Dr. Juan Jaramillo Antillón*

De la conducta que el ser humano tenga, dependerá el destino de nuestro mundo, destaca el autor en este nuevo ensayo en EL JORNAL LITERARIO

PRIMERA ENTREGA

(JUEVES 24 DE DICIEMBRE, 2020-EL JORNAL).  La doctora Rita Levi-Montelcini, neuróloga y Premio Nobel de Medicina, dice: “Nosotros hemos cambiado parcialmente debido a que somos más inteligentes que hace 50.000 años, pero no somos más buenos. Y no lo somos porque el componente límbico cerebral sigue dominando nuestra actividad. Vivimos como en el pasado remoto, dominados por las pasiones y por impulsos de bajo nivel. No estamos controlados por el componente cerebral cognoscitivo, sino por el componente emotivo, el agresivo en particular. Seguimos siendo animales guiados por la región límbica palocortical, sustancialmente igual en el hombre y en otros animales. Nuestras opciones de mejorar moralmente pasan por las circunvoluciones neocorticales (del intelecto) que afortunadamente tenemos. El ser humano, al ser imperfecto, ha recurrido a la razón, a los valores éticos para discernir entre el bien y el mal, esto constituye el más alto grado de evolución darwinista”.

En el campo de la conducta del ser humano, todos los días se señalan nuevos avances en el conocimiento de genes y su función y de cómo trabaja nuestra mente, y cómo influye todo esto en el comportamiento de los individuos y la sociedad. La verdad es que estamos apenas en el inicio de conocer qué es la mente (el cerebro funcionando) y cómo contribuye a la aparición de la conducta humana.

Es cierto que en todo nivel social y en todas las naciones hay quienes muestran una conducta egoísta y agresiva clara, buscando el enfrentamiento y obtener ventajas de eso, siendo muy grave para la comunidad cuando esta conducta la tienen los dirigentes políticos o militares de los países de nuestro mundo, porque entonces surgen enfrentamientos en sus países o con los otros, en busca de más poder y riquezas.

La realidad, o más bien el ideal a lograr sería, que la mayoría de los seres humanos se comporten normalmente y traten que los problemas sean resueltos analizando los pro y contras de las cosas, aceptando que la tolerancia al derecho a disentir es la base de la convivencia pacífica, y que finalmente la ley es la que decide cuando dos no se ponen de acuerdo. Esta actitud se debe a que su corteza cerebral, donde reside la inteligencia y la reflexión, ha logrado que la razón se imponga a la pasión. Sin embargo, a pesar de eso debemos aceptar que las emociones y los sentimientos son parte necesaria de la actitud mental de las personas. Lograr que todos los seres de nuestra sociedad se conduzcan así, donde la razón prevalece sobre la pasión, es un desiderátum por obtener.

Lo primero que hay que hacer, es aceptar la existencia de la influencia genética en la conducta, llamada también herencia biológica o heredada, y además, la importancia de las influencias adquiridas o aprendidas en cuanto al comportamiento del ser humano y que forman parte de la llamada herencia social o cultural.

Es importante señalar que no hay mente sin emociones, ya que el ser humano fue creado no solo para analizar las cosas y decidir qué hacer, sino también, para sentirlas. De acuerdo con lo anterior, las emociones son parte de nuestra vida.

La realidad objetiva o física que percibimos en el ambiente no constituye toda la realidad, sino que hay, además, una dimensión subjetiva o mental importante de las personas. Esta dimensión subjetiva, aunque no puede ser percibida por otros, nosotros sí nos damos cuenta de su existencia, pues somos los autores conscientes o inconscientes de ella. En esta dimensión, se encuentran los sentimientos de alegría o disgusto, amor u odio, comprensión o egoísmo, tolerancia y compasión, aparte de la intuición y muchos otros procesos mentales que a veces escapan incluso al control racional de nuestra consciencia.

Para Juan Jacobo Rousseau la sociedad pervierte al hombre.

EN CRISIS

Nuestra sociedad se encuentra actualmente en una crisis compleja y multidimensional, que afecta todos los aspectos de nuestras vidas, en especial en los campos de la economía, la política, la educación, la religión, las relaciones con nuestros semejantes, la tecnología e incluso los valores morales y espirituales.

La amplitud y la urgencias de las dificultades por resolver no parecen tener precedentes en la historia de la humanidad, ya que la violencia criminal y el narcotráfico están aumentando a escala mundial, persisten guerras entre grupos, pueblos o naciones y por primera vez nos enfrentamos con una amenaza real de destrucción de la raza humana, no solo por el mal uso de las armas nucleares, sino también porque la naturaleza no perdona y los trastornos del cambio climático, por el calentamiento global, provocado por la deforestación de los bosques y selvas, la contaminación de los ríos y mares, todo ello ocasiona catástrofes naturales cada día peores, como son los incendios forestales masivos, los tifones y ciclones con terribles inundaciones o las sequías.

