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Ángel y demonio

(VIERNES 27 DE NOVIEMBRE, 2020-EL JORNAL). La versión oficial sostiene que Diego Armando Maradona fue encontrado muerto por las personas que le asistían y no coincide con esos colaboradores que aseguran que se sintió mal, se quiso desvanecer y que eso ameritó la llamada a urgencias.

Estamos asistiendo a la construcción del mito y su canonización laica en medio de dudas, oscuridades y teorías.

Maradona, que tanta felicidad regaló a quienes le vieron jugar a lo largo y ancho del planeta, era un tipo solitario, pobre de afectos y siempre dispuesto a recibir un abrazo para confirmar, en definitiva, que no era Dios, ni con mayúscula ni con minúscula, sino un genio que con una pelota en los pies ponía el mundo patas arriba.

Entre el pensamiento y la acción en la cancha había una perfección sobrenatural. Era el sonido del arpa en el momento justo para que se desencadenara una sinfonía capaz de detener el descongelamiento del ártico.

En Maradona convivía lo pequeño, el detalle, con esa vida metafórica, desmesurada, hiperbólica, que tocaba el cielo con las manos en este instante y que un segundo después se hundía en las perplejidades de la droga que lo sumía en esos túneles largos y oscuros de los que nunca pudo regresar, aunque seguía yendo al estadio, al supermecardo y a las fiestas con familiares y amigos.

Veo que hay un intento, fallido hasta los tuétanos, de separar al Maradona hombre del Maradona futbolista. Es una mala copia de aquel cuento “Los dos Borges”.

En la fantasía y si se tiene la pluma de Jorge Luis Borges aquello acababa en arte. Si se es un mortal, esa dualidad terminaba en ligereza argumentativa.

Maradona era uno y de pies a cabeza era genio y demonio de sí mismo. Era luz y oscuridad. Era el alfa y el omega en un metro y 65 centímetros. Era inteligencia pura en la cancha y esterelidad mental en la vida. Era coherencia y contradicción en el mismo coctel. Sus goles y sus proezas salieron del mismo corazón noble y atribulado, las habilidades con su zurda se entrecruzaban con las torpezas en el amor y en la vida familiar.

Separar al ídolo, entre Maradona y Diego, es como darle una puñada y rasgar en dos la Divina Comedia de Davinci. No se puede entender al genio sin sus cadenas. No se puede festejar el gol ante Inglaterra, el más hermoso de todos los Mundiales, y condenarle por el tanto de la Mano de Dios.

Con Maradona hay que ir al fin del mundo, sabiendo que se acompaña a dios y al diablo al mismo tiempo. Esas paradojas estériles y torpes con que hoy se le quiere retratar para separar al hombre del futbolista, son para un escritor primerizo que quiere hacer un strip-tease para exhibir su mínima imaginación.

A ese Maradona que quieren dividir los señoritos, que huelen a incienso y oración, no lo compro yo.

Yo me quedo con el ángel y el demonio. Ese que llevaba dentro el Daimon socrático y que se revolvería en su propia tumba si oyera a los mojigatos hablar de Diego y Maradona.

Descanse en paz, Barrilete cósmico: en ese silencio eterno que hoy te pertenece.

(Caricatura por Ennio Mora)

 Periodista, escritor y comentarista. Premio Nacional de Periodismo Pío Víquez.

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