(MARTES 15 DE MARZO, 2022-EL JORNAL). Los árbitros costarricenses no se hacen respetar ni dentro ni fuera de la cancha. Son el patito feo del fútbol nacional y jornada tras jornada salen dirigentes con ideas ochenteras a señalarlos, a amenazarlos con cartas para que no vuelvan a pitar en sus campos, y así se convierten en presa fácil de la industria del balompié.
Lo sucedido con Benjamín Pineda en el Chorotega de Nicoya es solo un capítulo de lo que sería una serie interminable de Netflix o Prime, según el gusto de cada cual.
El tema viene de lejos: hace al menos 25 años escucho sobre la necesidad de profesionalizar el arbitraje, pero nada se hace al respecto.
En nuestro fútbol, los árbitros son tratados como ‘amateurs’, mientras los futbolistas ganan y viven como profesionales. La brecha es abismal. Aunque ello, claro está, no explica los fallos recurrentes que en cada partido cometen y no me refiero a errores técnicos, sino sobre todo a la falta de personalidad de quienes visten de negro.
Si un jugador determina que al juez de turno le falta personalidad para hacer valer su ley dentro del terreno de juego, lo moverá como un títere a lo largo del partido.
En este esquema entra el triste proceder de Mariano Torres cuyo comportamiento en otro fútbol sencillamente no sería permitido. Torres se parece al niño que se cree invencible porque es dueño de la pelota en el barrio. Pobre niño, qué perdido estará en un futuro en la vida real.
Pero volviendo al tema central: los árbitros en la actualidad tienen una condición laboral discutidísima y si el Ministerio de Trabajo no ha intervenido y llamado a cuentas a la Federación Costarricense de Fútbol es porque estamos en Tiquicia donde las cosas suceden, por lo general, al revés.
En dichas condiciones no me extraña, por ende, que los árbitros se sientan inferiores a dirigentes y jugadores, pero con una autoestima tan baja no se puede salir a pitar ni en el Alto de Guadalupe.
En este contexto, o los árbitros se dan a valer de una vez por todas o seguirán siendo el patito feo del fútbol, poniendo su prestigio e incluso su integridad física en riesgo a cambio de muy poco.
Es hora, señores, de despertar y de que se hagan respetar con la autoridad que les confiere el reglamento y la calidad humana que los caracteriza. Agachar la cabeza no es una alternativa.