(SAN JOSÉ, COSTA RICA, 27 DE MARZO, 2017-EL JORNAL). Jorge Valdano, con su sempiterna claridad, afirmó que Diego Armando Maradona solo podía entender la vida con un balón en los pies. Alejado de él, dijo, el astro se extraviaba.
Manuel Durán, conocido como Platos, solo entendía la vida al lado de una cancha de fútbol. Sin ella se extraviaba. Y eso hizo que muchos no lo comprendieran, y que en algunos momentos lo acusaran de vago, pero el oficio de Manuel estaba ahí, en la alegría de ver a los niños, jóvenes y adultos correr detrás de un balón, porque eso significaba libertad y esperanza.
Víctor Marín afirmó en el sepelio que nadie ha hecho más por el fútbol y el deporte en Acosta que Manuel. Y es cierta la expresión. Manuel, incluso, no necesitó de comités de deportes para realizar su obra.
Los miopes de siempre, los mediocres de siempre, los incapaces de siempre, que en Acosta hay muchos, le negaron siempre sus cualidades de líder y su vocación para dedicarse en cuerpo y alma a servir al deporte.
Vestido con tenis, pantaloneta hasta las rodillas y una gorra de turno, Manuel, fallecido el sábado 25 de marzo, hizo del servicio al fútbol y al deporte su magisterio, como el cura se dedica a su feligresía, solo que a nuestro Manuel no lo aplaudían, ni le financiaban sus obras con grandes aportes gubernamentales, ni nadie iba por ahí con reconocimientos burocráticos.
Lo suyo era una entrega a cambio de nada. Y este sí que fue un legado que no debemos dejar escapar. Detrás de ese hombre de pantaloncillos informales se escondía un hombre con alma de niño –los niños lo querían mucho y a veces discutía con ellos como un niño, también—y con un humor socarrón que lo volvía inconfundible.
Lo conocí desde que a los 13 años me vinculé al juvenil del Barrio Abarca y luego durante dos temporadas en el equipo mayor, y ya no le perdí la huella nunca más: nos gritaba, nos reñía, aunque nunca lo vi lanzar la gorra al pasto como Hernán Medford.
Hay muchas formas de ser victorioso en la vida, y Manuel encontró la suya por medio del deporte, y luego con programas deportivos que hizo a puro instinto, y que se ganaron el favor de sus televidentes.
Antes de que borren de la faz de la tierra la plaza de Turrujal, como pretenden hacerlo el alcalde de turno de Acosta, una parte de su concejo municipal, y su grupito de aduladores gratuitos y mediocres que respaldan esa acción, deberíamos rebautizar ese campo con el nombre de Manuel Platos, no solo para rendirle el homenaje que se merece, sino porque desde el Hospital Calderón Guardia, donde estaba librando la más grande de las batallas, me instaba con una preocupación genuina y que surgía en lo más profundo de su corazón: a que me informara a ver si era cierto que iban a eliminar dicha cancha.
Manuel solo podía concebir la vida con una cancha al lado, como Maradona la suya con una pelota en los pies.
*El autor es periodista, director de EL JORNAL y Máster en Literatura.