El campeonato “ha comenzado”, así entre comillas, de la forma más inesperada: con una suspensión por la deuda de Limón con la seguridad social, lo que le impidió jugar el partido ante Guadalupe.
Cuando el entusiasmo del nuevo torneo planeaba en la afición costarricense, viene esta suspensión de última hora a devolvernos a la realidad real del fútbol de Costa Rica: la inconsistencia.
¿Cómo pretendemos ir a Catar y validar una buena presentación si el sustento que en buena parte debe ser el campeonato todavía anda a oscuras? Ese es nuestro fútbol. Como diría Beto Cañas: por eso estamos como estamos.
Mientras tanto, algunos quieren plantear que el fútbol nacional es brillo y destellos. No, no lo es. Si a ello se le suma que tenemos una liga de Segunda División fantasmal, con poco peso, con equipos que no siempre tienen la libertad para tomar sus propias decisiones, y una liga de Linafa en el limbo: podemos concluir que nuestro balompié todavía es muy artesanal.
En medio de tal clima se han dado grandes fijaches, en especial de Alajuelense con Johan Venegas y Marcel Hernández, pero hay que ubicar este fenómeno, que está más allá de la realidad de sobrevivencia que sostiene a la mayoría de los equipos.
Falta visión: mucha. Falta perspectiva: mucha. Falta progreso: mucho. Este es el retrato de nuestro fútbol.
Habría que estudiar situaciones y equipos, como el Eibar de España, que representa a una pequeña comunidad vasca, pero cuyo manejo es tan profesional, que su modelo administrativo es objeto de investigaciones por parte de universidades europeas.
El fútbol costarricense, en definitiva, se maneja en dos planos: el ideal, que solo está en la cabeza de quienes hoy ostentan el poder federativo, y el real, que nos pone ante realidades lamentables, como que el campeonato no pueda empezar porque a un equipo le suspendieron la licencia.
Periodista, escritor y comentarista. Premio Nacional de Periodismo Pío Víquez.
