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Una especie en extinción

(VIERNES 06 DE NOVIEMBRE, 2020-EL JORNAL).‘Goles son amores y no buenas razones’ , reza el adagio popular y ya sabemos que en materia de sabiduría, los refranes van por delante de filósofos, escritores, inventores y toda clase de gurús modernos, que lo que hacen es ganar buen dinero y embaucar a los feligreses que les siguen.

Cuando el río suena, piedras trae’, salta en una de las esquinas del refranero y si seguimos a este paso, podríamos decir que ‘ojos que no ven, corazón que no siente’, pero si queremos ponernos exquisitos podríamos argumentar que ‘es mejor paloma en mano que cien volando’, y si todavía no llega ese ansiado gol del Santos de Guápiles alguien podría arrimarse a la tarima para proclamar con Antonio Machado y Joan Manuel Serrat que ‘No puedo cantar, ni quiero
A este Jesús del madero
sino al que anduvo en la mar’.

Porque el fútbol es movimiento. Pase al vacío. Sorpresa. Y es, sobre todo, goles, goles, por eso vuelve a repetir el cantaor callejero que goles son amores y no buenas razones’. Si hubiese alguna duda, el técnico Luis Marín podría dar una asesoría en este campo.

Esta frase popular debe pesarle como una losa a Denilson Mason y a Josimar Méndez, quienes en la tarde-noche de ayer frente a Guadalupe, sin proponérselo, validaron una vez más esa gran verdad que anda rondando el mundo del fútbol y es que los goleadores de raza son una especie en extinción.

Los goleadores son, con forme pasa el tiempo y el fútbol se vuelve más defensivo que nunca, una especie de orntitorrincos de hábitos inimaginables. Y ya se sabe que no es necesario ir a Harvard para comprobar que los partidos se ganan con anotaciones.

¡Qué simple y qué lozano suena! No obstante, es una verdad cada vez más olvidada. Hay partidos en que uno se pregunta: y aquí qué pasa, qué es lo que persiguen estos entrenadores: ¿aburrir con una sinfonía desafinada a los pobres espectadores?

Goles, sí, ‘goles son amores y no buenas razones’, si tan solo esta frase cincelada en el tiempo por la memoria histórica de la humanidad figurara en los librillos de los técnicos, el fútbol recobraría esa alegría, esa luz, ese toque de distinción que lo diferenció del resto de los depotes desde sus mismo orígenes.

Hoy, desde el Real Madrid, pasando por el Barcelona, Atlético de Madrid y más abajo en América barroca, el Santos de Guápiles, sufren de la falta de gol.

Por eso es que los Ronaldo, los Pelé, los Müller, los Di Stéfano, los Romario, los Careca, los Cristiano, los Messi y más recientemente los Haalang ‘valen lo que pesan en oro’, para tirar del refranero popular, al que hay que asomarse más a menudo porque contiene tanta sabiduría que va más allá del fútbol.

 

*Periodista, escritor y comentarista. Premio Nacional de Periodismo Pío Víquez.

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