(JUEVES 22 DE OCTUBRE, 2020-EL JORNAL). Un viejo adagio reza que en la vida hoy se puede ser protagonista principal, como en una obra de teatro, mañana se es espectador y pasado mañana podría uno quedarse a las puertas en espera de que, por misericordia, le dejen entrar.
Le ha sucedido al Real Madrid de Zinedine Zidane y al Barcelona de Quique Setién. Los dos grandes equipos de España han comprobado en carne propia que la realidad no es, jamás, estática, sino que es movimiento puro, la misma esencia que define desde tiempos antiguos al buen fútbol.
Zidane, que tiene en sus vitrinas tres Champions consecutivas, un hito que ni Guardiola, ni Mourinho, Ni Klopp, ni Ferguson atesoran, está hoy en horas bajas. Le cuestionan, incluso, su capacidad de reacción desde el banquillo. Y está bien que así sea, porque en el fútbol como en la vida, no hay verdades imperecederas.
Cambia, todo, cambia, reza un estribillo de una canción que popularizó Mercedes Sosa y que todavía hoy se escucha y evoca nostalgia.
El Shakhtar Donetsk, un equipo que marcha tercero en la liga ucraniana, ha sonrojado a un Madrid que da signos de agotamiento mental y revela, además, de que para ganar hay que tener hambre. Esa misma hambre a la que tantas veces ha aludido César Luis Menotti. Si no se tiene esa ambición al tope, los mejores pueden volverse torpes, y, al contrario, cuando hay deseo, ganas de romper los muros, aparece siempre David para vencer a Goliat. Es la metáfora eterna de la vida. Si se lucha, si se tienen coordenadas claras se pueden vencer los obstáculos más desafiantes. La vida de cada uno de nosotros podría ser una novela express para contar con detalle que lo afirmado es así.
De forma tal que en el fútbol–, que no es ajeno a las reglas de la vida, es falso que solo imperen en él las leyes de la International Football Asociation Board–, también interviene el factor emocional.
Y este componente es clave para entender cómo es este deporte, en el que lo competitivo es crucial. Así que aunque muchas veces se gane solo con el escudo, no siempre sucede, sobre todo cuando al frente hay un equipo que quiere demostrar que si se corre, que si se tienen ideas y que si hay calidad, no importa que se venga del otro lado del mundo, lo relevante es combinar cualidades con actitud.
Lo demostró Costa Rica en Italia 90. Evocar esa fecha es anacrónico, desde luego, porque ha pasado un siglo, pero vale la pena hacerlo porque hoy, por ejemplo, la Selección Nacional es un barco a la deriva, y tales circunstancias sería oportuno analizar los recursos disponibles y a partir de ahí diseñar un plan de vuelo.
Todo ello con la certeza de que la realidad en el fútbol jamás es estática. El ascenso y caída de grandes clubes y de grandes selecciones así lo revela. Y si tiene duda, pregúntenle, por favor a Zidane, que ayer llegó a su casa donde conserva sus tres trofeos de Champios al hilo, en una confirmación de que el pasado es de suma importancia, pero que es en el presente en el que circula la pelota.
*Periodista, escritor y comentarista. Premio Nacional de Periodismo Pío Víquez.