El sacristán de Aserrí

(SAN JOSÉ, 21 DE MAYO, 2014-EL JORNAL). Álvaro Fonseca es un hombre de sobria presencia. Está y no está. Si nadie lo mueve a hablar pasa desapercibido con facilidad. Si usted le abre una puerta al diálogo se lanza con sencillez y pasión, y poco a poco va mostrando retazos del singular oficio de ser sacristán.

Antes de ser contratado por la parroquia de Aserrí, en 1998, trabajaba en una fábrica en la que hacían estuches para celulares. Ahí, en ese monótono trabajo pasa despacio su vida, pero un día uno de sus tíos le dijo que en la parroquia San Luis de Tolosa ocupaban un sacristán, que por qué no iba a ver cómo era ese trabajo y “Alvarito”, como lo conoce el pueblo, obediente vino a ver qué era ese oficio extraño de servir de auxiliar al cura en las misas y en otros haberes.

Él no lo sabía, pero 16 años después está seguro de que fue un “llamado de Dios” y llegó para quedarse.

Vecino de San Isidro de Salitrillos, “Alvarito” dice que, en efecto, “ser sacristán es una vocación” y que para eso estaba destinado él.

“Esto es una vocación. Es que hay que tenerla, sino uno no sirve y a mí esto me gusta. Entre mis deberes está preparar todo lo que el padre necesita para la misa: el cáliz, los ornamentos, el copón, las vinagreras (para el vino y el agua) y vigilar el templo”.

Nunca fue monaguillo, pero el oficio de sacristán le cayó como anillo al dedo, porque se siente en su mundo, en sus anchas en todo lo relacionado con las misas.

“De niño yo me armaba procesiones. Me gustaba jugar con eso, pero también soy un pecador, porque lo soy, soy muy enamorado”. Lo dice y deja la mirada como en suspenso, como esperando un contraataque a esa afirmación y como no llega, sonríe y prosigue con su relato.

“Tenía tantas ganas de que EL JORNAL me hiciera un reportaje. Llevo más de tres años diciéndole a don Miguel que les dijera que vinieran a hacerme un reportaje, y vea, hoy me los mandó Dios. Él escucha mis ruegos”. Lo va diciendo con pausa, mientras Magdalena Fonseca, la señora de la limpieza del templo, lo escucha en silencio pero con alguna complicidad.

Fue un martes 5 de mayo de 1998 y “Alvarito” no tuvo que apuntar la fecha para recordarla porque la lleva viva en su corazón.

“Parece sencillo ser sacristán, pero hay que aprender y al principio me costó mucho, pero ahora ya lo hago bien”.

El repiqueteo de las campanas, expresa, no es tan simple como parece, sino que hay que “sacarle el tono, tomarle el ritmo, entonar, sacarle el sonido bien sublime, hacerlo como se debe”.

LAS CAMPANAS

Las campanas, puntualiza, tienen nombre y fueron traídas en 1990 por el sacerdote Luis Diego Sáenz. Una de ellas se llama “Josefa Antonia, en honor a San José y al arzobispo auxiliar de entonces monseñor Antonio Troyo”. La otra campana se llama “Luis Romana, en honor a San Luis de Tolosa y al arzobispo monseñor Román Arrieta Villalobos”, ya fallecido.

Conoce el templo, que es patrimonio histórico y arquitectónico muy bien y antes de cerrar la charla recuerda que el único lugar del país en el que San Luis de Tolosa es patrono es en Aserrí, pero ahí no acaba la historia.

“Yo soy muy devoto de San Luis de Tolosa. Y me ha concedido varios milagros, lo digo porque así. A mí el santo me escucha y yo le tengo una fe tan grande”.

¿Qué milagro le gustaría que le hiciera? Sonríe, mira en derredor como buscando complicidad de la concurrencia ausente y responde medio en serio y  medio en broma: “que me repare una buena muchacha para casarme”.

Un cierre, como diría “Alvarito”, “sublime”, la palabra que más le gusta en la vida: que todo, lo que se haga, sea “sublime”, insiste. Sí, “sublime”, muy “sublime”.