La deforestación de los bosques ha trastornado la fauna silvestre, reservorio de virus, los cuales han mutado y causan enfermedad a animales y al hombre. La aparición de la grave pandemia viral que afecta al mundo entero en la actualiad, se debe a lo anterior, y ahora, un ser invisible y diminuto tiene de rodillas a la sociedad causando graves trastornos sanitarios, sociales y económicos a todo nivel, y nos ha demostrado que no hay personas, poblaciones o países islas, ya que todos se pueden afectar y para salir adelante se requiere a su vez la colaboración de todos.

En la economía, nos enfrentamos a la apertura mundial de mercados con un capitalismo con grandes trasnacionales que dirigen la economía mundial en beneficio de unos pocos y con deterioro del poder adquisitivo y los salarios, agravado a nivel latinoamericano y en los propios Estados Unidos, por llevarse la producción de productos (equipos, maquinarias, textiles, etc.), a China, buscando mano de obra barata y más ganancias del capital, convirtiendo a esa nación en el primer productor y exportador del mundo, algo que logró, al aceptar el capitalismo y la empresa privada en su país, todo ello sin democracia liberal y manteniendo un gobierno de un partido único marxista, y dirigido con mano férrea por su presidente vitalicio Xi Jiping. Hoy China sale de la pandemia como el país menos afectado por esta y manteniendo un enfrentamiento comercial con los Estados Unidos, algo que a la larga puede afectarnos a todos.

Existe además la amenaza mundial de los terroristas, de los musulmanes fundamentalistas y fanáticos que persisten afectando zonas de Siria, Afganistán e Irak. Y cuyos adeptos en las capitales europeas causan frecuentes matanzas de civiles inocentes.

Los descubrimientos en neurobiología, neurociencia, genética y psicología nos señalan que el modo en que nos comportamos depende no solo de las experiencias vividas desde el nacimiento, –como creían antes algunos filósofos y teólogos como Tomás de Aquino o el filósofo y economista John Locke, y los filósofos conductistas, ya que para ellos el cerebro era una tabula rasa o pizarra en blanco al nacer, y no existían factores innatos que contribuyeran a la conducta de las personas–, sino también de otros elementos.

Ahora se acepta que nuestro comportamiento depende no solo de factores ambientales, como las experiencias y ejemplos recibidos, sino también de factores genéticos, físicos y psíquicos, sobre los que aún se está en camino de definir su valor en algunos casos y en otros se pueden hacer afirmaciones concretas. Nos enfrentamos al mundo que nos rodea mediante nuestra capacidad mental y la personalidad que hemos adquirido y que es única en cada ser humano.

Para John Locke el comportamiento humano depende de las experiencias vividas.

CULTURA Y BIOLOGÍA

El ser humano ha evolucionado de antepasados comunes que no eran humanos, gracias a los cambios genéticos acaecidos a través de decenas de siglos en sus cromosomas y a la evolución natural, un proceso mediante el cual una determinada variante genética buena aumenta de generación en generación, porque favorece la adaptabilidad del organismo al ambiente; entre estas, la principal fue la aparición del cerebro tan especial en el ser humano, capaz de aumentar las conexiones entre sus neuronas conforme adquiere más experiencia.

Esto posiblemente sucedió hace unos dos millones de años o más. El origen evolutivo de la humanidad está comprobado por la ciencia y establecido más allá de toda duda razonable. Y aunque no lo parezca, ya que tiene la misma figura desde hace varios miles de años, el ser humano continúa evolucionando, pues es un proceso de siglos, ya que, una especie incapaz de adaptarse a los cambios ambientales desaparecería.

Pero la evolución del hombre, a diferencia de los animales, tiene dos caminos: uno biológico cuyos cambios no son perceptibles actualmente y otro cultural, producto de las experiencias y conocimientos adquiridos y trasmitidos de generación en generación, mediante enseñanza directa de ideas creadoras, ejemplos y el lenguaje oral o escrito.

Desde la aparición del Homo Sapiens, la evolución biológica y al cultural fueron una sola, porque la cultura como la conocemos solo puede existir sobre una base biológica humana.

El ser humano no espera ya mutaciones positivas para adaptarse (los avances en genética podrían dar lugar a esto en el futuro) a los nuevos problemas; de hecho, no lo necesita porque con la aparición de la cultura y gracias a su mente, su producto intelectual (los conocimientos) lo hace.

Pero esta cultura o herencia social, es la que ahora da a los humanos el poder de adaptarse para afrontar los problemas del ambiente, modificado por los cambios de la misma naturaleza, o por las conquistas de la ciencia y la tecnología, y que paradójicamente ahora pone en peligro a todos los seres por los problemas del calentamiento global, por la deforestación, la contaminación del aire, los ríos y mares, las posibles guerras y ojalá se evite una nueva pandemia viral o bacteriana.

La discusión de la naturaleza del ser humano y de su conducta, a veces muy racional y productiva y en ocasiones irracional y destructiva, es algo que siempre ha estado presente cuando se analiza la historia y la evolución del hombre.

