conservador de la sociedad, tilda al presidente Hugo Chávez de ser el mismísimo demonio, aunque Chávez sostenía que era George W. Bush, los venezolanos prácticamente reciben gratis el combustible.
Alguna gente, no con poca socarronería, se pregunta si no será mejor tener al demonio en el poder, pero disfrutar de un combustible asequible para la gran mayoría de los ciudadanos.
Y mientras en otros países, como acaba de suceder en Panamá, los ciudadanos todavía se hacen escuchar y aplicar aquella máxima inmortal del poeta y prócer José Martí de que los derechos no se mendigan, se arrancan, en Costa Rica seguimos haciéndole honor a la frase del viejo José Figueres, quien dijera que los ticos estamos domesticados.
Si el aumento de los combustibles continúa con esa espiral ascendente, qué bueno sería empezar a exigir respeto y razonabilidad para los maltratados bolsillos de nuestros ciudadanos.