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Carta a Benedetti

(SAN JOSÉ, COSTA RICA, 21 DE SEPTIEMBRE, 2020-EL JORNAL). Mario, parece mentira, pero ya han pasado 100 años desde aquel martes 14 de septiembre de 1920 en que vinistes al mundo, en el Paso de los Toros, en ese Tacuarembó  tan distante en el tiempo y en el espacio, y al que todavía llegaban ecos tardíos de la Primera Gran Guerra que había sacudido al sector posindustrial.

Sé que este tono intimista no te mosquea, porque así se hablan los amigos, ¿no? Hace unos 25 años que se cruzaron nuestros caminos. Como era natural, fue La Tregua la que abrió las puertas de nuestra amistad. De inmediato, me solidaricé con Martín Santomé, ese contador que parecía ser un tu alterego, y claro, casi todos nos enamoramos de Laura Avellaneda, no tanto por su belleza física, sino por la sinrazón de rescatar de las cenizas al viejo Santomé, viudo y errante en los senderos del amor.

Algunos te atribuyen ser el hombre que desafió la intelectualidad con Punto Izquierdo, ese cuento publicado en Montivedeanos, en 1959, al ser uno de los primeros escritores que no temía escribir y hablar de fútbol, entonces catalogado como el opio del pueblo.

Ahí, dicen empezó todo. No lo creo, querido Mario, pero es cierto que ese cuento en el que el soborno del puntero izquierdo lo lleva a terminar en un hospital, abrió puertas y luego vinieron otros escritores que no temieron mostrar su pasión por el fútbol. Uno de ellos fue Manuel Vázquez Montalbán, a quien el Barcelona le hizo un gran homenaje por darle al fútbol un lugar en el pensamiento.

Como esta carta es entre vos y yo, y nadie más la va a leer, te voy a confesar un secreto, grande y profundo, Mario. No te admiro por La Tregua, ni por Puntero Izquierdo, ni por los Inventarios, ni por El cumpleaños de Juan Ángel, ni por La Muerte y otras sorpresas, ni por Primavera con una esquina rota, ni por El Amor, las mujeres y la vida. No, no te admiro por nada de eso.

Aunque he de confesarte que muchas veces estuve tentado a plagiarte de la forma más vil posible. Concretamente allá por los inicios de 1997, cuando las exigencias hacía lo pedían. Hubiese sido un ridículo recitar Táctica y estrategia, con alguna variante mínima para atribuirme el poema y llevar agua a mis molinos. Sé que lo hubieras entendido. Al final, no fue necesario el vil plagio, con tu voz de fondo fue suficiente para que amaneciera el día.

Pero tampoco te amiro por esa mano que me echastes cuando ya empezaba a perderme en aquel horizonte verdemar. No, Mario, sería muy fácil, elogiarte por haberme apropiado de tus versos.

Te admiro por algo más grande que cualquier libro, cualquier poema, cualquier logro: te admiro por tu COHERENCIA incorruptible. Antes que venderte al enemigo sufristes el exilio. Te bombardearon desde todos los flancos para que rompieras con la Revolución Cubana y te fuiste a trabajar al campo codo a codo con el pueblo heroico. Algunos, como Vargas Llosa, se cambiaron de acera en la primera estación para abrazar al capitalismo de una forma canallesca, pero vos, Mario, seguistes en pie, padeciendo no solo el exilio físico, sino los muchos exilios psicológicos a que te sometieron.

No hubo manera de que te rompieran esa coherencia. Al final, seguistes los pasos de tu Puntero Izquierdo, que prefirió terminar molido que vender el alma por unas cuantas monedas.

Esa coherencia, Mario, te hermana con Galeano, Machado, Miguel Hernández y el gran José Martí. Te conocían como el Aguafiestas por esa capacidad para resistir cuando te embestían desde todos los frentes. Y siempre te enfrentastes al animal fiero de la mejor manera: mirándolo a los ojos para ensartarle las banderillas cara a cara como hacían los de tu estirpe.

Esa transparencia y esa coherencia que tanto te distinguieron es lo que hoy le hace falta al mundo del fútbol: enfermo de belleza, poder, selfies y en el que la pelota, como lo anticipabas en Puntero Izquierdo, está más que manchada.

 

*Periodista, escritor y comentarista. Premio Nacional de Periodismo Pío Víquez.

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