PALESTRA
Recordando a Jacinto Convit García, médico, científico y humanista
(SAN JOSÉ, LUNES 09 DE JUNIO, 2014- EL JORNAL). Confieso que hubo un “antes” y un “después” cuando el investigador Manuel Patarroyo nos delineó aquella noche la “futura” ciencia. Aún nadie hablaba de efectos desbastadores de la nueva esclavitud del neoliberalismo, cuando este investigador colombiano advertía ya de la intromisión de la “gran farma” en nuestras vidas y el rumbo de secretismo que tomaría el conocimiento científico. Allí escuché por primera vez que existía una vacuna contra la lepra inventada por un insigne filósofo y médico latinoamericano, formado en la Universidad Central de Venezuela.
Se trataba de Jacinto Conavit García, que en circunstancias muy difíciles un día desafió cómo curar a la incurable lepra, que hizo estragos en todos los continentes, especialmente, sobre los más desposeídos.
Así fue como contra las críticas de sus propios colegas, incredibilidad “científica”, viento y marea, inventó su vacuna contra esta bíblico mal, luego de observar leprosorios en Brasil y su país. Por eso, en 1987 recibió el premio Príncipe de Asturias de Investigación Científica y Técnica.
Un querido colega venezolano tuvo la amabilidad de ponerme en contacto mediante correo electrónico con este ilustre científico que no dudaba en defender la “ciencia” como patrimonio de la humanidad, al precio que fuere, decía. Me recordaba mucho a Patarroyo de la noche aquella, a quien una vez quemaron su laboratorio luego de donar al pueblo su vacuna contra el paludismo.
La similitud entre ambos personajes es asombrosa. Son Premio Príncipe de Asturia y a los dos la ciencia los hace locos. En el caso de Patarroyo, cuando trataron de detener sus investigaciones embargándole los equipos del Instituto de Inmunologia, un ganadero colombiano le donó el instrumental necesario para que dejara de preocuparse.
Convit García no satisfecho con los aportes dados a la humanidad siguió de gabacha blanca metido en su laboratorio persiguiendo, como lo hizo con la lepra, acabar con diversos tipos de cáncer, sobre todo de seno, colon y gástrico.
Cuando en 1988 algunos latinoamericanos lo postularon al Premio Nóbel de Medicina ni se inmutó, quizá sabedor de los intereses en que cayó este reconocimiento.
Estaba convencido de que si los científicos más consientes se proponían, distintos tipos de cáncer que asolan a la humanidad serían tratados con una vacuna que, según él, dejó adelantada para la humanidad.
Aquel que ni siquiera se preguntó quién estaba al otro lado del correo electrónico para darme una visión de la ciencia y la salud en América Latina nos abandonó en silencio, como siempre trabajó, a la edad de 100 años, el pasado 12 de mayo. Sirvan estas letras para rendirle un cálido homenaje a su memoria y a su obra, digna de un Quijote de la medicina y de la vida.
Periodista, abogado y notario UCR