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Cristiano Ronaldo

(SAN JOSÉ, COSTA RICA, MIÉRCOLES 09 DE SEPTIEMBRE, 2020-EL JORNAL). No hacen falta adjetivos para vislumbrar su grandeza. Es simplemente Cristiano Rolando. Evocar su nombre significa desatar una serie de imágenes que llevan al éxito. Esta palabra, tan indefinible, tan escurridiza, tan materialista, tan citada y manoseada al punto de que no se sabe en realidad qué es, cuando recala en el luso se vuelve claridad y luz.

La ambición de Cristiano no parece tener límites. Es un animal 24/7, como dirían los nacidos después del año 2000.

Hasta ahora, y no lo aclaran las biografías, se desconoce de dónde viene esa sed de éxito. Ese compromiso con el éxito. Esa búsqueda incesante para ser mejor cada día. El escritor japonés Haruki Murakami, que también sabe lo que es la disciplina, es corredor de maratones desde hace 40 años, dice que cualquiera puede subirse al ring de la literatura y escribir una, dos, e incluso tres novelas, pero que eso no lo hace novelista.

El don está en sostenerse de pie en el ring literario. Así que cualquier futbolista puede tener un año de ensueño, desatar todas las alarmas, movilizar al mercado, lograr un gran contrato y luego desvanecerse como por arte de magia.

La clave, sostiene Murakami, está en la permanencia. En sostener el estandarte cuanto sea necesario. Cristiano ese ese Murakami del fútbol, se subió al ring muy joven y hoy a sus 35 años sigue en la cima. Lo suyo no tiene parangón moderno. Ni siquiera Messi, en este apartado de la entrega y la ambición, se le iguala. Messi es un artista mientras Cristiano está en el gimnasio mejorando sus músculos.

Cristiano es un dios griego extraviado en el tiempo, que deambula en esta modernidad en su camino hacia Ítaca y en el sendero ha dejado una estela de goles extraordinarios, de todos los tipos y colores, sino que le pregunten a su hoy compañero Gianlugi Buffon.

Esa ambición, esa fortaleza mental, no sabemo de dónde le viene. Quizá la muerte prematura de su padre por alcoholismo haya despertado en él esa sed de venganza contra las circunstancias, contra la impotencia de sostener la vida. Los dioses también sufren.

Los dos goles de ayer ante Suecia lo colocan con 101 anotaciones en la Selección de Portugal. Ni siquiera Eusebio llegó tan lejos.

Lo de Cristiano es una oda a la persevencia. Al hombre que se hace así mismo. El famoso y recurrente selft-esteem gringo. El que sabe que la roca se romperá tarde o temprano con esa gota insignficante que cada día orada un milímetro la superficie impenetrable.

Si un maestro quisiera hoy enseñar a sus alumnos cómo superarse, cómo convertirse en ese David que vencerá una vez más a Goliat, bastaría que en la pantalla desplegase una imagen de Cristiano. No necesitaría nada más. Cristiano a secas, sin adjetivos ni descripciones.

Sus números son de escándalo: En el Real Madrid hizo 450 goles en 438 partidos; en la Juventus lleva 65 en 88 juegos; con Portugal suma 101 en 164 encuentros para un total de 738 anotaciones en 1.013 partidos.

Cristiano ha hecho lo impensable: ha logrado que su biografía no requiera adjetivos. Así es su grandeza. Bueno, es imposible no caer en la tentación cuando se evoca al Zeus del fútbol actual.

 

 

*El autor es periodista, escritor y comentarista. Premio Nacional de Periodismo Pío Víquez.

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