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La mujer es un misterio

     CIUDAD Y CAMPO

José Eduardo Mora

Porque lo ha dicho Stephen Hawking me atrevo a repetirlo, de lo contrario no lo haría, porque podría ser quemado en la hoguera inmediatamente: las mujeres son un misterio.

Vaya, el hombre que ha hurgado con minuciosidad en el universo en esta brevísima vida, se ha aventurado a una afirmación que pronto le puede costar una cadena perpetua internacional, porque viene complementada con unos incuestionables aromas de misoginia pura.

Lo que no ha dicho Hawking, y aquí es donde está el enredo, es qué tipo de misterio es la mujer. Tal misterio es de tal magnitud que él confiesa, sin pudor alguno, que más que en los agujeros negros, dedica la mayor parte del día a descifrar esa partícula femenina que recorre el vasto universo y que un día, según el Génesis, fue sacada del pobre Adán mientras dormía.

¿Quién entiende a las mujeres?, podría haber expresado Hawking, pero en vez de ello se limitó a afirmar de la forma más vaga posible, que ellas son un misterio.

Pese a esa vaguedad devastadora de su confesión, trae, de alguna manera, un consuelo para quienes hemos fracasado tantas y tantas, y tantas y tantas veces con las mujeres, al extremo de creernos, no antes sin un gozo espiritual un poco inexplicable, unos felices perdedores.

Erick Fromm, desde el psicoanálisis, nos recordaba que la única empresa en la que se fracasa constantemente y no se puede claudicar, es la empresa del amor, pero quizá peque de un exceso de romanticismo, y sea Hawking el verdadero salvador de las numerosas almas en pena en esta brevísima historia del tiempo que es la vida.

El consuelo, está, entonces, en que más que por nuestras carencias, es el misterio celestial, indescifrable, femenino, el único que se interpone en ese afán de los pobres hombres por entender a la mujer, por cuya cuenta Adán y compañía se dieron el lujo de perder la inocencia y el paraíso, y fueron expulsados y transportados en un tren, que, como ha quedado claro a lo largo de los siglos de los siglos, no tenía retorno.

Y claro, antes de Hawking, ya el maestro Gabriel García Márquez– a quien da pena citar porque todo el mundo lo hace, incluso sin leer su obra–,  nos había advertido de que no hace falta autopsia alguna para identificar a aquellos que mueren de amor, porque todos, absolutamente todos, se distinguen por una característica inconfundible: tienen arena en el corazón.

 

®Periódico El Jornal,  2012..

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