Algunos defensores de la teoría ambientalista creen que la conducta humana es siempre aprendida o cultural y que a la larga con el aprendizaje la educación hará prevalecer el bien sobre el mal; otros por el contrario (biólogos evolucionistas y etólogos) consideran que al parecer existe una tendencia innata hacia el bien, gracias a la existencia de pautas morales de conducta comunes a todos los seres humanos y que de algún modo están inscritas en nuestros genes, o por lo menos la predisposición a ello; eso es lo que hace que podamos esperar una mejor calidad humana. Sin embargo, y aunque parezca un contrasentido, también existe lo mismo en la inclinación que el ser humano tiende a la agresión innata y al pretendido mal.

No hay la menor duda de que los animales y el hombre están dotados de la capacidad de aprender, ya sea por enseñanza directa, por el ejemplo de los padres y otros, o por autoadiestramiento (la prueba y el error), y pueden adquirir programas de comportamiento desde que nacen hasta que envejecen.

Los seres humanos creen que obran según su voluntad por tener libre albedrío para decidir lo que hacen. Por otro lado, parece que en cierta forma los animales superiores y sobre todo los seres humanos, vienen equipados o inclinados con una especie de “programa” de comportamiento que se pueden apreciar al nacer y en los primeros días, meses o años, y que después, según el ambiente y las experiencias que se tienen, eso les permite expresarse y reforzar dichos comportamientos.

 La realidad es que no nacemos con un cerebro como una hoja en blanco y por eso, la creencia en la determinación exclusivamente cultural (educación y ejemplos) de la conducta ya no está aceptada, aunque posiblemente sea la más importante para fijarnos formas de actuar en la sociedad. Ambas tesis, la herencia y la cultura, tienen razón, pues se complementan para darnos la conducta humana.

Thomas Hobbes por ahí del año 1620, creía que el hombre era un ser agresivo y con tendencias asesinas debido al instinto de conservación (innato) y a la ambición de poder (adquirido o cultural). “El hombre es el lobo del hombre” decía.

Por otro lado, Jean Jaques Rousseau, en 1712 predicaba una tesis opuesta: de que el hombre era pacífico y amistoso y fue la civilización la que lo corrompió y lo hizo agresivo. Los etólogos Conrad Lorenz y Eirnaus Eibl, con sus experiencias en el estudio de la conducta animal y del ser humano, creen que los comportamientos agresivos y el altruista están programados de antemano en los genes, y por eso, podemos llegar a ser animales éticos. En realidad, lo que parece existir es una predisposición a la sociabilidad y ayuda mutua, tanto entre algunos antropoides como en humanos, y eso compensa los impulsos agresivos.

Lo que sí es cierto, es que en los tiempos primitivos la agresividad era una necesidad para lograr la supervivencia humana, pero en la actualidad, un exceso de esta podría llevarnos a la aniquilación atómica.

Según Charles Darwin el hombre es producto de su evolución. Del cerebro se puede decir otro tanto.

UN CAMBIO

Necesitamos una transformación de la forma como se dirige la política mundial y la economía, estos últimos 4 años agravada por los desaciertos del presidente Trump de los Estados Unidos, rematada por la grave pandemia viral de la llamada covid-19, que tiene al mundo de rodillas por la crisis causada en la salud, la economía, el desarrollo humano y la vida social.

Hay que modificar los valores materialistas y consumistas del presente, y hacer que nuestros pensamientos y percepciones busquen en beneficio de todos y no de unos pocos. Hay que adquirir una perspectiva ecológica mundial y un desarrollo sostenible para proteger la naturaleza y lograr frenar el calentamiento global, la deforestación de los bosques y la contaminación ambiental que afecta el aire, el agua de los ríos y los mares, y que nos ayude a lograr una relación armoniosa e interdependiente como la que observamos en la naturaleza entre las plantas y los animales, y de la cual el hombre se independizó en su beneficio, pero llegando al extremo de poner en peligro la vida de los demás en el planeta. Para ello se impone una revolución cultural, que debe iniciarse en el hogar, donde los padres deben ser los primeros educadores, ya que las imperfecciones de los seres humanos comienzan cuando no se les enseña a diferenciar el bien del mal a los niños. Porque nuestra civilización perdurará solo si podemos realizar este cambio.

Requerimos que el cerebro animal primitivo del ser humano (el sistema límbico, etc.) donde residen las respuestas innatas y las emociones, y el cerebro nuevo o corteza cerebral, origen del razonamiento y la reflexión, trabajen al unísono para que logremos un equilibrio en la toma de decisiones, no solo en beneficio nuestro, sino de todo el mundo, especialmente de los menesterosos. Nuestra civilización podría depender de nuestra capacidad para efectuar dicho cambio.

Biología y cultura forman parte de la manera en que se desenvuelte el hombre en sociedad.

*El autor es Expresidente y miembro de número de la Academia Nacional de Medicina – Exministro de Salud- Premio Nacional de Ensayo “Aquileo Echeverria” 1992 – Distinguished Health Medical Consortium 1998. Por las Escuelas de Medicina de los Estados Unidos y Canadá. Premio Nacional de Cultura Magón 2015. Catedrático de la Escuela de Medicina de la UCR – Profesor Emérito de la UCR. Premio a la excelencia en Salud Pública por el Ministerio de Salud y el Gobierno de CR. 2010. Autor de 38 libros.

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