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Accidente a la entrada, accidente a la salida

Gobierno de Luis Guillermo Solís sufre fuertes cuestionamientos tras casi cuatro años de gestión. (FOTO EL JORNAL).

 Por Carlos Morales*

Ante el desmadre de allanamientos y corruptelas que se han  descubierto en los días finales del gobierno Luis Guillermo Solís Rivera, algunos amigos me piden opinión, y como yo les había quedado debiendo una, les voy a responder con mi artículo EL ACCIDENTE SOLIS, publicado el 6 de marzo de 2015, el cual anticipa casi todo lo que ha pasado y sirve de guía para lo que puede venir. Como dijo don Ricardo, “si no lo hacen a la entrada lo hacen a la salida”, solo que en este caso fue doble.

No le quito ni una coma al vaticinio y, talvez, solo le faltó el cemento.

¡Sómbrate, chico!, como decía Tres Patines.

 

EL ACCIDENTE SOLÍS

(SAN JOSÉ, COSTA RICA 30 DE NOVIEMBRE, 2017-EL JORNAL). No debería sorprender tanto que, al terminar al primer año de gobierno de la administración PAC, casi todos los índices e instituciones del país anden manga por hombro o, cuando menos, no encuentren el rumbo deseado, ni tampoco el prometido durante la campaña electoral.

No debería sorprender este caos, del que casi todo el mundo se queja (excepto el gobierno, claro), porque la conducción de un estado lleva implícita una estructura ejecutiva, una formación previa de cuadros dirigentes, una construcción de líderes visionarios, una planificación de la gobernabilidad futura, un diseño de plan nacional de desarrollo, una plataforma ideológica y una mística de trabajo en equipo que jamás existió en esas redes que lograron el poder en mayo 2014. Ni en los mejores tiempos de Otón.

Si se hace el razonamiento completo de lo que pasó en las elecciones y de lo que se ha improvisado ahora, ya en el gobierno, podríamos haber adivinado desde hace dos años, los líos que hoy estamos viviendo. Y los que siguen. (Pobreza 20%, déficit fiscal 6.6%, desempleo 9%, fuga de capitales, cierre de empresas, Ad Astra, Jacks, alza de precios, renuncias, promesas incumplidas, casita de cristal, desmentidos, Citibank, contradicciones, etc.)

De aquellos polvos, tales lodos.

Veámoslo con detalle.

Si nos remontamos a diciembre de 2013, el Partido Acción Ciudadana estaba de colero en la tapisca de votos para febrero del 14. Estaba por debajo del partido comunista nostálgico (FA), con un porcentaje para Presidente que no superaba el margen de error en todas las encuestas.

El candidato PAC, un simpático profesor de historia, era desconocido hasta entre los vecinos de su condominio. (“Quiero que Ud. me conozca”, decían sus anuncios). Las posibilidades reales de ganar la primera magistratura eran absolutamente impensables y no se las imaginaba ni el costoso estratega que trajeron de Chile para organizarle las carreritas, con cabezones y cimarrona, por los barrios bajos de San Chepe… (Por cierto que esa estrategia muy poco tuvo que ver con lo que después ocurrió).

El PAC del 2012 fue reconstituido como una voz electoral para luchar contra la corrupción imperante de los últimos gobiernos, aunque después de los tres fracasos con Otón Solís, no era más que un rejuntado de fuerzas disímiles que provienen de cualquier parte y cada una con el disimulado afán de alcanzar predominio en el entarimado que les heredó la campaña contra el TLC y la jugosa deuda política del 2010. 

Pero no existe una ideología compacta ni una estructura sólida, los escasos líderes están agarrados del pelo y, por supuesto, no existe una plataforma de pensamiento por la cual valga la pena conquistar la toma del poder.

Estamos claramente ante una entidad ocasional, oportunista (como todas), que pretende ganar varios diputados y, para ello, rescata del anonimato a un profesor desconocido del mismo modo que, en 1966, se extrajo de la Universidad de Costa Rica al profesor Trejos Fernández. Solo que en esta ocasión hubo que improvisarle a toda carrera un carné militante, pues el escogido había volado siempre en las alas de Liberación Nacional.

