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El lenguaje del amor

ALGO MÁS QUE PALABRAS

 

  (España, 11 de febrero, 2013). Coincidiendo con la fecha típicamente occidental de San Valentín (14 de febrero), se me ocurre interpelarme e interpelar a los lectores, sobre un renovado lenguaje de amor para el mundo.

Al igual que esta persona (Valentín), allá por el siglo III reivindicó el cese de la prohibición de matrimonios para los jóvenes, porque en opinión del emperador (Claudio II) los solteros sin familia eran mejores soldados al tener menos ataduras, pienso que también en el momento actual tenemos que demandar un amor más verdadero. Hoy la gente no quiere amor, quiere poder, quiere triunfar, quiere tener, quiere pocos compromisos y muchos dominios. Claro.

Se encuentra en una frustración permanente. La conquista de la madurez afectiva, manifestado en un amor desinteresado y en la total donación de sí, apenas se cultiva. El clima presente es de tal desorientación moral que activa todos los peligros, todas las desconfianzas, y el desengaño camina sonriente por todas las esquinas del cuerpo. Como dice el refranero: nuestro gozo, en un pozo.

  Muchos lectores pensarán que San Valentín surge por el interés de unos restaurantes o de centros comerciales por avivar el consumo, pero su origen se remonta al periodo del Imperio Romano. Casi nada. Por aquel tiempo, el sacerdote consideró que el decreto era injusto y desafío al emperador. También la situación actual exige cambios en nuestro comportamiento. El mundo tiene hambre de amor. Sabemos que tan importante como alimentar el cuerpo es alimentar el corazón, y por ello, hemos de activar la ternura, el acompañamiento, la adhesión hacia los que sufren.

Quizás más que nunca, nos hace falta activar un auténtico lenguaje de amor responsable al servicio de la vida y de las personas, un amor que genere la unión entre personas de diversas culturas. Lejos queda lo que se ha llamado «civilización del amor». Está visto que las palabras, por sí solas, nada resuelven. Lo que se precisa es un diálogo sincero acompañado de hechos, o sea, de actos de incondicional amistad hacia todos los seres humanos.

  El amor, y sólo el amor, es lo que nos alienta la vida, hace que las personas se realicen mediante la entrega sincera de sí mismo, no en vano amar significa dar y recibir lo que no se puede comprar ni vender, sino sólo donar libre y recíprocamente. Pensamos en una falsa civilización del progreso.

Obviamos la dimensión de mirar todos unidos en la misma dirección, hacia un mundo de bondades y virtudes. La señal de que no amamos lo suficiente a alguien es bien clara, cuando no le entregamos todo lo mejor que hay en nosotros. La solución al problema planteado recientemente por Naciones Unidas de cómo avanzar en el programa «Hambre Cero» no está en poder alguno, sino en saber encauzar nuestras propias vidas en ayudar a los que menos tienen. Tampoco es nada nuevo, ya el científico alemán en el siglo XIX, Albert Einstein, apunto la mejor receta, al decir que «sólo una vida vivida para los demás merece la pena ser vivida».

 Nada se concibe sin amor, es el significado último de todas las cosas, no es una simple sensación, es la explosión de alegría que está en el origen de la belleza. La peor vida es la de un corazón encerrado. Necesitamos querer y que nos quieran, apasionarnos por lo verdadero aunque nos cueste, pero tenemos que dar luz a los valores  humanos, para poder crecer como civilización civilizada, o lo que es lo mismo, enamorada.

En este globalizado mundo todo son facilidades para hacer el amor, sin embargo para enamorarse ya es más complicado. San Francisco de Asís al enamorarse de Jesús, halló el rostro de Dios-Amor, y se convirtió en su cantor ardiente, como verdadero místico. Otras muchas personas se han enamorado de la vida, o de la vida y las personas, transformándose en cantautores de la solidaridad. Al fin y al cabo, enamorarse es sentirse encantado por algo, tener plena conciencia de que uno también importa, que uno también inspira ese amor, sin condiciones ni intereses. Por desgracia, lo que realmente prolifera es la unión para compartir una misma venganza en lugar de un mismo amor.

  Precisamente, lo que suele aprovechar esta generación de poderes arbitrarios, sustentados en la mentira, son todas las ocasiones para perjudicar a los más débiles. A los hechos me remito. La convergencia de las diversas crisis alimentaria y de las finanzas y los efectos del cambio climático, lo que han intensificado es la intolerancia y los prejuicios, la discriminación y el abandono de políticas sociales. Los pobres son más pobres mientras los ricos son más ricos.

Por esa falta de lenguaje claro, conciso y verídico, que solo puede poseer el que en verdad está injertado por el enamoramiento a la especie humana, nada es lo que parece. No es una actitud amorosa, o sea, responsable, movilizar unas medidas (sin corazón) para que se salve solamente el sistema económico imperante, dejando a la deriva a personas. Debieran saber todos estos inhumanos, con poder en plaza, que nada puede construirse sin amor. Superar los acontecimientos actuales y levantar un futuro más justo se forja desde la conjugación del verbo amar, nunca desde el egoísmo y mucho menos desde esta perversa injusticia social planetaria que nos invade.

 Ahora se habla de un modo sostenible de vivir, en vez de impulsar el dicho de ama y haz lo que quieras, pero ama de verdad. Todo se precisa hacerlo con voluntad de querer: se perdona con amor, se educa con amor, se trabaja con amor, se comparte con amor, y en ausencia de ese amor, todo es mentira.

Lo que debe ensañarnos la historia de san Valentín es que, paralelamente a una necesidad de amor, existe un deseo de amar que no debe ser truncado y mucho menos desaprovechado, comprendiendo que podemos convivir unos y otros desde el amor. Sin duda, no hay otra manera de fortalecer los vínculos que nos unen como seres humanos que amándonos y dejándonos amar.

 

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