EL PLACER DEL TEXTO
(SAN JOSÉ, COSTA RICA, 05 DE JUNIO, 2016-EL JORNAL). Tiembla la pluma cual sacerdote capaz de pecado. Ha muerto Ali. Ha muerto para nacer a la inmortalidad. El más grande espécimen de la naturaleza que ha dado el boxeo en todos los tiempos. Ha muerto a sus 74 años. La gloria, ya desde niño, le corría por las venas. Nació para ser inmortal y lo ha conseguido. Era y será mucho más que un boxeador. Cuando lo quisieron enviar a matar a Vietnam, se negó y prefirió la marginación y que los miopes blancos del stablishment lo despojaran de la corona de campeón.
Flota como una mariposa y pica como una abeja. La frase la cinceló su asistente Andrew Bundini y Ali se encargó de hacerla girar por el universo entero. Gorgeus George, le daría la idea de la fanfanonería, que se convertiría en el más avanzado y adelantado curso de marketing para un deportista de su tiempo.
“Yo soy el más grande y no puedo perder”, gritaba Gorgeus George en Las Vegas y Ali adoptó el lema para sí. “Casius Clay esel más grande”, decía su eslogan la sueter que llevaba antes de los combates en su espalda.
Alto, fuerte, guapo. No podemos tener un campeón del mundo feo, le dijo a Sony Liston. “Sal de ahí, sal de ahí, oso feo”. La prensa, nunca, ni antes, ni ahora, se había topado con aquel prodigio, que ahora era capaz de un jab casi mortal y más tarde podía subir al plató a recitar su propios versos rimados.
La modernidad había esperado 20 siglos para verlo aparecer y por fin se había dado el milagro. Ahora estaba él, en el ring, como si fuera un bailarín y no un boxeador.
Sony Liston fue su primera gran víctima. A este le arrebató la corona en 1964. Y así nacía para el mundo y asombro de la humanidad: Casius Clay, quien le daría paso luego de su conversión al islam a Muhammad Ali.
La vida, con el paso del tiempo, lo pondría contra las cuerdas en el más largo y desigual combate contra el parkinson, solo para confirmar que el sabio y viejo Solom, lo había predecido con pasmosa exactitud, cuando dijo: “Creso, el hombre es todo azar”.
Su cruzada contra el racismo llegaban hasta la cárcel de Robben Island, donde otro negro, llamado Nelson Mandela, luchaba en un espacio de dos metros cuadrados contra el apartheid. Demostraba así que su poder no estaba en los puños, por lo que sería un enorme error que la historia lo juzgara así: lo suyo era un combate desde la palabra.
Y eso no le daba pie al escritor Sergio Ramírez para tildarlo de idiota, se equivoca el laureado escritor, como se ha equivocado la muerte pretendiendo vencerlo el pasado 3 de junio, no era posible ya: hace tiempos que Ali era inmortal.