En una sociedad como la actual, en la que las revelaciones políticas, financieras y sociales no dejan de sorprender, se impone un repaso al género policiaco y a la novela negra, en especial esta última que disecciona con lupa lo que acontece en la sociedad global, marcada por las máscaras, la corrupción y el oscuro afán del poder.
(SAN JOSÉ, COSTA RICA, EL JORNAL LITERARIO). UN CRIMEN SIN RESOLVER. La aparición de Monsieur Aguste Dupin: así nació para asombro de la humanidad y los tiempos venideros, la novela policiaca, que marcaría, de una vez y para siempre, a un género que luego echaría raíces y ramas siempre por senderos desconocidos, y propiciaría la aparición de figuras extraordinarias, a tal punto que han llegado a confundirse con personas de carne y hueso, y de sus vidas se tiene fresca memoria.
Con Los crímenes de la calle Morgue, Edgar Allan Poe sentó las bases en ese abril de 1841 en la revista Graham’s de Filadelfia, de lo que sería el género policial, un género cultivado con amplitud en Europa y Estados Unidos, y que luego se extendería al mundo entero, incluida América Latina, donde las historias tienen sus propios matices y están más cercanos a la “Novela negra” que a la policial.
Aunque en un principio se les tenía como literatura de entretenimiento y se le encasillaba como de segunda o tercera categoría, con el tiempo el estilo, el refinamiento en la argumentación, hicieron que la calidad literaria comenzara a aflorar, y las estructuras de la novela policial y negra empezaron a filtrarse en la novela realista y supuestamente cultivada por los más destacados del género, de modo que la reivindicación ha sido lenta pero certera, y hoy, con conciencia o sin ella, ningún buen lector podría preciarse de serlo, si por sus manos no ha pasado un buen libro con estos héroes y antihéroes que escarban y respiran esos ambientes cargados de corruptelas, evasiones, engaños y tramas salpicadas de muerte, sangre y traición.
EL JUEGO DE LA DEDUCCIÓN
La novela policiaca se va a caracterizar por el juego de la deducción. Las facultades de la inteligencia, de la observación, siempre sometidas a los más rigurosos y singulares análisis, arrancan con Aguste Dupin y después serán llevados a su máxima expresión por sir Arthur Conan Doyle a través de su inolvidable Sherlock Holmes, quien, claro está, aprovechará uno de sus relatos para descalificar a ese mediocre detective creado por Poe, según sus propias palabras.
Es tal la obsesión de Holmes por resolver los casos mediante el arte de la deducción, que se creó una escuela que procura aprehender el mundo a partir de esta técnica, ligada, de acuerdo con sus seguidores, al más estricto seguimiento del método científico.
Ya en la introducción de Los Asesinatos de la Calle Morgue, se empiezan a vislumbrar los citados caminos deductivos: “Las condiciones mentales que suelen considerarse como analíticas son, en sí mismas, poco susceptibles de análisis. Las consideramos tan sólo por sus efectos. De ellas sabemos, entre otras cosas, que son siempre para el que las posee, cuando se poseen en grado extraordinario, una fuente de vivísimos goces”.
El goce de saber ver. El goce de saber deducir. El goce de la concentración serán características del protagonista de la novela policial que marcará el resto del siglo XIX y entroncará con el XX. El investigador o consultor, como se autodenominará más adelante Holmes, tendrá que cumplir con esas características, sino quiere ser defenestrado por sus cultores.
El modelo trazado por Poe en la citada obra y sus otras dos en este género policiaco –La carta robada y El Misterio de Marie Roge– será replicado una y otra vez por grandes autores y por muchos que hoy se encuentran en el más completo olvido.
“Si flaquea un solo instante, se comete un descuido, cuyos resultados implican pérdida o derrota. Como quiera que los movimientos posibles no son solamente variados, sino complicados, las posibilidades de estos descuidos se multiplican; de cada diez casos, nueve triunfa el jugador más capaz de concentración y no el más perspicaz”, se apunte en Los asesinatos de la Calle Morgue.
El escenario de la novela policíaca era usualmente el de la aristocracia y el espacio físico se circunscribía a recintos cerrados: con esos ingredientes se construían las tramas alrededor del crimen y el detective o investigador terminaba por convertirse en el héroe al final de la historia.
