(ESPAÑA, 24 DE JULIO, 2013). El vínculo de las relaciones forma parte de nuestro caminar por este mundo. Lo es todo. Necesitamos de los amigos como el aire que respiramos. Tantas veces son nuestro aliento. Pero también los amigos requieren de nuestro apoyo. Es una continua y permanente reciprocidad.
No hay mayor satisfacción que sentirnos protegidos, valorados y comprendidos por nuestra propia comunidad. Por ello, estoy convencido de que la amistad, en un mundo global como el presente, es algo imprescindible, sobre todo, para tender puentes de cordialidad e inspirar de este modo encuentros comprensivos.
La diversidad y los puntos de vista diferentes, no tienen por qué ser impedimento para trabajar en colaboración unos con otros, si en el horizonte de nuestro pensamiento se sustentan valores como la confianza, el respeto y la consideración hacia todo ser humano. Por consiguiente, aplaudamos el día que la Asamblea General de las Naciones Unidas designó el Día Internacional de la Amistad, el 30 de julio, con la idea de avivar estos lazos entre pueblos, países, culturas y personas. Precisamente, la resolución de dicha festividad, lo que hace es poner en valor actividades comunitarias encaminadas a fomentar la inclusión entre personas para promover algo tan vital como el diálogo.
La amistad no tiene un valor de resistencia, sino más bien es una de las cosas más importantes, puesto que imprime fuerza al deseo de vivir. El solo hecho de sentirnos amigos ya alegra el corazón. Es cierto que ha nacido la pasión por la comunicación entre diversas culturas, en esto parece ya no haber fronteras, sin embargo, a veces esto no empuja al encuentro, al apoyo solidario, a la tolerancia.
Es evidente que tenemos que formular una nueva relación entre las personas y el mundo que nos circunda, desbordado por la pobreza, las desigualdades e inseguridades. Muchas gentes se sienten hoy día, ya no solo abandonadas por el Estado, también por su misma especie, por las personas más próximas. Por eso, es fundamental que se establezcan alianzas para propiciar otro mundo más pacífico. Desde luego, los crímenes de derechos humanos no pueden ser objeto de amnistías ni impunidades. A propósito, la idea Aristotélica, de que “si los ciudadanos practicasen entre sí la amistad, no tendrían necesidad de la justicia”, puede ayudarnos a reflexionar y, así, poder tomar una nueva conciencia de vida, basada sobre todo en la mesura. Sin duda, el afecto por el ser humano, provenga de donde provenga, tiene que llevarnos a otros estilos de vida más fraternos y responsables.
Contra la violencia hay que dar prioridad a la formación de grupos de amigos capaces de contrarrestar las fuerzas del extremismo y de la incomprensión. A mi juicio, ha de ser prioritario en todos los países construir una nueva fraternidad basada en la mano tendida, en la reconciliación de los pueblos, para poder crear una renovada armonía de sentimientos en la mente de las personas. Requerimos esta unión para transformarnos en personas desinteresadas, dispuestas a desarrollar la generosidad, la simpatía y, especialmente, el apego que genera una donación auténtica.
Por desgracia, los tiempos actuales son poco propicios para las adhesiones verdaderas. Un muro parece separarnos en mil ocasiones. Es el fruto de vivir para nosotros mismos, sin otro afán que los bienes materiales. Y así, lejos de existir para los demás, vivimos para el poder de turno.
Con estos pensamientos, difícilmente vamos a poder establecer lazos duraderos y profundos, diálogo ninguno y lo que sí vamos a cosechar es un montón de incomprensiones. De ahí, la urgencia de llevar al corazón de todas las culturas una estima revitalizadora de incondicional entrega a los demás, lo que implica una cierta igualdad, muy diferente a esta cultura de competición, donde el egoísmo es lo que prima.
No olvidemos, pues, que la amistad surge del contacto, pero se alimenta de valores que nos hermanan; ayudando, de esta manera, a desarrollar aptitudes para la adopción de decisiones que fomenten un sentido de pertenencia.
Sin duda, el potencial de la amistad como esperanza de futuro tiene que priorizarse en los programas educativos y en todos los sectores de la cultura; de lo contrario, seguiremos estando todos condenados a los conflictos, al rechazo y al desprecio de las personas más vulnerables.
Los verdaderos amigos permanecen los unos en los otros y nadie les separa. Precisamente, lo que nos hace fuertes es la certeza de la amistad. Realmente pienso que el ser humano no puede vivir sin nexos, es lo que nos sostiene y nos pone en camino, superando la pereza de quedarnos cómodos en nosotros mismos, necesitamos abrirnos a la gente, formar parte de la gente, universalizarnos, reconocernos en esa universalidad, en la que se hunden nuestras propias raíces.
Estas relaciones de amistad han sido evocadas por todos, son llevadas con frecuencia a mundos diversos, del arte y la ciencia, del cine y de la música, de la filosofía y de las religiones. Se me ocurre pensar en los personajes inmortalizados por Miguel de Cervantes, don Quijote y Sancho Panza, que simbolizan la generosidad entre personas de diferentes caracteres, llegando a un entendimiento tan fuerte que don Quijote se «sanchifica» y Sancho se «quijotiza».
Así es la amistad, uno de los sentimientos más nobles y más precisos. Indudablemente, el futuro será de los que aprendan a quererse en este mundo, a establecer familiaridades y conexiones.
Para desdicha de todos, el momento presente no solo está marcado por fenómenos negativos a nivel institucional, social y financiero, sino también por una expectativa cada vez más inhumana, en parte por cierta desconfianza en las relaciones humanas, de forma que aumentan los signos de deslealtad, engaño, ingratitud, agresividad y desesperación.
La decepción llega a alcanzar en algunas culturas límites insoportables. Además, este mundo globalizado en el que vivimos (muchos sufriendo) corre el riesgo de avivar la enemistad al haber cerrado los ojos del corazón.
Tenemos, en todo caso, la responsabilidad de activar las miradas y de incentivar un espíritu de cooperación planetaria, que nos lleve a cultivar un núcleo de valores, el de los derechos humanos fundamentales, y no otros impuestos al arbitrio de cuantos tienen el poder. Es cuestión de mirar y ver lo que nos interesa. Eso sí, tómese su tiempo, lo mismo que para escoger a un amigo.