ANÁLISIS
(SAN JOSÉ, COSTA RIC, 29 DE DICIEMBRE, 2017-EL JORNAL).Nadie está contra el sistema; sí contra la vieja táctica del secuestro de la democracia, que ha hecho estragos en las finanzas de todos y engañado la conciencia de la ciudadanía honesta, pero no se desanime.
Igual sucedió en América Latina cuando las familias más preponderantes nos vendieron la democracia representativa como la opción más acabada del bipartidismo y la convivencia social. Elegimos gobernantes, diputados, magistrados, ediles, etc., recomendados por comerciantes, banqueros, exportadores, etc., que sí conocen a su “gente”.
Con el “fallecimiento” del bipartidismo- que se intenta revivir con reformas al reglamento legislativo- la táctica dio un giro de ciento ochenta grados: Ahora todos financiamos a los representantes de estas familias, muchos de ellos intocables cuando ingresan en las todo poderosas cúpulas de los partidos, que dan colores propios de arcoiris a las tendencias inscritas en nuestro Tribunal Supremo de Elecciones (TSE).¡Algo tiene el agua bendita que muchos corren tras de ella¡
Tanto ayer como hoy, “la fiesta democrática” nos cuesta millones de colones y, si bien es cierto, ello beneficia financieramente cada cierto tiempo, sectores claramente identificados como mercaderes de bonos, medios de comunicación, transportistas, estilistas, maquilladores, etc., no hay normas legales ni constitucionales que eviten que las promesas electorales no terminen en engaños.
Y las nuevas organizaciones políticas que surgen al calor de la legislación electoral terminan absorbidas por la tradición y tan sutil “síndrome” de Estocolmo.
La oferta que hacen al electorado – coinciden con el pluripartidismo de la democracia representativa- y es más importante para ellas que distanciarse de lo tradicional, haciendo de la democracia una verdadera actividad participativa, transparente, de cara a quienes eligieron sus nombres, en salones comunales, parques, estadios y plazas, con informes y documentaciones de sus diligencias sobre sus logros, los causantes de sus fracasos, etc. Todo esto, desde luego, no lo hacen.
Pretender convencerlos de que un elegido tiene dos años a lo sumo para cumplir lo prometido, de lo contrario sus electores tiene toda la fuerza moral para pedirle su retiro, equivale a una excomunión moderna. De seguro acudirán al TSE, que protegerá al tipo cuestionado, con la certeza de que muchos de quienes habían votado por él, cuatro, ocho o doce años después, ya olvidaron sus mentiras y su inmoralidad.
De allí que una democracia sin poder revocatorio en distintas instancias, antes de cumplirse el tiempo para el cual fue electo, con complicados mecanismos para ejercer el plebiscito, verdadero vía crucis para creación de leyes por iniciativa popular, sin un cara a cara con el ciudadano, entre otros, es una democracia indefensa frente al abstencionismo, la mentira y, en general, ante corruptores y corruptos, descarados y rufianes, que hacen de la política un modus vivendi para los suyos y no de servicios a los demás.
Las últimas encuestas refieren que el 38% de los votantes nacionales están desencantados con los partidos políticos, sean éstos emergentes, alternativos o de los llamados de izquierda o de derecha.
Acá, como en el resto del continente, con algunas excepciones, el elector que piensa su voto, tiene la sensación de que ha sido mentido, estafado, porque el ciudadano que trabaja, que vive de un salario, de una profesión, de una pequeña parcela o empresa, el ama de casa, no se siente empoderado; por el contrario, en economía le prometieron esto, e hicieron otra cosa, para el mantenimiento de un insulso clientelismo electorero.
Esta masa por más de medio siglo pasó por experiencias socialdemócratas, social cristianas, colorados y blancos, conservadores y liberales, según los distintos signos adoptados en los diversos países por estas familias secuestradoras de la democracia; con el peligro de que nuevamente sean engañados con un populismo de doble discurso y solapadamente de derecha, facistoide, como está ocurriendo en Argentina, Brasil, Paraguay etc.. tras la elección de Trump.
Este populismo y doble discurso moralista llevó a la presidencia de los peruanos a Pedro Pablo Kuczynski, ya cansada la población de la corrupción en todos los ámbitos. Hoy para sostenerse en el poder y resguardar sus $700 mil que dicen recibió de la empresa brasileña Odebrecht, Kuczynski negoció con la familia Fujimori un indulto, sin el menor sonrojo por la violación de los derechos humanos de ese expresidente.
Enrique Peña Nieto prometió prosperidad a su pueblo, independencia, transparencia y respeto a las ideas ajenas; hoy sigue sin dar explicaciones creíbles de cómo su mujer apareció con un palacio llamado la ”Casa Blanca”, y por qué el grueso de la población mexicana sigue en la miseria y por qué la militarización impuesta por Washington de la llamada “guerra contra el narcotráfico” hace de los periodistas independientes sus principales víctimas.
En nuestro país para que los “cuates” de los principales partidos no salgan “pringados” con el llamado caso del “Cementazo” y otras investigaciones por corrupción, taparon todo para después de las elecciones de febrero.
La democracia moderna es transparencia, es participación, es sinceridad, son cuentas claras cara a cara con quien eligieron, es certeza, es confianza recíproca; no cabe la doble moral, el discurso doble.
La democracia me evoca aquella película titulada: La gran estafa.
*Periodista y abogado.