En efecto, la figura central es el detective que con sus métodos deductivos termina por resolver el enigma: “En esta etapa hablamos de la novela policial clásica o de enigma. Esta etapa contiene las reglas que lo fundan. Es la novela de enigma que surge desde el crimen pero que pone el acento en el despliegue racional ejecutado por el policía. Hay una búsqueda de la verdad con un método racional. Los enigmas se resuelven a través del método de investigación seguido por el detective, que se convierte así en el héroe moderno, restituidor del orden”, afirma Juan José Herrera en su ensayo El canon de la novela negra y policiaca, publicado en la revista Tejuelo, número uno, de 2008.
Y remata Herrera: “Lo importante es resolver el crimen y cómo lo consigue resolver. El crimen está rodeado de pistas que ayudarán a la resolución. Se estudia como un objeto científico”.
En síntesis, apunta Herrera, la novela policiaca se caracteriza por tener a un “investigador inteligente, un problema aparentemente insoluble y la solución racional en las páginas finales que excluye elementos sobrenaturales. La violencia apenas existe”.
EMERGE EL CONTEXTO
Con el surgimiento de la novela negra, a partir de la segunda mitad del siglo XX, el contexto, el entorno, el resquebrajamiento social empieza a tomar fuerza y la figura del investigador racional, impoluto, que bien podría resolver los crímenes sin salir de su oficina, les da paso a detectives, a policías e incluso el criminal adquiere voz propia y es capaz de contarnos la historia en algunos casos.
La ruptura generada por la Primera Guerra Mundial, el advenimiento de la corrupción sistematizada, las crisis del 29 en Estados Unidos, y el surgimiento de mafias extraordinariamente organizadas, hicieron que el subgénero de la novela negra tuviera cabida y empezaron a publicarse relatos en las denominadas pulps, revistas que se reconocían por su pésima publicación, su bajo costo y su corte sensacionalista.
Una de esas revistas se llamaba Black Mask y este es uno de los orígenes del porqué del nombre de novela negra, aunque algunos, como Herrera, citan al francés Marcel Duhamel, creador de una serie sobre el género.
En la novela negra, entonces, asistimos, también, a un importante cambio en cuanto al desplazamiento de la trama: se pasa de un ámbito aristocrático y cerrado a un espacio urbano, más abierto y dado a transmitir con sus códigos y símbolos una realidad social más cercana a lo que acontece en esas grandes urbes.
“La transformación del personaje del detective ahora como un ser falible y duro modifica sustancialmente el relato policial clásico”.
La novela negra, además, se distingue porque el lenguaje que emplea, refleja el entorno social en que se desarrolla la trama. Procura, por todos los medios, incorporar el lenguaje en que viven y se desarrollan los personajes. Es la entrada, si se quiere, del lenguaje de la calle al relato.
En la novela policiaca clásica hay un refinamiento del narrador a la hora de emplear el lenguaje, mientras que en la novela negra se respira una mayor autenticidad en el habla de los personajes.
–Buenas tardes mi Capitán.
–Este maje se empeña en decirme mi capitán porque uso traje de gabardina, sombrero texano y zapatos de resorte. Si llevara portafolio me diría licenciado. ¡Pinche licenciado! ¡Pinche capitán!”, se lee en El complot Mongol del mexicano Rafael Bernal, una obra de enorme relevancia para el género negro en América Latina, a pesar de haber estado sepultada en un largo olvido por casi medio siglo.
RETRATO SOCIAL
Una de las características que más interesa destacar de esta novela negra es su adentramiento en la trama social. Es decir, es una novela realista que busca reflejar la sociedad en la que está inmersa, y en la cual la mafia, el poder y las instituciones corruptas son las que marcan el entorno en el que se desenvuelven los personajes.
La novela negra norteamericana marcaría los pasos en ese afán por retratar a una sociedad obsesionada con el dinero, el poder político y los complots para subir en la escala social a cualquier precio. La corrupción en el sistema judicial no escapa a sus historias y por ende a esa denuncia desde esta nueva trinchera que poco a poco se fue alejando de la etiqueta del mero entretenimiento.
En la actualidad, con las revelaciones de Wikileaks primero, los Vatiliks y más recientemente con los Papeles de Panamá queda de manifiesto que hoy son las mafias organizadas las que mueven el dinero, negocian y condicionan la política y asisten a las clases poderosas que recurren a la máscara y al prestigio social para dar una imagen de pulcritud que no les asiste en el día a día.
Y es en este espacio de corrupción, mentiras y apariencias, en las que la novela negra ha logrado retratar con una gran habilidad las sociedades de nuestro tiempo. Donde el periodismo apenas se asoma, la novela negra hunde su maestría y hace saltar por los aires esa trama de transparencia y compromiso que de manera falsa quieren transmitir las clases gobernantes.
