(SAN JOSÉ, COSTA RICA, 17 DE ENERO, 2020-EL JORNAL). Aspectos de forma: Obra exquisitamente ilustrada por Carlos A. Morales Quirós, con una temática metafórica de colores (“hot-air-balooms”), que nos conecta directamente con una sabrosa corrección de estilo, bajo la responsabilidad de María Quirós Grau.

RESPECTO al prologuista que nos aproxima a la obra, el exministro de Cultura, Dr. Arnoldo Mora, no requiere presentación: Un erudito para un desierto llamado Costa Rica. El libro consta de diecisiete capítulos provocadores de risas, que van desde, lo que el autor titula “En busca del ego perdido”, verdadera puerta que permitirá al autor adentrarse en personalidades como Jacques Sagot, Paté Centeno, Daniel Oduber, Donald Trump, Oscar Arias, entre otros; pasando por los vacilones capítulos titulados “De ministros a premiables”, pág 61;  “El control del yo”, pág 103; “Esa máscara que nos ponemos”, pág 125; hasta llegar al capítulo “Algunos egos más agudos”, pág 163, del que no escapan personalidades como el querido Hugo Díaz, Joaquín Gutiérrez, Juan Rulfo, entre otros.

“El ego me mata…”, a primera vista, sería obra encaminada a reírnos a carcajadas de las “debilidades” universales que alguna vez hemos sacado a flote, como un “iceberg”, apenas asomado y cuyas grandes dimensiones están debajo del océano, llamadas “ridículo”, “pedanterías”, ”pesadez”, ”jactancia” etc… Pero nada más alejado de la realidad, pues la risa para Morales es solo un recurso literario para adentrarse en otros temas humanos más serios, como la “conciencia” de nuestros actos frente a la sociedad y el “inconsciente” con que actuamos; por cierto muy actual esto último, en tiempos de neoliberalismo y “desresponsabilización” de los Estados y sus corruptos.

Sobre el fondo: El humor del autor, sinceramente, no lo entendí, cuando lo conocí cincuenta años atrás, cuando llegó a mi pueblo natal, Miramar de Montes de Oro, y el suscrito, un adolescente soñador (sigo siendo soñador) había definido ser periodista haciendo el “mejor periódico del mundo”, en un viejo mimeógrafo y esténciles,[]​ denominado “Oro Nuevo”. Recuerdo que el ilustre visitante, hoy consolidado escritor de los más versátiles de Costa Rica, como lo muestra la obra “El ego me mata…”, llegó con fuertes gafas Ray-bam oscuras, tipo aviador, acompañado del finado Leví Vega, encargado de asuntos agrícolas de La Nación, “ robándose” ambos el “show” en aquella publicación hecha con las uñas y vendida al pregón a peseta el número. Se recibieron hasta con bombetas al ser las doce mediodía.

Ya en el viejo Semanario Universidad, Morales, con “carreteras y autopistas periodísticas” recorridas (como la maratónica narrada por él en su libro que lo dejó en la Cruz Roja, “más del otro mundo que en éste”; ver capítulo 2), entendí perfectamente su humor y ahora le comprendo a la perfección, porque la risa es la excusa perfecta en “ El ego me mata…” para pasar revisión a cada uno de nosotros y a todos como sociedad. Por lo tanto, Morales no dice toda la verdad en su libro. Él no es un “jodedor consuetudinario ni con su itinerario” (no le crean); es “jodedor consolidado”, desahuciado y empedernido. ¡Nadie me lo contó! Eso sí, escondida en esa “pesadez” externa, hay una persona comprometida, solidaria, de sapiencia y generosidad que muchos intelectuales y profesionales se desearían dentro de esta aldea

 “El Ego me mata…”, cierto, nos llama a la risa, pero con sentido de responsabilidad, al mejor estilo del filósofo estoico Séneca; mas sin embargo, desde una óptica más profunda, nos lleva a problemas esenciales y palpitantes, como es el enorme universo llamado inconsciente en algún momento por Carl Gustav Jung, de quien tomo ese concepto. Es, al menos, la percepción que tengo a la hora de escudriñar “El ego me mata…” y los hombres que desfilan por la obra, recurriendo el autor al recurso de la risa (hablo de “hombres” en términos genéricos, para que no se me alborote ningún panal) como si se tratase de un “iceberg”, cuya dimensión de ese pedazo de hielo conoceremos solo cuando lo saquemos a flote enterito. Mientras tanto, el grueso del “iceberg” está oculto, distorsionando nuestra realidad “Jungiana”, quizá producto del desfase existente entre los doce millones de años del universo y a lo sumo 2.5 millones de peregrinar por este planeta. ¿Qué cosas pasaron en los restantes 10 millones de años que aún guarda nuestro inconsciente?.

 “El ego me mata…” revela que cuando la luz llega hasta el inconsciente –sospecho que somos luz y energía– desplaza las experiencias dolorosas, sus traumas y los complejos inmemoriales metidos en nuestro ADN; nos convertimos en seres creativos al percibir la totalidad de la conciencia (todo el libro está lleno de estos destellos, ver por ejemplo, el capítulo “Algunos egos más agudos”; pág 165, párrafo 2). Es capaz, entonces, una persona, no importa se vista de portero a los 15 años ( ver pág 53 y siguientes del capítulo “Y ahora el fútbol”) al mejor estilo de Navas o Lev Yashin –la famosa “Araña Negra” soviética de los sesenta– de canalizar luego toda esa energía llamada “fracaso” a conquistas hacia las cuales nos dirigimos y realizamos para otros, como sí esas áreas nos estuvieran esperando desde hace millones de años en el arte, la ciencia, la religión, la filosofía, el deporte, el periodismo, el derecho, la política etc., tal como el autor enlista una serie de personajes a partir de la página 113 del capítulo “ Ego, ambición y lenguajes”.

Pero también esa percepción de totalidad caracterizadora de la conciencia, con frecuencia pierde su energía y entonces vuelve a oscurecer todo. Ya no somos creativos en el mejor sentido de la palabra y lo que fue luz es ya “sombra”, como decía Jung; las actualizaciones alcanzadas por la conciencia retornan a esa enorme bodega, volviéndonos destructivos, humilladores, violentos etc. Un ejemplo que el lector tiene en “El ego me mata…” y seguramente sabrá valorar por su fineza crítica, está presente cuando a aquel traviesillo ex presidente de la República una ingenua secretaria le solicita el número de placa del carro para reservarle un espacio en la UCR y él responde sacando la lista de sus lujosos automotores (ver capítulo “Y ahora el futbol”, pág 51).

Equivocadamente, lo digo con respeto, llamamos a esto “ego”, cuando en realidad existen en ese inconsciente carencias que corremos a ocultar, a ponerle candado, porque es el otro “yo” debilucho, torpe, salvaje, que Morales llama megalomanía; mientras en Miramar, denominamos fachentada. Es solo un ejemplo de carencias y complejos que sí nos los arrancan de golpe nos debilitan, nos oscurecen; es como sí nos apagaran la luz; entonces los miedos, la ira y los traumas “guardados” en ese desfase de millones de años nos arrinconan, poniéndonos manos arriba. En todo caso, la mesa de la aldea, está servida con “El ego me mata…”

 

 Libro: “El Ego me mata…”

Autor: Carlos Morales

Editorial Prisma S.A, 2019

 ¢ 9.000, 179 págs.

 

Periodista, abogado y notario graduado por UCR

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