Por Óscar Arias Sánchez*
(MIÉRCOLES 28 DE FEBRERO-2024-EL JORNAL). Nunca como ahora el mundo ha tenido una generación de jóvenes tan bien preparados, cultos, informados, llenos de conocimientos, con grandes habilidades y destrezas tecnológicas y con una capacidad investigativa casi ilimitada. Es con esta generación privilegiada de jóvenes costarricenses con la que quiero compartir estas reflexiones, ya que son quienes tomarán las riendas del gobierno en los próximos años.
A pesar de su preparación académica, algunos jóvenes miran hoy desde la barrera el espectáculo que montan muchos de nuestros políticos actuales. Están informados y tienen una opinión, pero la comparten sólo con sus amigos.
Tienen novedosas ideas para combatir la pobreza o para mejorar la infraestructura, pero no se atreven a proponerlas a las autoridades políticas. Sueñan con naciones más ricas y justas, pero nada los motiva a salirse de la zona de confort en que se encuentran.
La verdad es que yo no culpo a esa juventud. El cálculo de incentivos inclina la balanza en contra de la participación en la vida pública. Existe un enorme temor de ser lapidado con mucha frecuencia por algún pseudo-escándalo.
Y este país es demasiado pequeño para darse el lujo de quemar figuras a esa velocidad. Tarde o temprano, acabará por darse cuenta de que el recurso humano es un bien que debe protegerse, en la política quizás más que en otras áreas.
El rechazo de nuestros jóvenes a la política se ha convertido en símbolo de estatus intelectual. Muchos argumentarán que la culpa de esta situación la tienen los mismos políticos. Pero hay algo más complejo y profundo en esto.
Nuestro sistema está exhibiendo cada vez más su incapacidad para renovar los liderazgos políticos. Cada día resulta más difícil ver a quién habremos de pasarle la estafeta. La búsqueda de sucesores es una de las principales obligaciones de un partido político o de un líder. Esta ha sido siempre una de mis grandes preocupaciones. Por ello, toda mi vida he intentado proteger e impulsar la carrera de personas que considero prometedoras.
Algunos han construido brillantes trayectorias profesionales. Otros fueron a tiendas políticas distintas e incluso se convirtieron en mis adversarios y críticos. No me arrepiento de haber confiado en personas mucho más jóvenes que yo. No me arrepiento de haber sido siempre un mentor para jóvenes con un futuro brillante.
La tecnología en las manos de los jóvenes les concede un poder inmenso. Pero eso no significa que tengan licencia para vivir aislados en el mundo cibernético. No significa que puedan volver la mirada para no ver lo que no quieren ver. Uno de los problemas actuales es que hasta ahora las redes sociales han sido mecanismos legítimos de denuncia y de protesta, pero pocas veces de propuesta y de acción.
Sin embargo, para que un sistema político sea efectivo, y en particular para que un sistema democrático sea efectivo, es fundamental que los jóvenes comprendan que el desarrollo económico, la equidad social, el progreso científico, el refinamiento artístico, no son únicamente tareas del Estado, ni responsabilidades exclusivas de los funcionarios públicos.
Todos los que tenemos un interés en el bienestar social, tenemos también la obligación de promover ese bienestar social, compartiendo nuestros ideales y nuestros sueños.
El reto de nuestro tiempo está en poder combinar la energía de la juventud y el poder de las redes sociales, con el carisma, la honradez, la claridad intelectual y el compromiso que se requiere para participar en política.
Siempre he creído que la política es uno de los oficios más nobles a los que puede dedicarse un ser humano. La política de altura, esa que existe para construir, para convencer, para avanzar, y no para destruir, para atacar, o para obstaculizar.
Nuestros jóvenes deben salir de la burbuja en que se encuentran y se deben asir al timón del barco, porque el futuro de nuestros pueblos irá en la dirección de su compromiso, o de su indiferencia.
Si no logramos elevar el interés de nuestros jóvenes por el servicio público; si no logramos que los más capaces, los más preparados, los más honestos participen en la vida política, está en juego la sostenibilidad misma de nuestros sistemas democráticos.
Son las nuevas generaciones las que deben luchar por el poder y ejercerlo. Si no les gusta el rumbo de su país, deben transformarlo. Uno puede hacer mucho bien al margen de la política, pero un país en donde todos están al margen es un país a la deriva.
Debemos animar a los jóvenes para que no se dejen vencer por los que hacen del debate público un lodazal. No hay que dejarse vencer por los cínicos, los demagogos, y por quienes solo saben ensuciar el debate público.
Como he dicho otras veces, la política es la más poderosa herramienta para transformar la vida. No es vanidad creer que uno puede cambiar el curso de la historia y que, con mucho trabajo y determinación, es posible alterar para bien la suerte de todo un pueblo. Con la firma del Plan de Paz en 1987 fuimos capaces de terminar con las guerras que ensangrentaban a tres de nuestros vecinos en la región.
Ahora bien, quien ingrese a la política debe tener una muy firme vocación de servicio público y entender el ejercicio del poder como un espacio para servir a quienes más nos necesitan. El uso del poder es lo que define el carácter del funcionario público investido de la capacidad de decisión. Es en el ejercicio de la función pública donde el dirigente ejerce la mayor influencia educativa.
Y esa influencia puede tener efectos negativos cuando el dirigente político utiliza la tergiversación y la mentira como recurso para alcanzar el poder o para mantenerse en él.
Siempre supe que el poder político no puede usarse para favorecer al amigo y, menos aún, para hacerle daño al adversario. El político que traiciona la confianza que el ciudadano depositó en él dándole su voto, mejor haría en irse a pastar a otros lares.
La honestidad es una virtud, pero en la función pública es, además, una obligación. Quien no se sienta comprometido con las causas más apremiantes que nuestro mundo cambiante reclama, y no tenga vocación de servicio, puede dedicarse a cualquier cosa, excepto a la política.
No hay que tener miedo a entrar en la arena política: Costa Rica reclama nuevos líderes. El país está sediento de una nueva generación de dirigentes bien formados, con los valores éticos que nuestro pueblo demanda, y con la valentía de reconocer que no hay virtud en rechazar la función pública, sino en aceptarla a pesar de los riesgos.
Debemos animar a los jóvenes para que ocupen su lugar en la historia. Nadie debería avergonzarse de aspirar a ocupar posiciones políticas. Por el contrario, debería ser el orgullo de las mentes más brillantes, los talantes más honestos y los espíritus más compasivos. Jóvenes, no teman a participar en política.
Quiero decirles a quienes integran la patria joven que no es prudencia mantenerse alejados de la política. No es prudencia posponer indefinidamente la vocación de servir. Es tan solo conveniencia y temor. Su tiempo es el presente. Su liderazgo se necesita aquí y ahora mismo.
Tomen en sus manos las riendas del destino. No esperen a que otros les hereden un país distinto al que sueñan. No es necesario comenzar haciendo cosas grandes: los grandes fuegos se inician siempre con una chispa, pero no renuncien a pensar en grande.
Ya lo dijo Goethe: “El mejor destino que se le puede dar a una vida es dedicándola a algo que dure más que la vida misma”.
*Expresidente de la República