Todas las características anteriores se fusionan en un elemento determinante y que cada vez es más evidente: el cuidado estilo con que los escritores estructuran sus historias.
Esto le ha permito, junto con la crítica social, a la novela negra empezar a ser tomada en serio, lo que equivale a decir, que ya se le considera como literatura, sin adjetivos, pero literatura que empieza a afianzarse en el canon que de forma arbitraria dicta qué es y qué no es literatura.
ENTRE SOMBRAS
El ascenso de la novela negra permitió humanizar a ese investigador. Ahora vive en la cuerda floja, es apaleado, está, casi siempre, al borde la ruina y es, por lo general, un tipo solitario y que carga con todas las dotes del perdedor.
Los ejemplos pueden ser abundantes, pero entre ellos se encuentra, desde luego, Philip Marlowe, el personaje creado por Raymond Chandler y que será protagonista, entre otros relatos, de El Largo adiós, un clásico que es de lectura obligatoria para los amantes del género. Más acá en América Latina está la figura de Héctor Belascoarán Shayne, quien será el personaje que protagonizará la mayoría de las novelas de Paco Ignacio Taibo II y cuya saga rompió una serie de esquemas en el ámbito hispano.
Aunque se le cita poco y se le reconoce menos, los cultores de la novela negra en América Latina son deudores de Rafael Bernal, autor de El complot Mongol, una novela publicada en 1969 y en la cual están las claves de lo que sería el género en esta zona del mundo. El personaje de Filiberto García sería de gran trascendencia para los escritores que optaron por cultivar el género en esta parte de América.
A Bernal se le ha marginado como escritor, sobre todo, por sus posiciones políticas de derecha, pero quienes le procuran rescatar sostienen que su aporte a la novela, y en especial al género negro, es innegable y ha de ser de consulta obligatoria en nuestra América.
Filiberto García, su personaje principal en El Complot Mongol es justamente un tipo duro, dispuesto a imponerse pese a las circunstancias adversas, y con una visión delineada y a la que nunca renunciará.
ADONDE EL PERIODISMO NO LLEGA
Con sociedades en las que la corrupción y el afán desmedido de poder son dos señas de identidad, muchas veces el periodismo se topa con ciertos límites a los que no puede traspasar y es precisamente en esos casos cuando los novelitas del género analizado hacen su aparición para contar aquello en lo que la veracidad ya no es suficiente y tiene que darle paso a la verosimilitud.
Un caso ajeno a la novela negra pero que vale resaltar es del Juan Goytisolo, quien tras cubrir como cronista y escritor el sitio de Sarajevo se vio compelido a traducir la experiencia en una novela, porque los hechos rebasaban la capacidad de lo que podía contar el periodismo.
Y Goytisolo escribe entonces El sitio de los sitios para intentar aprehender mediante el lenguaje la tragedia que se desató sobre Bosnia y los francotiradores que mataban a mansalva así como las bombas que caían del cielo como si la ciudad estuviera desierta.
Con la novela negra ha sucedido algo similar: los escritores han tenido que bregar con el lenguaje para contar esa realidad que parece irreal y que está cargada de excesos, de componendas, de arbitrariedades, de imposiciones, de matráfulas, de pactos secretos, y en medio de todo ello el ciudadano de a pie: impotente y espectador de cómo los otros diseñan y tuercen su destino.
Así es que conocemos la corruptela de ciudades como Los Ángeles, México DF, Washington, de la mano de autores como Chandler, Paco Ignacio, James Ellroy y su amplia producción sobre ese otro Estados Unidos.
Ahí, donde, y pese a las poderosas filtraciones que conocemos hoy, la historia tropieza con muros, los escritores de la novela negra se abren paso a fuerza de vencer obstáculos y trazan un retrato vivo de las sociedades actuales y así desenmascaran el podrido tejido social, que todavía en las ya casi inexistentes páginas de sociedad de los medios, cuentan un entramado social y político transparente e irreal.
El género policiaco y la novela negra gozan cada vez de mayor interés, en especial porque el lente se desplazó de lo que en un principio era mero entretenimiento o goce de los sentidos mediante la deducción, a pintar un cuadro social mucho más cercano, más vivo y más acorde con los tiempos actuales, en los que la mafia y la corrupción campean por doquier y las revelaciones son cada vez más sorprendentes.
*EL AUTOR ES PREMIO NACIONAL DE PERIODISMO PÍO VÍQUEZ 2018.