Esperanza real de tener éxito no hay, y los puestos de candidatos se fueron rellenando al azar, según lo exigía el Código Electoral. Una señora le dejó su cargo de diputada a la hija, verbigracia.

Y así iban las cosas.

Pero se dan los hechos inesperados de que la campaña se polariza in extremis: por un lado: el candidato triunfador “a quien nadie se la puede quitar”, pero cuyo partido es aborrecido por más de la mitad de los electores, y, por el otro: un joven (disque izquierdoso) sin rabo que le majen que está canalizando todo el voto de protesta y pone en estado de temblorina a las fuerzas reaccionarias del empresariado y la oligarquía.

Ni el uno ni el otro, dicen las mayorías indecisas.

Hay un tercero, pero ese no cuenta. Es joven y guapo, pero tiene demasiada cola. Mucho truquillo de campañas viejas. Siempre el negocio de la política.

Los medios se sienten amarrados, disparan a los extremos, despiden periodistas, esconden encuestas y vaticinan la segunda ronda. Las fuerzas empresariales, que es lo mismo, también entran en pánico. Y el gobierno de Chinchilla anda cada día peor, con avioneta y platinas.

La población recibe el mensaje: No hay por quien, no hay quite, tirémonos por el medio; y así, el partido y candidato que no tenían ninguna posibilidad, ninguna plataforma, ninguna estructura, ninguna experiencia, que era literalmente un rejuntado, triunfa de número uno en febrero y gana, abrumadoramente, la segunda ronda.

Y nadie diga que fue por una buena campaña; si tan malas como esa, solo recuerdo una de GW Villalobos, en el 76, y otra en Nicaragua, la de Edmundo, el feo.

Lo que pasó simplemente fue que el país se desgañitaba contra Chinchilla y el PLN y, ante el panorama descrito, más la renuncia del  “líder”, no les quedó a los ciudadanos otro remedio que votar por el único que había.

Ese es el Accidente Solís.

Sin duda el más sorprendido, aunque tenga que disimularlo.

En la alta política, como en casi todas las disciplinas, cuando son serias, no se improvisa. Todo se piensa antes, se calcula antes, se planifica antes, o bien se paga muy caro, después.

Llegados al poder el PAC y su flamante profesor de historia, no había más alternativa que jinetear la burra y comenzaron a llenar puestos.

Si nadie quería ser ministro de hacienda, pues se lo encajan al Vicepresidente. Si no hay expertos para ministros, embajadores o viceministros, pues se improvisa un microbiólogo, un burócrata viejo, un pega banderas o se trae a alguien de los partidos tradicionales. Qué importa que hayan hablado de CAMBIO, si lo que importa es ganar y ya ganamos. “Pa eso tenemos la mayoría”, como dijo el otro.

Así las cosas, los amigos de la escuela, de la campaña, de la iglesia, del equipo de fútbol o de la U, pasan a ser rápidamente  ministros, vices, embajadores, directores, delegados, gerentes bancarios, todo lo que se pueda rellenar con solo levantar el índice y un mediocrillo estipendio.

Y claro, el resultado está hoy a la vista.

Nunca hubo doctrina de previo, salvo las broncas internas del partido. Nada de experiencia, salvo los viajes de porrismo aeroportuario, nada de economía política, salvo lo que puedan traer los últimos allegados de la diestra o de la siniestra al rejuntado gobernante.

Entonces, los accidentes se reproducen y van a ser peores cada día y no veo por donde poner un semáforo.

Pero la culpa la tiene mucha gente, no solo el Jefe que le concede apellido a este fenómeno. Son muchos. No alcanzaría el agua del Reventazón para lavar tantas manos.

Pero como él ha dicho que quiere un debate, pues aquí le dejo mi cuarto a espadas. Y que él se lo plante.


*Exdirector del Semanario Universidad y Premio Pío Víquez 1975.

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